Hoy nos visita en la Jungla el neurocientífico y escritor Michel Desmurget para hablar, entre otras cosas, sobre su último libro, Más libros y menos pantallas:
«¡Que lean! Es importante que los niños y las niñas lean libros en papel. Que se sumerjan en ellos y que dibujen, subrayen y doblen sus páginas. Que atesoren libros, que acudan a las bibliotecas y que asistan a clase sin artefactos tecnológicos frente a ellos. Cientos de estudios demuestran que la lectura por placer tiene un impacto único en el aprendizaje cognitivo de los niños. Fomenta el lenguaje, los conocimientos generales, la creatividad, la atención, la escritura, la expresión oral, la autocomprensión y la empatía. No hay herramienta más útil para el desarrollo cerebral que un libro.
Frente a los efectos desastrosos de las pantallas, Michel Desmurget, uno de los neurocientíficos de referencia en este campo y la voz que más tiempo lleva alertando de los efectos perniciosos de las pantallas en el cerebro infantil, propone un enfoque optimista con soluciones concretas para evitar que nuestros hijos e hijas se conviertan en cretinos digitales. Este libro dirigido a padres y maestros proporciona información para comprender el impacto de la lectura en el desarrollo intelectual, emocional y social de los niños, y les dará herramientas para cultivar el hábito de la lectura en su educación».
Pregunta: En su libro «Más libros y menos pantallas», menciona que la lectura por placer tiene un impacto único en el aprendizaje cognitivo de los niños. ¿Podría profundizar en cómo la lectura favorece el desarrollo intelectual, emocional y social de los jóvenes?
Respuesta: Muchas actividades contribuyen positivamente al desarrollo cerebral: el deporte, el arte, la música, etc. Sin embargo, ninguna ofrece beneficios tan amplios y generales como la lectura. Esta impacta positivamente en todas las dimensiones fundamentales de nuestra humanidad. Su influencia en nuestro funcionamiento intelectual es enorme (y científicamente probada) ya que afecta la inteligencia (en el sentido restringido del CI), el lenguaje, el conocimiento general, la creatividad, las capacidades de redacción y síntesis, y la expresión oral. Tome el lenguaje, por ejemplo. En un libro no hay contexto visual, todo debe ser descrito: las formas, colores, rostros, olores, etc. Por lo tanto, el texto necesita mucho más vocabulario que una imagen, un video o una conversación cara a cara. Amplios estudios muestran que los libros para niños de preescolar, que aún no saben leer, contienen una mayor riqueza lingüística que la mayoría de los corpus orales habituales (películas, dibujos animados, conversaciones entre adultos educados o entre adultos y niños). Las frases son más complejas, las formas gramaticales más variadas, los tiempos verbales más diversos y el vocabulario mucho más amplio. Entonces, o el niño lee, o su lenguaje no superará lo básico necesario para la comunicación oral. Lo mismo ocurre con la cultura general. Los libros abordan una gran variedad de temas, épocas y problemas, por lo que su capacidad de generar conocimiento es inmensa. Las investigaciones muestran que cuanto más leen los niños, mayor es su cultura general, superando incluso la de niños de entornos socioeconómicos comparables que consumen contenidos audiovisuales (películas, series, etc.). Pero eso no es todo. Como escribió Margaret Atwood, autora de El cuento de la criada, «leer un libro es sin duda la experiencia más íntima que podemos tener de lo que sucede en la mente de otro ser humano». Los investigadores consideran que las novelas son una especie de «simulador social». Si veo a Madame Bovary en el cine, no tengo acceso a su psique. Sin embargo, al leer la novela, literalmente entro en su mente y puedo comprender los mecanismos internos de su pensamiento y acciones. Incluso, puedo experimentar esas emociones. Los estudios muestran que las situaciones sociales y emocionales vividas en la realidad y aquellas experimentadas a través de la literatura activan los mismos circuitos cerebrales. Como resultado, los lectores de ficción desarrollan una mayor empatía y una mejor capacidad para comprender a los demás y a sí mismos. A largo plazo, todas estas influencias afectan significativamente el éxito escolar y profesional. Es importante señalar que estos beneficios se manifiestan con tan solo 20 a 30 minutos diarios de lectura. Una inversión modesta comparada con las recompensas que se obtienen.
P.: ¿Qué argumento usaría para convencer a aquellos que no le conocen sobre la necesidad de leer su libro Más libros y menos pantallas?
R.: Cuando uno dedica casi cinco años a escribir un libro, es porque considera que el tema es importante. Muchos filósofos, escritores, eruditos o intelectuales han escrito sobre la importancia de la lectura. Muchos han hablado con pasión y entusiasmo sobre lo que los libros les han aportado. Sin embargo, aunque estos testimonios son valiosos, suelen hablar más de experiencias personales y especulaciones intelectuales que de hechos demostrables. Además, a veces han dado la impresión de que la lectura es una actividad elitista, reservada para una minoría de intelectuales, aquellos que hoy en día, a menudo con cierto desprecio, llamamos «intelectuales». Este libro busca romper con estos prejuicios. Rechaza la experiencia personal como única base y se apoya en el vasto corpus científico acumulado durante más de medio siglo. Sabía que este corpus era extenso, pero no sospechaba hasta qué punto era sólido y convincente. Cuanto más avanzaba en mis investigaciones, más me daba cuenta de que los beneficios de la lectura eran mucho más diversos, poderosos y fundamentales de lo que había imaginado. Como indica un informe de la Academia Americana de Pediatría, «la competencia lectora al comienzo de la escuela primaria es el principal factor predictivo para la obtención de un diploma de secundaria y para el éxito profesional». Un niño que no lee, o que no lo hace bien, tendrá enormes dificultades para progresar en la escuela, ya que la lectura es la clave de todo aprendizaje. Es, por así decirlo, el «hada madrina» que nos permite aprender a aprender. Sin embargo, dominarla requiere un esfuerzo significativo. La lectura, a diferencia de lo que a menudo se piensa, no se limita al descifrado, es decir, a la capacidad de convertir signos (d/o/d/o) en sonidos (dodo). Leer es comprender, y para comprender, es necesario asimilar el lenguaje de los libros. El volumen de lectura es, por lo tanto, primordial. Es fácil admitir que un niño que asiste a su clase de violín una vez por semana no se convertirá en un violinista experto si solo practica en ese momento. Lo mismo ocurre con la lectura. Un niño que solo lee lo que se le exige en la escuela nunca se convertirá en un lector eficiente. Todos los estudios muestran que el entorno familiar juega un papel crucial en este aspecto. Me pareció necesario mencionarlo y explicar cómo acompañar al niño en su aprendizaje. Eso es lo que intenté hacer en este libro, recopilando y sintetizando los datos científicos disponibles.
P.: Como neurocientífico y autor, ¿qué estrategias ha encontrado efectivas para fomentar el amor por los libros en los niños?
R.: No existe una fórmula mágica. Lo primero es entender que la lectura es, en gran parte, un legado familiar. Su transmisión se basa en tres pilares principales. En primer lugar, la valorización del mundo escrito. Un niño tiene muchas más probabilidades de convertirse en lector si sus padres valoran activamente la lectura, lo llevan a la biblioteca, le leen frecuentemente cuentos, le ponen libros en las manos desde pequeño y recalcan la importancia de leer (y si es posible, leen ellos mismos delante de él). Si esto ocurre, el niño integrará la lectura en su identidad y llegará a definirse como «lector», de la misma manera que otros se definen como «gamers». En segundo lugar, el placer de leer. Un niño nunca se convertirá en lector si la lectura es un sufrimiento, si hay que rogar, amenazar o prometer para que lea aunque sea una línea. La lectura solo se puede mantener si lleva consigo una dimensión placentera. El placer es la clave de la motivación, y la motivación depende claramente del éxito. Aquí nuevamente, la familia desempeña un papel fundamental mediante la lectura compartida y el apoyo atento al niño. Es importante acompañar desde el principio para evitar que el niño se desanime y acabe en una situación de fracaso. Al principio, es preferible optar por libros un poco más fáciles que por textos excesivamente complicados. Los estudios muestran que las dificultades iniciales son difíciles de superar y tienden a agravarse con el tiempo. Si logramos transmitir ese placer por la lectura al niño, habremos conseguido lo más importante. Incluso si se aparta un poco durante la adolescencia, es probable que vuelva a la lectura más adelante (y, sobre todo, tendrá las bases intelectuales que le permitirán ese regreso). En tercer lugar, la reducción del tiempo frente a las pantallas. No obstante, es importante evitar vincular explícitamente estos dos ámbitos diciéndole al niño: «si lees un poco, podrás jugar con la consola o usar las redes sociales». Esto es contraproducente, porque sugiere que la lectura es una especie de purgatorio que abre las puertas del paraíso digital. De esta manera, se debilita el deseo intrínseco, que es lo único que garantiza una práctica duradera. La mejor solución es explicarles a los niños que el uso excesivo de pantallas perjudica su inteligencia y vida interior a largo plazo, afectando su sueño, salud y concentración. Corresponde a los padres establecer límites, preferiblemente en acuerdo con el niño.
P.: Precisamente en su libro menciona que la lectura compartida fomenta la lectura individual. ¿Podría explicar cómo ocurre este efecto y por qué es tan importante promover la lectura en familia?
R.: Los libros, como hemos dicho, poseen un lenguaje más rico y complejo que el lenguaje oral. Para que el niño pueda leer solo con éxito, es necesario enseñarle este «lenguaje de los libros». Esto implica necesariamente la lectura compartida. Muchos padres creen que deben dejar de leer con el niño cuando este aprende a «leer» en primaria. Es un error, porque al principio el niño no aprende a leer, sino a descifrar, una etapa indispensable pero insuficiente. Este aprendizaje inicial moviliza todos los recursos cerebrales del niño, por lo que los textos utilizados son relativamente sencillos. Solo cuando domina suficientemente las bases del desciframiento, el niño puede empezar a leer «libros reales», no simplificados. Pero en ese momento se enfrenta a la riqueza y complejidad del lenguaje escrito. Y si no posee las bases lingüísticas y culturales necesarias, no puede seguir adelante.
Al leer historias al niño desde una edad temprana (desde el nacimiento, según muchos estudios) y mantener esta actividad durante la fase de apropiación del desciframiento, los adultos aseguran la construcción de estas bases. Pero eso no es suficiente. Es importante seguir leyendo con el niño más allá de los primeros pasos, potencialmente hasta el colegio o incluso la secundaria. Es necesario continuar porque al principio, y tendemos a olvidarlo, leer requiere un esfuerzo difícil y el placer no siempre está presente. La lectura compartida tardía permite mantener el placer y decirle implícitamente al niño que vale la pena; que si continúa leyendo, también él tendrá acceso a todas esas historias que tanto le gustan. Todo esto no significa, por supuesto, que la escuela no sirva para nada. Significa que el tiempo escolar disponible para este tipo de actividades es aún más limitado, ya que el beneficio requiere, para ser óptimo, un trabajo en grupos muy reducidos o incluso en pareja adulto/niño. Todos los estudios confirman, en todo el mundo, que la escuela no puede, lamentablemente, compensar las deficiencias del entorno familiar.
P.: Uno de los temas que aborda en su libro es la diferencia en el acceso a la lectura según el nivel socioeconómico y la formación de los padres. ¿Cómo cree que se puede abordar esta desigualdad para promover la lectura entre todos los niños?
R.: Numerosos estudios muestran que las carencias familiares provienen, en gran parte, de una falta de información. Muchos padres, especialmente en entornos desfavorecidos, no miden la importancia de hablar con su hijo pequeño, de leerle historias desde muy temprano (desde el primer semestre de vida); tampoco saben cómo hacerlo, cómo leer, cómo hablar. El hecho de informarles, de explicarles la importancia de estas actividades, de hacerles comprender cómo se construye el cerebro, tiene efectos significativos en el desarrollo del niño, incluso en los padres que no saben (o tienen dificultades para) leer. Para estos últimos, el uso de libros de imágenes, álbumes gráficos y la referencia a los apoyos disponibles (bibliotecas, asociaciones, etc.) tiene impactos importantes. Un estudio mostró, por ejemplo, que la información temprana incrementaba el vocabulario de los niños en un 40 % a los 18 meses. Otras investigaciones en barrios extremadamente pobres de Sudáfrica observaron tendencias similares, además de efectos positivos sobre la capacidad de atención. Otros trabajos, realizados por sociólogos sobre los llamados «transclases» (niños que logran un éxito escolar superior a las expectativas estadísticas), muestran, en el ámbito familiar, un doble movimiento: un control riguroso del tiempo frente a las pantallas y una estimulación masiva de la lectura. Uno de los primeros estudios internacionales comparativos de sistemas educativos (PISA) mostró que los niños desfavorecidos que leen mucho obtienen mejores resultados en comprensión lectora que los niños favorecidos que leen poco. En la práctica, la lectura genera un círculo virtuoso. Al niño se le ofrecen los prerrequisitos que poco a poco le permiten leer solo… y a través de la lectura, precisamente, adquiere la herramienta más fundamental para «aprender a aprender» y así superar las limitaciones de su entorno.
P.: En este mundo cada vez más digitalizado, ¿qué consejo le daría a los padres y educadores que buscan fomentar el hábito de la lectura en los niños?
R.: Como ya he explicado anteriormente, hay tres puntos fundamentales. Primero, valorar la lectura. Segundo, construir el placer de leer acompañando al niño, especialmente a través de la lectura compartida. Tercero, limitar el tiempo frente a las pantallas, ya que si ocupan todo el tiempo libre, no quedará espacio para la lectura. Desde un punto de vista más práctico, algunos consejos pueden ser útiles. Por ejemplo, el hábito es un aliado clave. Es recomendable asignar, cada noche después de la cena o antes de dormir, un tiempo fijo (de 20 a 30 minutos) para la lectura. Todos los días, a la hora establecida, todo se detiene y el niño toma su libro; el niño o toda la familia. Esta práctica es obviamente más eficiente cuanto antes se establezca en la vida del niño; primero en forma de lectura compartida, luego en una forma mixta (tú lees un poco solo y luego leemos juntos), y finalmente de manera personal (el niño lee solo). Varios estudios también demuestran que los niños leen con más facilidad los libros que ellos mismos han elegido. Libreros y bibliotecarios son aliados clave en este sentido, ya que saben cómo guiar al niño o adolescente hacia textos de calidad sin comprometer su libertad de elección. Invitar al niño a hablar de sus libros, hacer de la lectura un tema de conversación, compartir libros con él o preguntarle sobre sus lecturas personales también son estrategias efectivas. Los blogs de lectura, que permiten al niño hablar de los libros que ha leído, son también una opción interesante (y un uso indudablemente positivo del mundo digital).
P.: ¿Cómo ha sido recibido en general su libro «Más libros y menos pantallas», especialmente por los padres y educadores?
R.: En general, tanto los padres como los profesionales de la infancia y la educación han acogido muy bien el libro. He recibido una gran cantidad de mensajes. Muchos me han agradecido, por un lado, haber «puesto sobre la mesa» el problema de la disminución de la lectura entre nuestros niños y, por otro lado, haber señalado cuánto se subestima el impacto de esta disminución. La mayoría de los lectores me han trasnmitido que el libro ha transformado positivamente sus prácticas parentales y/o profesionales, por ejemplo, en el ámbito de la lectura compartida. En muchos casos, padres y maestros me dijeron que eran conscientes de la importancia de la lectura, pero que antes de leer el libro no habían medido cuán crucial y esencial es esta actividad para el desarrollo de las inteligencias cognitivas, emocionales y sociales del niño. Muchos padres también me han agradecido por la accesibilidad de los conceptos teóricos y la dimensión práctica del libro. Realmente, estoy contento con estos comentarios porque ese era el objetivo del libro: ayudar a los padres y educadores, ofreciéndoles tanto un marco claro para comprender la importancia fundamental de la lectura como una serie de consejos prácticos para ayudarlos a convertir a cada niño en un lector.
P.: ¿Cuál es su rutina de escritura? ¿Tiene algún ritual o método que le ayude a concentrarse?
R.: Para poder escribir, primero necesito leer. Eso me permite saber si un tema es importante, si vale la pena tratarlo y, en términos más generales, si está relacionado con el bien común. Este último punto es esencial para mí. Soy investigador en una institución pública, financiada por los impuestos, y a través de los libros que escribo, intento devolver a la sociedad una parte de lo que ella me da. Mi rutina de escritura siempre comienza con una revisión exhaustiva de la literatura científica. Una vez que determino que el tema es de interés, trato de organizar los datos y construir un esquema, sabiendo muy bien que este será modificado y completado durante el proceso de redacción. En cuanto a la escritura, digamos que tengo la suerte de necesitar poco sueño. Me gusta escribir por la noche o temprano en la mañana. Necesito silencio; de lo contrario, no puedo concentrarme ni ordenar mis pensamientos. Como decía Rilke, para escribir solo hay un camino: entrar en uno mismo. Dudo mucho. Escribo, reviso, luego corrijo y vuelvo a corregir las revisiones. A lo largo de este (muy) lento proceso, trato de mantener presente la idea de que este trabajo podría ser útil, y que si ayuda, aunque sea a un solo niño, las horas dedicadas a completarlo no habrán sido en vano.
P.: ¿Hay algún libro que le hubiera gustado escribir? ¿Y por qué ese libro en particular?
R.: ¿Solo uno? Honestamente, no lo sé. Es una pregunta difícil. Si mencionara solo uno, sentiría que traiciono a todos los demás. Todos me han nutrido, y al final, es la diversidad de todos esos textos lo que me ha permitido construirme y crecer. No creo que me hubiera gustado escribir un libro que ya he leído. Cada texto tiene su propio estilo y pertenece únicamente a su autor. Cada novela es el fruto de una historia, de una sensibilidad, de un conjunto de fallas, alegrías y sufrimientos. Pero si tuviera que destacar algunos libros fundamentales, mencionados ya por mí, diría Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley, LTI: La lengua del Tercer Reich de Victor Klemperer o La conciencia contra la violencia de Stefan Zweig.
P.: Vamos a ponérselo un poco más complicado… ¿Tiene autores de referencia que hayan influido significativamente en su trabajo y en su visión del mundo?
R.: Una vez más, la pregunta es terriblemente difícil. ¿Cómo extraer solo unos pocos autores «de referencia»? Es un poco como pedirle a alguien que elija solo unos nombres entre sus amigos más cercanos, salvo que en cuanto a libros, los amigos se cuentan por decenas. Se suceden y se entrelazan a lo largo de la vida. Todos dejan una huella en nosotros, incluso aquellos que aparentemente hemos olvidado, como muestra el maravilloso libro de Jacqueline de Romilly, El tesoro de los saberes olvidados. ¿Cómo aislar a un gigante en medio de la constelación? ¿Cómo decidir entre los autores de la infancia y los de la edad adulta? ¿Cómo elegir entre Dahl, Andersen, Giono, Hugo, Zola, Dumas, Duras, Beauvoir, Baudelaire, Steinbeck, Tolstói, Mann, Zweig, Goethe; y tantos otros? Todos me han marcado, todos me han formado, aunque de manera diferente, pero profundamente. Esta es, creo, una de las magias de las grandes plumas. Sus influencias se acumulan, se enriquecen y se nutren mutuamente. Tolstói resuena con Hugo, Steinbeck con Zola. No soy capaz de destacar solo algunos nombres.
P.: ¿Puede hablarnos de un proyecto en el que esté trabajando actualmente y del que pueda compartir algún detalle?
R.: En este momento, no estoy trabajando en ningún proyecto definido. Estoy leyendo. Me interesan los impactos de la inteligencia artificial en la educación. Una vez más, los lobbistas de todas las corrientes prometen maravillas. Nos anuncian una revolución para las escuelas. Aún faltan estudios, pero ya están llegando importantes financiamientos públicos. Hemos vivido esto durante más de 20 años con la digitalización de nuestros sistemas escolares. En todas partes, los resultados han sido extremadamente decepcionantes, y esto siendo muy prudente en mis palabras. Es un tema que, sin duda, requiere reflexión.
P.: Para finalizar, nos gustaría saber cómo se describe a sí mismo como escritor y como persona, y qué le motiva a seguir investigando y escribiendo sobre estos temas tan relevantes.
R.: El escritor es aquel que compone «obras literarias», nos dice el diccionario. Es quien inventa universos y les da vida. Es el corazón del sistema. Es quien, de manera incomparable, alimenta a la humanidad y las inteligencias de nuestros hijos. Yo no soy de esa naturaleza. Solo soy un autor, un término más amplio que incluye textos «científicos o artísticos». He recibido mucho de los libros y de la escuela. Solo quiero, a través de mis obras, devolver una parte de esa inmensa deuda. Esa es mi motivación. No podemos abandonar a nuestros hijos a las garras destructivas de la industria digital recreativa. No podemos dejar que esta socave su humanidad y cause «daños considerables a su salud mental y física», como señala una demanda recientemente presentada contra Meta (la empresa matriz de Facebook e Instagram) por 41 fiscales estadounidenses. Sé que es una batalla difícil, pero merece la pena luchar, por nuestros hijos. Mis obras intentan contribuir a esta lucha.
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