17 de mayo de 2024

«El guitarrista» de Jean-Baptiste Greuze (1757, Museo Nacional de Varsovia)

«El guitarrista» de Jean-Baptiste Greuze se convierte en el escenario donde un joven, ataviado con indumentaria teatral, se afana en la tarea de afinar su guitarra. La mirada fatigada que reflejan sus ojos, ampliamente abiertos, y el aspecto desaliñado que envuelve al personaje, nos muestra la dura realidad que subyace bajo la fachada de una vida supuestamente despreocupada y juvenil. En los rasgos del joven también se puede ver un trasfondo de melancolía, en contraposición a la supuesta jovialidad. La meticulosa composición de la obra, junto con el hábil uso de la luz y de la sombra, añade más profundidad y drama a la escena. Greuze, con maestría, nos invita a reflexionar sobre la dualidad de la existencia humana, revelando cómo las apariencias pueden ser engañosas y cómo el arte puede servir como un espejo de la verdad interior.

Jean-Baptiste Greuze (Tournus, 1725–1805, París) es para mí uno de los grandes estigmas en la historia de la pintura europea del siglo XVIII. Francés hasta en los convencimientos, este pintor cabalgó entre lo excelso y lo mundano, entre lo popular y lo elitista. Tuvo en sus manos el convertirse en uno de los más reputados pintores de su época, incluso fue ensalzado en un primer momento por el controvertido Denis Diderot, el más importante crítico de arte del momento. Pero fue su insaciable ansia de populismo lo que le condujo a denigrar su arte con un estilo poco sincero y muy comercial, como diríamos en la actualidad. Sus pinturas pasaron de moda al tiempo que en todos los salones se exponían los nuevos trabajos de artistas neoclásicos como Jacques-Louis David. Greuze se puso la soga al cuello él solito, decidió retroceder en pos de la fama, y ese es el peor de los caminos que un artista puede recorrer junto al del conformismo, (en referencia a la inmortalidad, no a la sustentación de su propia existencia terrenal): la involución. Murió en vida él y sus cuadros, y por eso muchas obras de su importante contribución a la historia del arte han pasado inadvertidas hasta fechas muy recientes. El pintor francés fue sobre todo un maestro retratando escenas de la vida diaria, y mostrando en esas escenas una moral vital y certera. En cada una de sus pinturas, encontramos una narrativa intrincada que va más allá de la mera representación visual.

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