15 de febrero de 2025

Tres días. Tres días sin contar con aquella insólita tarde en la que los dioses se hicieron carne ante Paris. Tres días en los que tendría que juzgar algo tan sutil y subjetivo como la belleza. ¿Quién era él o quién era cualquiera para decidir qué era bello y qué no? ¿En qué se tendría que fijar, si a priori las tres diosas le habían parecido seres majestuosos y tan bellos que dolía la vista con el mero hecho contemplarlas?
Marchaba a casa cuando encontró Enone que, como cada tarde cuando el sol jugaba al escondite con la luna, lo esperaba sentada en la ladera del camino.
— ¿Paris, te ocurre algo? Te veo diferente.
—Sí, querida.
—¿Qué ha pasado?
—No te lo vas a creer.
—Has tenido que correr detrás de una cabra disloca—interrumpió Enone divertida, al darse cuenta de que en las palabras de Paris no se intuía preocupación.
—Ojalá, hubiera sido más fácil.
—No me tengas en ascuas, que siempre me haces lo mismo.
—Vale, pero me tienes que creer.
—¿Te tengo que creer? ¡Qué intriga!
— Voy a ser juez y soy…—dijo bajando el tono hasta que y soy sonó imperceptible. No se atrevió a contarle a aquella ninfa para la que él significaba todo lo que le habían revelado los dioses. No podía decirle que era noble, que su vida había sido un engaño, que su relación era un engaño, fruto más bien de la costumbre y de la resignación más que del amor y la pasión. Y decidió callárselo, esconderlo en un rincón oculto de su corazón.
—¿Juez? —Enone lo miró incrédula como si entendiera que había algo más allá, escondido en sus palabras—¿De algún concurso de lidia? Tú eres bueno en eso, no me extraña que te lo hayan propuesto, tus toros son los mejores y tu técnica…
—No. No te lo imaginarías jamás—le interrumpió el parloteo. Paris sabía que, si no la cortaba, Enone se haría dueña de las palabras y de la conversación.
—¿Entonces?
—De belleza.
Enone soltó una carcajada.
—¿De qué te ríes, mujer?
—Perdona, no me lo esperaba. ¿De algún toro o alguna vaca, de esos concursos que hacen en la ciudad?
—No, de tres diosas— soltó como huracán que impactó con la conversación de Enone y arrasó con sus palabras.
Las facciones de Enone se transformaron en un gran signo de interrogación. Por un momento pensó que Paris se estaba quedando con ella, pero enseguida se dio cuenta de que lo decía en serio.
— ¿Pero ¿cómo un mortal va a juzgar la belleza de los dioses y menos un pastor? Me parece peligroso, porque las que rechaces pueden vengarse de ti, sabes cuán impredecible son los inmortales— Enone sintió miedo por su amado.
—Lo sé, amor, pero es Zeus quien lo ordena y debo obedecer. He pedido clemencia y les he dicho lo mismo que tú, que la belleza no se puede juzgar por un simple hecho objetivo, que es algo que no se puede definir y menos la de los dioses, que la belleza también debe depender de algo más que simplemente del físico. Según creo debe ir acompañado de otros adornos.
—¿Cómo cuáles?
—La bondad y la virtud, pero no sé si esos son solo atributos humanos y los dioses poseen bondad y virtud a la vista de lo que son capaces de hacer con los humanos. Ellos nos castigan por impiedad y, sin embargo, son los primeros en cometer los crímenes más atroces.
—No hables así. Me asustas.
—Está bien.
— ¿Has decidido?
—No aún no. Tengo tres días para pensar.
—¿Pasamos la noche juntos? —pregunta Enone, mientras su corazón se constriñe por el extraño presentimiento de que será la última.
—No, tengo que hablar con mis padres —Paris tiene una conversación pendiente con los que ha creído sus padres durante tantos años, necesita saber la verdad y que salga de sus labios. No le dice nada a Enone.
—¿Mañana?
—Mañana a medio día nos vemos en nuestro riachuelo, ¿vale?
Enone acepta, aunque algo le dice en lo más profundo de su ser que no acudirá a la cita.

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