27 de abril de 2024

«En el número de octubre, informaba del suicidio de la hija de un emigrante: ‘Empapó un algodón en cloroformo, se lo llevó a la cara y se acostó en la cama. Así murió. Antes de morir escribió una nota: “Me apresto a emprender un largo viaje. Si el intento no sale bien, que se reúnan para celebrar mi resurrección con copas de Clicquot. Si sale bien, ruego que no me entierren hasta que esté muerta del todo, pues resulta muy desagradable despertarse en un ataúd bajo tierra. ¡No es nada chic!.” El señor N.P., lleno de arrogancia, se enfada con esa suicida “frívola” y saca la conclusión de que su acto “no es digno de la menor atención”. De buenas a primeras añade: “Me atrevería a afirmar que una persona que desea festejar su vuelta a la vida con una copa de champán en la mano, no ha sufrido mucho en esta vida, cuando la retoma de manera tan solemne, sin alterar sus costumbres y sin pensar siquiera en ellas…”.
¡Qué idea y qué razonamiento tan ridículos! Lo que más le ha fascinado es el champán. No obstante, si le hubiera gustado tanto el champán, habría seguido viviendo para beberlo, pero lo que hizo fue referirse a él antes de morir, antes de morir de verdad, sabiendo muy bien que seguramente iba a morir. No podía tener mucha confianza en sus posibilidades de volver a la vida, y además esa eventualidad no le ofrecía ningún atractivo, porque en su caso volver a la vida significaba enfrentarse a un nuevo intento de suicidio. Aquí el champán no significa nada; seguramente no tenía la menor intención de beberlo… ¿De verdad es necesario explicarlo? Mencionó el champán porque, antes de morir, deseaba permitirse una extravagancia abyecta y repugnante. Eligió el champán porque no pudo encontrar un cuadro más abyecto y repugnante que una borrachera para celebrar su “resurrección de entre los muertos”. Necesitaba escribir algo así para cubrir de barro todo lo que dejaba en el mundo, para maldecir la tierra y su propia vida, para escupir sobre ellas y dejar constancia de ese escupitajo a sus deudos, a quienes abandonaba. ¿Cómo explicar tanto rencor en una muchacha de diecisiete años? ¿Y contra quién iba dirigido ese rencor? Nadie la había ofendido, no tenía necesidad de nada; se diría que murió también sin ningún motivo. Pero es precisamente esa nota, es precisamente el hecho de que en un momento semejante estuviera tan interesada en permitirse una extravagancia tan abyecta y repugnante, es precisamente todo eso lo que lleva a pensar que su vida había sido incomparablemente más pura de lo que sugiere esa ocurrencia abominable, y que el rencor, la inmensa amargura de su ocurrencia, testimonian, por el contrario, los sufrimientos y las torturas a que estaba sometida su alma, así como la desesperación del momento postrero de su vida. Si se hubiera dado muerte llevada de cierto apático hastío, sin saber muy bien por qué, no se habría entregado a esa extravagancia. Para analizar esa disposición de espíritu es necesario adoptar una actitud más humana. En este caso, el sufrimiento es evidente, y no cabe duda de que murió de angustia espiritual, después de muchos tormentos. ¿Cómo pudo atormentarse tanto una criatura de sólo diecisiete años? Pero ésa es la terrible cuestión de nuestro tiempo. He avanzado la hipótesis de que murió de angustia (una angustia demasiado precoz) y del convencimiento de que su vida carecía de sentido… y que ambas afecciones eran consecuencia exclusiva de la depravada educación que recibió en casa de sus padres, una educación basada en un concepto erróneo del sentido supremo y los objetos de la vida, que destruyó deliberadamente en su alma cualquier fe en su inmortalidad.»

Diario de un escritor (Fiódor Dostoievski, 1873-1880)

Fiódor Mijáilovich Dostoievski (Moscú, 1821- San Petersburgo, 1881) Novelista ruso, es uno de los autores rusos más universales y ha ejercido una profunda influencia en la narrativa rusa posterior. A los veinte años, después de terminar sus estudios en San Petersburgo, escribió su primera novela, Pobres gentes (publicada en 1846), de carácter epistolar, cuyo valor fue reconocido por el poeta Nekrásov y el crítico literario Belinski. Posteriormente escribió una serie de relatos —El doble (1846), La patrona Joziaika (1847), Corazón libre (1848), Noches blancas (1848)— que alcanzaron un escaso éxito entre el público. Acusado de conspiración en 1849 por la policía de Nicolás I, Dostoievski fue condenado a muerte , pero en el momento de la ejecución le fue conmutada la pena por la de cuatro años de trabajos forzados en Siberia. Cumplida la condena, fue incorporado a un grupo de tiradores siberianos en Semipalátinsk, y más adelante, en 1859, se autorizó su regreso a San Petersburgo. Coincidiendo con estas fechas, el escritor ruso publicó dos obras que, basadas en su experiencias en la cárcel, conseguirían devolverle su prestigio literario: Recuerdos de la casa de los muertos (1861) y Memorias del subsuelo (1864). De significativo valor literario resultaron sus tres obras publicadas en 1866: Humillados y ofendidos, Crimen y castigo, primera de una serie de novelas que confirmarían definitivamente su reputación literaria y que hoy se considera una de sus obras más representativas, y El jugador. Asediado por sus acreedores, decidió abandonar Rusia, transitando entre una y otra ciudad (Dresde, Hamburgo, Baden-Baden, Ginebra, Florencia), golpeado por el fallecimiento de su hija y por su padecimiento epiléptico. Pese a este tipo de experiencias, publicó El idiota (1868), y El eterno marido (1869). En 1870, la publicación de Los endemoniados consiguió proporcionarle el suficiente dinero para regresar a Rusia, y será allí donde escribirá una serie de artículos periodísticos que recoge en el Diario de un escritor (1873-1880), obra en la que reflexiona, desde una perspectiva cristiana, sobre la problemática de la época. Con la publicación de El adolescente (1875) y de Los hermanos Karamazov (1879), logró conquistar uno de los lugares más altos en la historial universal de la narrativa.

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