Hoy nos visita en la Jungla el poeta Sandro Luna para hablar, entre otras cosas, sobre su último poemario publicado, La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos:
«La poesía de Sandro Luna, nada impostada, habla siempre de lo cotidiano, aunque buscando en los nimios acontecimientos y emociones de la vida un sentido que la salve del dolor y la tristeza. La enfermedad, el recuerdo y la vivencia de sus allegados y otros momentos íntimos quedan transformados con hondura y belleza por su palabra, que, además, busca siempre el calor del arte (cine, música, literatura) para dotarlos de un sentido existencial salvador y esperanzado.
Con La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos, Sandro Luna se alzó con el VII Premio Internacional de Poesía Jorge Manrique. El jurado destacó la autenticidad y profundidad de la obra, así como su gran sencillez en cuanto a la expresión y su carácter incisivo. Luis Alberto de Cuenca, miembro de este jurado, remarcó su gran originalidad al evocar al buscavidas Eddie Felson, el jugador de billar norteamericano que Paul Newman evocó en dos películas: El buscavidas y El color del dinero».
Pregunta: Sr. Luna, ¿podría compartir con nuestros lectores cuál fue la fuente o fuentes de inspiración detrás de “La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos”, su último poemario publicado?
Respuesta: Las cosas más sencillas fueron las culpables. Las cosas más sencillas siempre tienen la culpa de lo más hermoso y también de lo que es decisivo… un bisturí que no te abre la piel, te la acaricia; una cucaracha en cuyo lomo prende todo el ámbar del mundo; un puñado de frutos secos para el camino; la cabeza de mi amigo Dylan posada sobre mi rodilla mientras atardece en el cuarto; los dientes de leche de mi hija y el ratoncito Pérez; el miedo a morir de veras; los ojos azules de María; la sed; la bata de Lorena; las palmas de las manos; el zumo de naranja; los girasoles. Pero sobre todo la gratitud y la alegría que también son sencillas como una tirita o un beso.
P.: Para aquellos que aún no están familiarizados con su obra, ¿cómo les invitaría a descubrir la profundidad y la riqueza que encierra “La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos”?
R.: Pues no sé, si me invitan a un café o a una cerveza yo me ofrezco a leerles algunos poemas y luego que ellos mismos decidan si merece la pena tal profundidad o tal riqueza.
P.: En su poesía, se aborda lo cotidiano en busca de un sentido que trascienda el dolor y la tristeza. ¿Cómo logra transformar esos actos y emociones mundanas en algo mucho más profundo e infinitamente más bello a través de su palabra?
R: Esas cosas cotidianas se transcienden por sí mismas porque la transcendencia le es innata. Yo no hago nada. Yo tan sólo miro y escucho y escribo lo que ellas me dicen. Ocurre siempre que esa afectación que tienen sobre mí esas cosas cotidianas, también lo tienen sobre el resto de las personas… aquí debemos recordar aquello de Terencio: “(…) nada humano me es ajeno”. Sería muy presuntuoso por mi parte decir que tengo algún logro o alcance sobre ello.
P.: Si revisamos su biografía, observamos que ha sido galardonado en diversas ocasiones a lo largo de su carrera, desde el Premio Arcipreste de Hita en 2010 hasta el reciente VII Premio Internacional Jorge Manrique de Poesía en 2023 por el poemario que nos ocupa. En este contexto, ¿cómo percibe que ha evolucionado su enfoque creativo a lo largo de las diferentes etapas de su carrera? ¿Considera que cada reconocimiento ha dejado una marca única en su estilo poético?
R: Agradezco cada reconocimiento aunque nunca me sienta merecedor de él, pero no creo que el hecho de que algún libro mío haya merecido algún premio haya dejado una marca en mi trabajo ni en mi evolución. La evolución es siempre cronológica y sé que cada marca – lo que quiera que eso sea – es como la cruz de un mapa en un mapa que no existe. Quiero decir con esto que cada punto de inflexión en mis escritos y en mi vida tiene que ver más con la intensidad y verdad con la que vivo que con otros menesteres que, la verdad, a mí no me conciernen para nada.
A mí esto de los premios me da una vergüenza tremenda, pero entiendo que es la manera más rápida y que a menos gente compromete para publicar mis poemas. Así que el hecho de ganar premios es algo meramente accidental que agradezco con toda la humildad que me ha sido dada en esta vida. Y nada más.
P.: En “La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos”, parece explorar la conexión entre la enfermedad, el sufrimiento y la búsqueda de sentido a través del arte. ¿Cómo entrelaza estos elementos en su obra para crear una experiencia poética única?
R: “La experiencia poética única” ocurre como un pellizco en las pelotas o un mordisco en los labios. Yo tan sólo describo ese dolor o esa belleza capaz de transgredir las normas de este mundo en esa gota de sangre, por ejemplo, que es parecida al rocío, aunque duela. Si usted es capaz de ver eso que se dice en el libro como una experiencia que merece la pena ser vivida, le estoy profundamente agradecido y lo celebro con todo con cuanto me ha sido dado. Lo más sencillo es siempre lo más elevado.
P.: En el poema “No hay escapatoria”, cita a Battiato y Martha Reeves. ¿Cómo influyen la música y otras formas de arte en su proceso creativo y en la forma en que aborda la poesía?
R: Escucho música deliberadamente y a más de diez desde hace más de treinta y cinco años. Así que imagínese lo necesario que me es una melodía, ya sea de Bach o de Bob Dylan. Hace poco me fue diagnosticada hipoacusia y ando acostumbrándome a los audífonos. Así que la música en mi vida es algo irremediable, igual que esta precoz sordera que padezco, igual que este apasionamiento mío por todo lo que canta a mi alrededor y yo persigo.
Battiato, Martha Reeves son dos buenos ejemplos de la manera en que me muevo en este mundo.
P.: “La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos” parece fusionar lo íntimo con lo universal. ¿Cómo logra equilibrar la exposición de sus experiencias personales con la creación de un mensaje que conecte de manera efectiva con un público más amplio, es decir, con sus lectores?
R: Lo íntimo de veras no tiene otro atributo que lo universal. Así que aquellos que me leen – ¡Salud, cofrades! – conectan con ello porque viven con esa necesidad que es energía, con esa conciencia que les hace más vivos, con ese deseo con que nos acecha la muerte. La conexión ocurre. Lo mismo pasa con el fruto maduro, cae.
P.: Sr. Luna, en su trayectoria literaria, se le reconoce como autor de poemarios. ¿Podría explicarnos si usted se considera más un poeta que un escritor, y si ve alguna distinción significativa entre ambos términos en el contexto de su obra?
R.: Me considero un tipo que, por encima de cualquier otra cosa, ama la vida y goza con el simple acto de vivir. Pero sucede, porque me es inevitable, que esa vida y ese gozo – que también es, a veces, dolor y tristeza – encuentran su asidero en mí a través de las palabras. Yo tan sólo me limito a escuchar esa vida que me entregan, con toda su generosidad, las palabras; así que, más que escritor o poeta, soy un simple receptor. Yo tan sólo amplifico el dictado de esas vivencias sobre un papel o un Word. Así que ya ve, no sé si he respondido o no, pero es que a mí estas diferencias y atributos, en realidad, me importan bien poco. Quiero pensar que lo mío tan sólo es vivir y apurar cada sorbo. Y dejarme la vida en ello.
P.: ¿Podría contarnos un poco sobre su rutina diaria a la hora de escribir? ¿Hay algún ritual o hábito que considere fundamental en su proceso creativo?
R: Si me sentase a escribir, jamás escribiría (creo que esto lo dijo alguien ya, no me arriesgo a decir quién por temor a errar en el tiro). Lo mío es muy sencillo – al menos cuando hablamos de poesía; en ensayo, crítica y demás el asunto es distinto -. Me vienen ideas y me van volando la cabeza. Yo las apunto y se quedan ahí. Y de repente, en un momento inconcreto, parecen transformarse en un verso del que se desencadenan los demás y, entonces, puede o no darse el poema. Yo tan sólo soy un tipo atento con todo lo que ocurre a mi alrededor y, créame, es tan hermoso el baile de una urraca, el vals de una cucharilla al mover el café… nunca sé resistirme a esas cosas tan pequeñas.
P.: Si pudiera haber escrito cualquier libro en la historia de la literatura, ¿cuál elegiría y por qué?
R.: De un tiempo a esta parte – créame, le hablo de un intervalo de tiempo muy amplio – no suelo idealizar absolutamente nada más que lo que me atañe y corresponde. Creo que la misma vida te concede esa enseñanza cuando se está atento a su dictado y se es humilde, más allá de otros imperativos. Los amantes de los tópicos lo llaman, creo, relativizar. Así que me está bien que esa isla formidable sea de Stevenson o que la ballena blanca perteneciera a Melville – aunque nos corresponda a todos la obligación de perseguirla -. El Blues castellano o El don de la ebriedad bien están con sus dueños. Y los “hermanos parricidas” son hijos de ese ruso que escribía tan bien y pasó más de un mes en prisión esperando que lo fusilaran, a él le corresponde alimentarlos. No tengo más ambición, ya lo ve, que gobernar mi presente con tanto cuidado como mi corazón me deje y dar las gracias a esos tipos que he nombrado por tantas horas de aprendizaje y gozo.
P.: ¿Podría compartir con nosotros quiénes son los autores que considera sus referentes o de cabecera, y de qué manera han influido en su desarrollo como escritor y poeta?
R.: Esta pregunta da para un ensayo, así que seré conciso y hablaré de aquellos autores a los que vuelvo sin descanso una y otra vez, aún sabiendo que muchos autores importantes se quedaran en el tintero de mi cabeza.
Cuando estoy triste siempre me espera Ismael y juntos nos acercamos a Nantucket, él se enrola en el Pequod y yo leo sin aburrirme lo que sucede. Así que Moby Dick de Herman Melville es una cita ineludible en mi educación intelectual y emocional. Cuando estoy cansado porque la vida me ha machacado con aventuras e intensidades de distinta índole, sólo pienso en llegar a casa – lo que quiera que eso sea – y ahí, el viejo Homero juega un papel fundamental. Si el corazón me pide aventuras, me enrolo en La Hispaniola, tengo catorce años y conozco a Long John Silver y los ojos se me llenan de doblones. Pero, por encima de todo, siento devoción por aquellos pensadores o escritores capaces de desmarcarse de lo sistémico y avanzar por cauces propios sin miedo, con apasionamiento y vida a raudales: Hölderlin, Nietzsche, Dostoievsky, Unamuno, Simone Weil, Claudio Rodríguez, Antonio Machado, Miguel Ángel Velasco. Y, de mis más cercanos, leo con fruición y gratitud a Vicente Gallego y a José Mateos que son, a mi parecer, dignos herederos de esa tradición contemplativa y celebratoria que arrancó con Juan de Yepes.
P.: ¿Nos podría adelantar algo sobre algún proyecto en el que esté trabajando actualmente?
R.: Llevo mucho tiempo atascado con un ensayo, pero necesito tiempo, calma y concentración – o haber nacido en una familia con pasta, cosa que me permitiría comprarme el espacio que propiciara un encuentro con esa triada, por ahora, imposible – y, por ahora, el genio no me ha concedido ese deseo… así que llevo atascado en el mismo punto desde hace bastantes años, pero soy poderosamente testarudo y sé que algún día lo conseguiré escribir. Por otro lado ando corrigiendo un par de libros de poesía que se escribieron en fecha muy cercana al Eddie Felson y creo que marcan un punto de inflexión en mi evolución porque se desmarcan de su influencia y se dimensionan en otro tono y otra atmósfera. Ahora bien, lo que más me apetece y me es más inmediato es dar un poco de recorrido a La noche que a Eddie Felson le rompieron los dedos y hacer tantas lecturas como pueda – y mi jefe me deje – por diferentes puntos de nuestra geografía. Leer esos poemas para quien quiera escucharlos me pone más cachondo que cualquier otra cosa.
P.: Para concluir, nos gustaría conocer un poco más sobre usted. ¿Cómo se describiría como escritor y como persona?
R: Me gustaría pensar que soy un tipo amable y generoso y que esos atributos están también en cuanto escribo… aunque no creo que yo sea la persona más indicada para hablar sobre mí. Soy temperamental, pero no obstinado. Apasionado, pero no rencoroso. Acepto mis errores. No me supone esfuerzo pedir perdón o dar las gracias con convencimiento, sin doblez. Y agradecido. Muy agradecido. Así que gracias por estas preguntas, espero que hayan encontrado en mis respuestas su asidero.
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