A Halid le conozco desde hace más de veinticinco años. La primera vez que le vi fue en las oficinas de la exportadora de productos hortofrutícolas donde yo trabajaba como jefe de administración. Halid acababa de aterrizar en el pueblo, eso sí, después de dar muchos tumbos por los invernaderos de Almería, por el campo de Cartagena y por las huertas de la Vega Baja alicantina.
Buscaba trabajo; de lo que fuera. Aún recuerdo el tono apasionado que le ponía a su deficiente castellano: “yo trabaja duro y tú paga poco”. Se le contrató de inmediato, por supuesto; a los dos meses o así se le regularizó el permiso de residencia y al poco el de trabajo. Unos años después, no recuerdo si dos o tres, aprovechando que yo bajaba a Tarifa de vacaciones, Halid se vino conmigo en el coche: aquellas eran sus primeras vacaciones como emigrante marroquí “legal” en España, y tenía pensado coger el ferry Tarifa-Tánger. Cuando pasamos por El Mirador, rebasada ya Algeciras y muy cerquita de Tarifa, a Halid se le pusieron los ojos rojos como tomates y empezó a llorar. Acabábamos de pasar por el punto exacto en el que arribó la patera en la que él y otros veinte inmigrantes cruzaron el estrecho de Gibraltar años atrás.
Esa fue la primera vez que presencié las lágrimas de Halid; podría haber sido la única, de no ser por la casualidad que hizo que encendiera el televisor un martes por la noche. En un canal estaban dando un reportaje de hace unos años sobre las tragedias en la frontera marroquí con Ceuta y Melilla. Para mi sorpresa, reconocí el rostro de Halid entre las personas que mostraba la cámara; lloraba desconsoladamente frente a la mortaja de un ser querido, ya sea un hermano, un primo, un tío o un amigo. Lloraba por uno de los “indocumentados” que perecieron intentando cruzar la divisoria ceutí en una fría noche de febrero; lo más trágico de todo es que logró pasar la frontera, pero su cadáver fue encontrado por la Guardia Civil en las inmediaciones de la playa de La Almadraba, en aguas jurisdiccionales españolas,
Este domingo iba a reflexionar sobre la “carta a la ciudadanía” de Pedro Sánchez, pero creo que en momentos de profunda introspección (sic) la historia de Halid tiene más empaque. Me ha recordado la importancia de mirar más allá de nuestras propias fronteras, tanto físicas como emocionales, así que:
A Halid le conozco desde hace más de veinticinco años. La primera vez que le vi fue…
Jose Antonio Castro Cebrián (Chipiona – 1974) Escritor y autor de las novelas “La Última Confesión” y “El Cementerio de la Alegría”, así como de los poemarios “Algazara” o “Anomia”, entre otras obras.
Dirige la Jungla.