13 de septiembre de 2024

Hoy nos visita en la Jungla el escritor Luis Alberto Urrea para hablar, entre otras cosas, sobre su último trabajo, Buenas noches, Irene:

«¿Qué pasaría si una amistad forjada en la guerra marcase una vida para siempre?

En 1943, Irene Woodward huye de Nueva York y de su mezquino prometido para alistarse en la Cruz Roja y poner rumbo a Europa. Durante su formación, entabla amistad con Dorothy Dunford, una mujer del Medio Oeste poseedora de un apabullante ingenio. Ambas forman parte de las Donut Dollies, un selecto grupo de mujeres que viajan en vehículos militares conocidos como Clubmobiles con el propósito de ofrecer camaradería, diversión y sabor hogareño a los combatientes en el frente, y es de este modo como ambas amigas se unen a los soldados aliados que se dirigen a Francia. Durante su estancia en Europa se verán envueltas en toda suerte de peligros, desde la batalla de las Ardenas hasta la liberación de Buchenwald. Gracias a Dorothy y a Hans, un aguerrido piloto de caza estadounidense, Irene aprende a confiar de nuevo en el ser humano. Pero la esperanza de que los tres sobrevivan a la guerra se va volviendo más débil conforme pasan los días.

Tomando como inspiración la experiencia de su propia madre en la Cruz Roja, Luis Alberto Urrea rescata del olvido una historia de heroísmo femenino durante la Segunda Guerra Mundial».

Pregunta: En «Buenas noches, Irene», usted retrata la amistad y el valor en tiempos de guerra a través de personajes muchos de ellos inspirados en experiencias reales. ¿Cómo surgió la idea de explorar este tema en particular?
Respuesta: Bueno, durante la mayor parte de mi carrera literaria, he intentado ser un testigo de la frontera mexicana, del fenómeno de ser un ser fronterizo. Mi padre era mexicano y mi madre estadounidense. O, mejor dicho, norteamericana, ya que todos nosotros en este continente somos «americanos». La historia del servicio militar de mi madre —la aventura, el horror, las heridas— y su misteriosa soledad, era algo que debía ser explorado. Yo era el único que podía contar esa historia.
P.: La historia de Irene Woodward y Dorothy Dunford está inspirada en la experiencia de su madre en la Cruz Roja. ¿Cómo influyó esta conexión personal en su proceso creativo al escribir la novela?
R.: Sin esa conexión, nunca podría haber escrito el libro. Pero nunca. Imagina escuchar sus llantos a medianoche durante años. De esa oscuridad surgió la novela.
P.: En «Buenas noches, Irene», el tema de la amistad en tiempos difíciles es central. ¿Cómo cree que la literatura puede ayudar a los lectores contemporáneos a comprender mejor los desafíos emocionales y morales de situaciones extremas como la guerra?
R.: Todos sufren. El autor es un tipo de chamán, o debería serlo. Leonard Cohen y Joan Manuel Serrat, Borges y Hemingway, y Ursula K. Le Guin, la escritora que me descubrió y comenzó mi carrera, todos ellos me encontraron en mi tristeza y mi gran deseo, mi hambre. La literatura es esperanza, medicina, droga, un amor de primavera, una guitarra en llamas. Nací en situaciones extremas. Soy testigo. O al menos quisiera serlo. Es un mensaje de cariño.
P.: ¿Cuál sería el principal atractivo que destacaría para captar la atención de lectores nuevos hacia su novela?
R.: Nunca mentirles, nunca escribir en busca de una fama falsa, ser al mismo tiempo el profesor y el sirviente. Ser escritor es un asunto de egoísmo, pero para mí, es igualmente, como dijo Bunbury, ser agente del maldito duende. Como les digo a mis estudiantes en la universidad de Chicago, Lorca is watching you. Les escribo con el corazón abierto, aunque me duela.
P.: «Buenas noches, Irene» aborda eventos históricos significativos como la batalla de las Ardenas y la liberación de Buchenwald. ¿Cómo se hace para equilibrar la precisión histórica con la narrativa emocional?
R.: Empecé con las memorias de mi madre («Irene») y su mejor amiga Jill (Dorothy), una gran testigo de toda la guerra y además la encargada del vehículo, el “Clubmobile”. Realicé entrevistas, consulté documentos (aunque no había muchos), y recorrí miles de millas. Realicé todo el viaje del camión “Rapid City” con mi esposa y nuestra hija, Rosario Teresa. Comenzamos en Nueva York y visitamos cada museo de la guerra, siguiendo camino a Inglaterra, Francia, Alemania, etc. Vimos la casa donde vivieron, la base de aviones en Cambridgeshire, y seguimos hasta Buchenwald, conduciendo por los mismos caminos. Y, claro, tuve toda la tremenda colección de archivos de mi madre: fotos, cartas, documentos, recuerdos. Aunque más fantástico aún fue contar con Jill, la última sobreviviente, con sus memorias y miles de documentos.
P.: En su carrera literaria, ha explorado géneros que van desde la no ficción hasta la poesía y la ficción. ¿Cómo cree que estas diferentes formas de escritura se enriquecen mutuamente en su trabajo?
R.: Diría que son movimientos distintos en una obra musical. La novela es lo más glorioso para mí. La no ficción le sigue, pero en realidad, todo es “cuento”. Mi amor más antiguo es la poesía. Una de mis novelas más queridas se titula «La hija de la esperanza» («The Hummingbird’s Daughter»). Siempre he dicho que esa novela es, en secreto, una colección de 30000 poemas haiku. Para escribir una epopeya sobre los hechos de mujeres en una guerra mundial, debe ser una novela amplia. Pero si has visto el rocío en la cara de un girasol, eso debe ser un poema.
P.: Su novela «La casa de los ángeles rotos» fue finalista del National Book Critics Circle Award. ¿Cómo ha evolucionado su escritura desde entonces, especialmente en términos de temáticas y enfoques narrativos?
R.: Esa pregunta me ha asustado. Cada libro es distinto y, de cierta forma, cada uno es igual al otro. Si no hay evolución, estamos observando una extinción. El autor es un dinosaurio atrapado en el lodo. «Irene» es una evolución para mí. Es todo.

P.: Usted enseña en la Universidad de Illinois Chicago y vive en las afueras de Chicago. ¿Cómo influye el entorno urbano y académico en su trabajo creativo?
R.: Me pagan bien y me dan un santuario. Lo mejor es trabajar con los estudiantes, los escritores. Chicago, claro, es una ciudad de maravillas. Pero lo mejor es trabajar unos años con mis estudiantes y verlos publicar sus obras de literatura. Vivo fuera de la ciudad, y lo que más me afecta es nuestro jardín. La ciudad nos da regalos de arte, teatro y mucha música. Pero… ¡quisiera vivir en Tarifa!
P.: ¿Cómo es su rutina a la hora de escribir? ¿Tiene algún ritual o hábito particular que le ayude a mantener la inspiración?
R.: Bueno, me levanto por la mañana, tomo café y empiezo a tocar música. Y la perra se duerme entre mis pies.
P.: ¿Hay algún libro en particular que le hubiera gustado escribir, ya sea por su impacto cultural o por cómo ha influenciado su propia obra?
R.: Sí. Este libro de los dolores de Irene, «The Hummingbird’s Daughter», «The Devil’s Highway», «The House of Broken Angels». Y todos mis libros de poesía, especialmente «Piedra».
P.: ¿Tiene usted autores a los que considera fundamentales en su formación literaria, autores de cabecera?
R.: Por Dios, ¿cuántas páginas tienen disponibles para la entrevista? Miles y miles de autores.
P.: La literatura puede tener un impacto profundo en los lectores, tanto individual como colectivamente. Desde su perspectiva como escritor, ¿cuál cree que es el papel de la literatura en la sociedad contemporánea?
R.: Nos cura, nos da esperanza, nos hace sangrar. Si eres un muchacho pobre en una vecindad jodida, te hace cantar. Y nos da heridas sagradas.
P.: ¿Podría compartir con nosotros algún proyecto en el que esté trabajando actualmente o alguna idea que le esté rondando para una próxima obra?
R.: Les comparto el secreto. Es una novela titulada: «Las Cebras de Tijuana». Una picaresca en parte inspirada por los cuentos pícaros de Cervantes, mi compa. Y estoy construyendo una antología de mi carrera como poeta. Honestamente, si no estuviera en una gira perpetua, estaría preparando diez libros nuevos.
P.: Para terminar, y como es costumbre aquí en la Jungla, háblenos un poco de usted. ¿Cómo se describiría como escritor y como persona?
R.: Soy abuelo, pero tengo siete años.

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