Retrato de Dolly (Kees van Dongen, 1911)
En 1905, en una de las numerosas exposiciones de pintura que se organizaban en la capital francesa, se incluyó en el Salón de Otoño de París una sala repleta de resplandecientes oleos cargados de colores puros y en sumo grado contrastantes. Estas obras parecían modeladas con un gran entusiasmo y una pasión desmedida. Uno de los más influyentes críticos de arte de la época, Louis Vauxcelles, al ver estas pinturas, no dudó en apodar a sus creadores como les fauves, “bestias salvajes”; el título se les quedó para siempre, y el ismo se desarrolló desde aquel mismo momento. Este “salvajismo” se manifestaba con pinceladas dinámicas, colores vivos y penetrantes y una precisa profundidad en las pinturas, capaces de evocar un mundo fantástico a quien las contemplara, libre y alegre de exaltada emoción y exuberante color. Estos vanguardistas de principio del siglo XX rompieron con la pintura académica y fueron el centro de la creación y experimentación en el arte contemporáneo, siendo coetáneos con otros movimientos de igual importancia para la cultura. Lo que quizá le daba más entidad al fauvismo, en comparación a otras doctrinas o corrientes artísticas, fue la nueva actitud del artista frente a la realidad. La propia filosofía imperante empujaba al artista a la experimentación, a la evolución desde el impresionismo y el postimpresionismo de finales del siglo XIX, teniendo como premisa principal el rechazo a lo obsoleto; los adelantos técnicos, el progreso, la innovación, eso era lo moderno.
Quizá de los que cultivaron el fauvismo el más conocido es el precursor de este movimiento, Henri Matisse, pero si yo tuviera que elegir a uno como el más representativo de todos, escogería a Cornelis Théodorus Marie van Dongen (Róterdam, Holanda, 1877 – Mónaco, 1968), más conocido como Kees van Dongen. Holandés de nacimiento, este pintor se estableció en París y adoptó la nacionalidad francesa en 1929. A lo largo de su vida participó en varias corrientes artísticas, entre ellas el fauvismo y el impresionismo, tal y como se advierte en su uso enérgico del color puro. Van Dongen fue un joven dotado de talento precoz, al que le llegó el éxito muy pronto, eso le permitió llevar una vida extravagante a partir de los treinta años. Fue capaz de ilustrar como nadie la degeneración de la burguesía parisina con cuadros rebosantes de color y aparente contento, un tema recurrente suyo también fue la prostitución, vista siempre desde la perspectiva de las prostitutas, las cortesanas y su ambiente. Hay quienes piensan que el artista desperdició su gran talento cuando comenzó a pintar retratos de personajes femeninos de moda, obras de su catálogo que no tardaron en pasar desapercibidas.
Pero lo que nadie puede poner en duda es que era un maestro del color, como queda demostrado en el retrato que le hizo a su hija Dolly. La niña está plasmada en el lienzo con superficies lisas y decorativas de intenso colorido, los delicados tonos verdes que utiliza para construir el rostro y los ojos rasgados y ennegrecidos y los rojos labios a juego con la cinta que asoma por debajo del sombrero, evocan sensualidad y un estilo exótico muy bello.
Rosa Villalejos. Filóloga clásica y crítica de arte. Explora la esencia de la antigüedad y la creatividad contemporánea con idéntica pasión.