13 de julio de 2025

Hoy nos visita en la Jungla la poetisa María Dolores Fernández Cros para hablar, entre otras cosas, sobre su último poemario, El tiempo desacertado:

«El tiempo desacertado es un poemario que se adentra en ese instante suspendido donde la espera se transforma en duda, en rebeldía silente, en deseo de una verdad sin dolor. Con una voz lúcida y a veces profética, estos poemas iluminan las grietas de una existencia impuesta y rescatan, entre el desencanto y la ternura, lo que aún merece ser nombrado».

Pregunta: Usted ha desarrollado una intensa trayectoria clínica en el ámbito de la salud mental y, al mismo tiempo, una escritura profundamente atenta a los procesos de conciencia. ¿Diría que su trabajo como neuropsicóloga y psicoterapeuta ha permeado su forma de escribir poesía, o ambas prácticas responden a lenguajes distintos de indagación?
Respuesta: No podría separar ambos lenguajes firmemente, porque creo que forman parte de un único idioma. Sin embargo, pese a cierta convergencia formal y de contenido, creo que sirven a funciones distintas, y eso es lo que les diferencia. El lenguaje que empleo como psicóloga puede resultar muy técnico en ocasiones, y en otras muy emocional y sensible; el poético responde a lo emocional y sensible, pero conduce a imágenes de mayor abstracción que desde la psicología no serían útiles en según qué contextos. En definitiva, desde el punto de vista de la indagación, quizá tengan un origen común, pero desde la expresión pueden resultar muy distintos, y yo diría incluso que deberían serlo.

P.: «El tiempo desacertado» interpela al lector desde una voz que no busca consolar ni explicarse, sino nombrar lo que duele. Si tuviera que abrirle una puerta a quien aún no se ha acercado a su obra, ¿qué tipo de lector cree que encontrará en este poemario un lugar necesario?
R.: Este poemario es el lenguaje de la rebeldía a la que el tiempo no acompaña, y que mantiene el pulso a la inocencia del deseo de cambio en el mundo como órgano natural y social. Yo diría que es un texto que puede satisfacer las expectativas de lectores que buscan un mensaje con contenido social y consciente acerca del mundo en que vivimos, más allá de temas demasiado manidos o dulcificados en una parte de la poesía más reciente. Este poemario puede producir inquietud y una profundización molesta en lo que no se quiere nombrar, pero es algo necesario de decir y, a veces, de gritar.

P.: El libro parece situarse en ese umbral donde la conciencia se vuelve porosa y el tiempo deja de obedecer a una lógica lineal. ¿Cómo fue abordar ese territorio de la espera, de la interrupción, como materia poética?
R.: Fue algo espontáneo porque el poemario parte del hecho de la espera misma; es decir, efectivamente el texto intenta ilustrar que es muy posible que ya no dé tiempo a que los monstruos que infectan los cerebros no vacunados contra la indiferencia puedan escapar de la enfermedad de la ignorancia, por poner un ejemplo. Deseemos lo que deseemos, necesitemos lo que necesitemos, no parece muy probable que ello converja en coherencia y justicia morales, y, en el momento histórico en que vivimos, no lo vamos a lograr ni de la mano del tiempo. El tiempo en este siglo no va a tener la dimensión que precisa para ser útil, el tiempo tampoco puede esperar más, pero hay que tomar conciencia de que así ha sido durante toda la historia de la Humanidad. Es como si el tiempo siempre hubiera sido, y continuara siendo, desacertado; o que el ser humano no sepa aprovechar el tiempo que tanto se esfuerza en pedir.

P.: Hay en su escritura una tensión constante entre la necesidad de decir y la conciencia de lo inefable. ¿Cree que la poesía tiene hoy la capacidad de sostener lo que otras formas de discurso ya no pueden?
R.: Formalmente, diría que la poesía puede sostener cualquier cosa; universalmente, me atrevería a decir. Pero como instrumento de cambio, vadearíamos el exceso de ambición si creyéramos que el lenguaje poético tiene la capacidad de concienciar al mundo per se. Para alterar el mundo se necesitan muchos otros instrumentos más allá de la poesía: determinación, sentido de la justicia, empatía, compasión, generosidad. Y eso debe instalarse en todas las actividades y capas de la sociedad para que la poesía pueda calar como lenguaje representativo o discursivo. Más adelante, aunque la poesía respondiera a esa necesidad social, es posible que surgiera la duda de si se acabaría convirtiendo en el lenguaje de la perversidad, tal como se modifica con el tiempo el lenguaje del cambio social, y eso sí que interpela al temor, dado que cualquier tipo de lenguaje puede influir en cualquier persona y en cualquier sentido. Esto es así porque el lenguaje lo hacemos las personas, y la evolución justa depende solo de nosotros. Incluso el poeta podría ser injusto y amoral. Tal como la sociedad humana.

P.: El título sugiere una suerte de desfase, de discordancia con el tiempo que se vive o que se impone. ¿Ese tiempo desacertado es también una forma de resistencia, una declaración de intemperancia frente al lenguaje dominante?
R.: El tiempo es allí donde existimos, y el poemario quiere centrarse en su transcurso para perseguir la resistencia, la lucha, la ilusión… o incluso para comprobar los efectos de la rendición… Cualquier deseo o cualquier consecuencia, cualquier momento de la vida es tiempo, y el libro quiere expresar que probablemente (deja una pequeña rendija al optimismo) estamos viviendo un tiempo desacertado para cualquier evolución del concepto de justicia en el mundo, sin distinciones; los derechos y obligaciones que deberían involucrarnos como seres conscientes no parecen llegar a tiempo (desacertado tiempo) en las circunstancias siquiera más imprescindibles.

P.: A lo largo del libro se percibe una tensión constante entre lucidez y extrañamiento, entre lo que se acepta y lo que se resiste. ¿Qué papel cree que juega esa ambigüedad —casi existencial— en la forma en que se articula el lenguaje poético en su obra?
R.: Creo que la ambigüedad es una de las características más definitorias del pensamiento humano, y por ello más rechazadas. Se supone que un ser pensante, dentro de su “lógica”, debería ser coherente, pero no lo es. En esa contradicción y la perplejidad que la circunda se construye el texto: el ser humano, el pensamiento humano, son pura contradicción.

P.: En su escritura se habla desde un lugar habitado, encarnado: el cuerpo, la rabia, la memoria. ¿Considera que esa corporalidad del lenguaje es una forma de situarse éticamente frente al mundo?
R.: El lenguaje es producto de nuestros sentidos; la sensibilidad es el motor primario en los seres humanos, y de ella surgen las emociones; en cuánto de distantes sean las emociones de lo que la persona percibe y piensa estará la base de su malestar. De ahí que sean siempre los sentimientos los que articulen cualquier tipo de lenguaje y de posición ética vital, que no por ello va a presumir de coherencia y uniformidad, pese a ser lo que el entorno persevera en exigirnos. Y no olvidemos que nuestro entorno está regido por otros seres humanos. La situación frente al mundo siempre va a ser resultado de una relación recíproca en la que una gran mayoría de nosotros tiene elección frente a lo que percibe dentro de su sistema moral. El tiempo desacertado refleja un espacio moral que acepta o rechaza, que elige o se inhibe, que actúa o se detiene.

P.: ¿Cómo es su relación cotidiana con la escritura, con la poesía? ¿Tiene usted una rutina o más bien se deja llevar por momentos de irrupción?
R.: Crear una rutina no me ayuda especialmente, porque anticipo que el texto puede ser hermoso, pero la conciencia ha de ser espontánea, y yo escribo la transcripción de mi conciencia como respuesta al mundo, tal como surge y evitando la corrección política. Mi texto siempre es resultado de respuestas a lo que percibo, lo que percibo en el día a día a través de mis propias reacciones y las del entorno. Cuando eso ocurre, anoto, apunto, y cuando dispongo del tiempo suficiente lo escribo, lo reescribo, doy forma, cambio… hasta que ese primer proceso está agotado. Posteriormente, le doy cuantas lecturas y hago tantas modificaciones como sean necesarias hasta que ese texto inicial exprese identitariamente su qué y su cómo, que viene a ser como leer el texto y que no muestre contradicciones con lo que realmente he querido decir y con cómo me quiero sentir al acceder a él. En ese sentido, hago una lectura “desde fuera” y me pregunto si eso es algo que yo leería con placer, y si la respuesta es “sí”, adelante, probablemente ya esté terminado.

P.: Si pudiera elegir un libro ajeno como propio —no por imitación, sino por admiración profunda—, ¿cuál sería, y qué le conmueve especialmente de él?
R.: Cumbres Borrascosas fue el primer libro en el que aprecié lo complejo de describir las contradicciones, los instintos y los tormentos de un personaje. Creo que, dentro de su contexto histórico y social, Emily Brönte escribió un libro irrepetible. Cuando has finalizado la historia, no es fácil saber de qué lado estás, y creo que eso es lo que enriquece una historia: permitir que sea el propio lector el que le dé sentido en consonancia con su propia identidad. Creo que es un ejercicio literario inigualable. Si además consideramos que fue la única novela de la autora, toma un carácter casi determinante desde cualquier criterio en que se observe. También me sentí profundamente influida por Las uvas de la ira. Cómo narra John Steinbeck el éxodo de los agricultores americanos, la forma en que su país los abandona y cómo se vinculan entre ellos mismos a través de otras formas de abandono me impresionó muchísimo emocionalmente y aún hoy me sigue impresionando. Es un libro siempre pendiente de releer, y en estos tiempos convulsos en que la sociedad se encuentra en un ciclo similar, cobra aún más sentido, si cabe, su lectura.

P.: ¿Hay autores o autoras que la acompañan desde siempre, cuya lectura ha sido una forma de compañía o de confrontación a lo largo del tiempo?
R.: Leo desde muy temprana edad y no podría decir que eso haya ocurrido como algo habitual. Sí ha habido libros y autores cuya obra me ha influido personalmente por etapas, con las consecuencias que eso haya tenido posteriormente en mi vida o en mis textos. Quizá a lo que más he acudido cuando he tenido necesidad evadirme a través de la lectura, cuando he sentido la urgencia de profundizar en vidas e historias ajenas han sido autoras clásicas, como las hermanas Brönte o Jane Austen; también autoras más cercanas en el tiempo, como Irene Nemirovsky, y más cerca aún, Lucia Berlin. Podría decir que ahí se fue gestando una parte de mi necesidad de rebelarme contra lo impuesto a través del texto poético. También ha supuesto un descubrimiento para mí desde todo punto de vista la obra de Knut Hamsun, un capítulo aparte en la narrativa contemporánea. Respecto a la poesía, Charles Bukowski, E. E. Cummings, Anne Carson, Wisława Szymborska, Louise Glück, Maya Angelou y Begoña M. Rueda siempre son unas de las más importantes referencias. Leo también con cierta periodicidad novela negra (Winslow, Lehane, Nesbo, Connelly) porque, en mi opinión, cobra mucho sentido convertir la violencia en historias que seamos capaces de afrontar como una forma sana de canalizar lo inaceptable de nuestro día a día.

P.: ¿Se encuentra ahora inmersa en algún nuevo poemario o proyecto literario del que pueda adelantarnos algo?
R.: Tengo varios proyectos en curso, uno de los cuales parece que está tomando la forma esperada. En términos generales, versa sobre la fiabilidad de la memoria y la interferencia de la vida presente en los recuerdos. Me refiero a que, cuando recordamos, también estamos recibiendo una información, involuntaria o voluntariamente, que tiene su propia vida asociada a la evocación de circunstancias pasadas, y quiero reflejar ese proceso como algo inesperado pero totalmente natural, vinculado a la propia evocación y sin el cual la carga emocional de los recuerdos no sería la misma. No obstante, un libro en proceso tiene un curso propio que a veces parece independiente quien escribe y que puede sorprender. Personalmente, no es algo que me incomode, por lo que habré de verlo terminado para conocernos como buenos amigos.

P.: Para concluir, y como es habitual en La Jungla de las Letras, permítanos una pregunta más íntima: ¿cómo se definiría usted, tanto en su faceta de escritora como en la personal, más allá de los márgenes del libro?
R.: Creo que dar una definición de una persona es algo que constriñe la propia definición, y en el caso de una misma puede resultar aún menos fiable. Como escritora, he escrito y roto papel desde siempre hasta que encontré el lenguaje que podía ser rescatado o reconocido como propio, con las cualidades mínimas esperables por mí misma, razones por las que el trabajo de escribir ha demandado con rotundidad su lugar en mi vida de forma bastante tardía. Como persona, simplemente soy alguien que observa y siente, que tiene una relación incómoda y difícil con el mundo, y que oscila entre la decepción, la rendición, la rebeldía, la lucha y la justicia a partes iguales.

2 comentarios en «Entrevista a María Dolores Fernández Cros»

  1. Muy interesante entrevista. Tengo el privilegio de conocerla y puedo ver su valor humano en sus textos. Su obra: un recordatorio para las conciencias.

Deja un comentario

Copyright ©2009-2025 LaJUnglaDElasLETras