28 de abril de 2024

© Kaike Rocha

Hace unos días llegó a mí un vídeo corto de una red social que capturó mi atención. No era un vídeo espectacular, ni tampoco de esos en los que la gente sin vergüenza se pone a hacer «el oso y la mona». Por ser, no era ni bonito. En él aparecía una cinta continua, cual cadena de montaje, donde unos muñequitos estáticos pasaban por debajo de tres arcos en distintos puntos del recorrido: la familia, la escuela y el trabajo. A continuación, los hieráticos humanoides iban cayendo al precipicio de los desechos. Sé que es un reduccionismo extremo de la vida del ser humano, pero también es una metáfora de cómo la sociedad nos encarrila y evita por todos los medios que nos cuestionemos. Ya hace años, Martin Heidegger, en su obra ¿Qué significa pensar?, afirmaba que lo que más merece pensarse en nuestro tiempo problemático es el hecho de que no pensamos. La mecanización de Occidente ha determinado nuestro comportamiento social. La tecnología ha sido el fenómeno que ha transformado al hombre y a la sociedad de la forma más rápida y vertiginosa. ¿Acaso nos hemos convertido en un simple engranaje cuya misión es la de producir y consumir, según el concepto de Ernesto Sabato?

Obviamente el vídeo me hizo pensar y me recordó a la visionaria novela Un mundo feliz (1932) de Aldoux Huxley. La novela es una distopía que predice un futuro deshumanizado, que usa la tecnología para cultivar humanos y producir alteraciones genéticas de acuerdo a un sistema de castas. Las emociones son controladas por medio de drogas que cambian radicalmente a la sociedad. Un mundo feliz describe un mundo utópico, ilusorio, tecnológico, altamente regulado, donde la humanidad es permanentemente feliz y donde no existen guerras, ni pobreza. Las personas se sienten libres, tienen buen humor, son saludables y tecnológicamente avanzadas. Detrás de esta perfección está la crítica mordaz e irónica de Huxley, ya que el Estado Mundial, el órgano que gobierna el «mundo feliz», lo hace mediante la eliminación del individuo, la familia, la diversidad cultural, el arte, la ciencia, la literatura, la religión y la filosofía. En el relato se prescinde de todo rastro del ser individual y de sus relaciones y lazos que caracterizan al ser humano. Los individuos no pueden razonar y carecen de libertad propia; al contrario, deben pensar y actuar de acuerdo a los roles de la casta asignada. Todo está controlado por el sistema y las máquinas, que por encima del ser humano, determinan su desarrollo y hacen que pierda la identidad. Es una sociedad mecanizada y deshumanizada en la que los individuos creen que son libres; sin embargo, están diseñados y controlados desde su creación por un Estado que quiere garantizar la «felicidad».

Sin duda que Huxley fue un visionario, pues se aventuró a escribir una novela para explicar, desde la ficción, a dónde nos podría conducir la mecanización y la tecnología. Sería falso afirmar que nuestra sociedad es tal cual la describe el autor. Sin embargo, si consideramos toda su novela como una metáfora, es inevitable encontrar muchas similitudes. Hemos creado un entorno artificial en el que vivir y nuestro estilo de vida se ha visto modificado por la tecnología a una velocidad superior a la de la luz. El 90% de la existencia del ser humano ha ocurrido en la sabana africana. Esto significa que nos hemos ido adaptando a los cambios lentamente en el devenir del tiempo. Lo que nos ocurre hoy es como si dispusiéramos de un segundo para adaptarnos a unos cambios que normalmente tardaríamos miles de años.

Nuestro estilo de vida actual y los condicionamientos sociales parece que están dejando poco margen al individuo. La vida de muchas personas se centra en el trabajo para subsistir o para poder pagar los productos y servicios que consume. La publicidad nos bombardea y genera necesidades ficticias porque la producción hay que consumirla. Las llamadas redes sociales se han convertido en una fuente de entretenimiento y de influencia, donde prescriptores de todo tipo dan consejos irresponsables y sin conocimiento. Por supuesto que hay notables excepciones, pero las personas parecemos proclives a consumir contenido de pensamiento débil.
A pesar de los innegables avances de salud y bienestar físico, nuestra sociedad está padeciendo una salud psicológica frágil que se manifiesta en forma de estrés, ansiedad, depresión y trastornos diversos. Es un tema todavía un poco «tabú» porque, en el imaginario colectivo, acudir al psiquiatra, psicólogo o terapeuta conlleva la etiqueta de la «locura». Sin embargo, hay hechos incuestionables. Por ejemplo, España es uno de los países del mundo donde más ansiolíticos y antidepresivos se consumen, con un incremento exponencial en los últimos años.

Es muy pertinente, ya de forma individual, que nos preguntemos, que nos cuestionemos, que pensemos… ¿Hasta qué punto mi estilo de vida me proporciona satisfacción? ¿Me siento con total libertad y autonomía para dirigir mi propio destino? ¿Tengo un propósito en la vida o sigo el de otros? Y la última y única de las preguntas: ¿soy feliz?

¿Qué nos quedaría del individuo si lo despojáramos de todo esto?:

  • La personalidad, metas y aspiraciones.
  • La libertad para decidir su destino.
  • Las emociones.
  • El pensamiento y sus manifestaciones culturales, científicas, filosóficas…
  • La creatividad y las expresiones artísticas y literarias…

Y en su defecto, le garantizamos:

  • La felicidad del consumismo.
  • El entretenimiento de las redes sociales.
  • La tecnología para construir e imaginar un futuro.
  • Los fármacos para calmar los males del espíritu.

Los dos escenarios dibujan realidades muy distintas. Seguramente pienses que estoy haciendo trampas, y es verdad, porque te gustaría escoger algo de cada uno de los dos escenarios. Pero mi propósito es el de retar a tu pensamiento. ¿Acaso vives en una prisión sin muros en la que ni siquiera sueñas con escapar?

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