12 de septiembre de 2024

Como era de esperar, Paris no acudió a la cita. Enone nunca se lo perdonó. Lo que ninguno de los dos sabía era que la vida de él dependería del amor de ella. Y, al final, murió. Pero eso ocurre muy avanzada nuestra historia.
¿Qué pasó para que Paris no apareciera?
La noche se resumió en mil vueltas en la cama. Un baño de sudor y muchas pesadillas. Cuando se despertó no se acordaba de ninguna de ellas. Tenía la boca seca y un dolor de cabeza descomunal. Cerró los ojos e intentó concentrarse, por si una imagen le reviviera un recuerdo. Nada, solo un rayo que lo atravesaba y lo fulminaba, exterminándolo hasta ser solo cenizas. 
Se levantó aletargado y aún confuso. Había decidido no decir nada. No era el momento. No podía echarle en cara a los que hasta ese momento había creído sus padres, que le hubieran mentido durante tantos años. 
Desayuno algo de queso, unos dátiles, col fermentada y pistachos. Lo regó todo con abundante vino con miel y especias. Se preparó el almuerzo en silencio, taciturno.


—Hijo, ¿te ocurre algo? Estás hoy muy callado —le preguntó su madre.


—No —mintió. 


—Bueno, ¿tú sabrás? ¿Te has peleado con Enone?


—No, cuando baje de la montaña iré a verla. No sea pesada madre. Que no me ocurre nada.
Su madre, que aunque no lo hubiera parido lo había criado y lo conocía muy bien, se dio cuenta de que le mentía y, pensando que se había enfadado con su novia, lo dejó estar.
Paris se dirigió a la cerca donde se encontraba el ganado. Lo hizo salir y comenzó la ascensión hacia la montaña. Los perros ladraban, intentando mantener ordenado el convoy. De repente, sus ladridos se hicieron más agudos, más continuos, más fuertes. Paris se alarmó. Su corazón se rebeló cuando una imagen divina se presentó en la ladera del camino. La reconoció al instante.
 Hera llegaba envuelta en un quitón de lino. Se había tocado con un velo, blanco, inmaculado y con la corona que le otorgaba el porte regio de la diosa consorte del todopoderoso Zeus.


—Que los dioses… —Paris se paró en seco—. Iba a decir que los dioses te sean propicios. Pero me doy cuenta de que sois una diosa. Así que no sé cómo os dirigís entre los dioses.


—Sin tanto formalismo —dijo Hera.
—Buenos días, pues.


—Buenos días, joven Paris.


—¿Qué queréis de mí?


—¿Has elegido, ya?


—No.


—Tienes tres días. El tiempo corre —le recordó la diosa.


—No se me ha olvidado. Pero aún no sé cómo catalogar vuestra belleza.


—Tal vez yo pueda ayudarte a eso.


—¿Cómo?
Unas horas antes, Hera estaba mirándose a una superficie pulida de acero. Lo habían llamado espejo y era capaz de proyectar la imagen invertida de las personas. Aún no estaba muy desarrollado el invento, pero… sí podías reconocer tus facciones y a ti mismo como en el reflejo imperfecto de las aguas mansas. Daba vueltas, se miraba de espaldas, de frente, de lado. Ahora sus ojos color ámbar, sus pestañas largas y rizadas, las cejas rectas. La nariz…regia—pensó. Las orejas pequeñas, los labios gruesos, el cabello fino, largo y ondulado, del color de la canela. Sin duda, era bella. Debía ser la más bella. Pero ¿cómo lo iba a lograr? Si Paris no se decidía, si un mortal no es capaz de analizar los matices de la belleza divina. Y entonces cayó en la cuenta… el soborno.
El soborno siempre funciona con los mortales. Y no se lo pensó dos veces. Bajó del Olimpo y se presenta ahora ante Paris, dispuesta a sobornar a nuestro hombre.
—¿Qué te parecería ser poderoso? Poder gobernar sobre todas las tierras.


—Nunca he querido ser rey. No tengo esos anhelos. Tendría que ver qué significa ser poderoso para desearlo.
Hera no se lo piensa y le enseña lo que es el poder. Lo arrastra al pasado, donde los hombres con poder han hecho y deshecho cuanto han querido. Lo lleva también al futuro, donde otros lo siguen haciendo. Pero no se da cuenta de un pequeño detalle, del que Paris ha sido consciente. Llegar al poder es una cosa, mantenerlo otra. ¿Cómo mantendrá el poder otorgado por una diosa? Una dignidad que no se ha ganado. Será a través del miedo, de la represión… o del amor y el respeto.
—Necesito pensar sobre ello —dice, tras el viaje al pasado y al futuro. 


—Está bien. Pero recuerda siempre lo que supone ser poderoso. Los beneficios que te reportarían a ti y a tu familia. Todo cambiaría.
A mí y a mi familia—piensa Paris. Ya no sabe quién es su familia y es algo que debe afrontar, tarde o temprano, pero debe afrontarlo.
Hera se despide. Sabe que no debe interferir más en la voluntad del joven. A veces, presionar demasiado no ofrece los resultados esperados. Paris continúa su marcha. Debe pensar. Debe elegir. Debe juzgar. 
Es su futuro, su sino, su destino y está escrito en las estrellas.

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