27 de julio de 2024

Invocando a la Musa es como comienza la primera obra de la literatura occidental «La Ilíada». La musa ese ser etéreo y onírico, ese ser que habita en nuestra imaginación y que los dioses identificaron no con una sino con nueve mujeres. Sinónimo de inspiración, creación, arrebato y estímulo.
Las musas, hijas de Mnemosine, diosa de la memoria como su nombre recuerda, y de Zeus, fueron concebidas (como no) de una manera extraordinaria para cualquier ser humano, pero lo de los dioses es otra cosa. Durante nueve noches consecutivas Mnemosine y Zeus vivieron libremente su amor sobre la nevada cumbre de la montaña Pieria. Fruto de esa pasión desenfrenada Mnemosine, transcurridos los preceptivos nueve meses, dio a luz a nueve niñas: una por cada noche de amor, una por cada mes de gestación.
Nacieron ya adultas y adornadas por los atributos que las harían reconocibles para los mortales. Se les dio un nombre parlante, es decir, un nombre que identificaría qué campo del saber se les había reservado.
A Clío le correspondió ser la reina de la historia; Euterpe, la muy placentera, inspiró la música; Talía, la floreciente, asiste a la comedia y la poesía pastoril; Melpómene, la melodiosa, apoya a los autores de tragedia; Terpsícore, es la que deleita en la danza; Erato se dedica a transmitir las palabras que hablan de amor; Polimnia, la de los muchos himnos, dedica sus esfuerzos a la poesía sagrada; Urania, la celeste, comparte con los mortales los secretos del cielo estrellado; y por último, Calíope, que al ser la primera por nacimiento se le concedió la supremacía y gobierno de todas ellas, se dedicó a inspirar a los poetas épicos. A ella es a quien Homero dedicó su Ilíada.
Fue Calíope la responsable de que Homero contara la cólera de Aquiles, porque la Ilíada, en contra de lo que se cree, no cuenta la guerra de Troya, sino que se centra en un personaje en particular, en Aquiles y los últimos cincuenta días de esta guerra que traspasó fronteras de espacio y de tiempo hasta llegar hasta nosotros.
La guerra había empezado más de nueve años antes. La Ilíada nos transporta al décimo año de la contienda. Los griegos habían llegado a aquellas cosas, que gracias al alemán Heinrich Schliemann podemos situar en Turquía en la colina de Hisarlik, a causa de una invitación de boda.
¿Pero cómo puede ser que una invitación de boda desembocara en una guerra de la que todos hemos oído hablar alguna vez?
Pues bien, fueron en las bodas de Tetis y Peleo, una nereida se casaba con un mortal, a instancias del todopoderoso Zeus, padre de dioses y de hombres. Había obligado él este matrimonio, porque un oráculo había predicho que el ser nacido de la unión con Tetis destronaría a su padre, así que para evitar males mayores decidieron que ella se casara con un mortal, para quien que un hijo te destrone no supone un gran perjuicio. Invitaron a mortales e inmortales a aquella sonada boda, pero se olvidaron de alguien: Eris, la diosa de la discordia (¿no os recuerda a ningún cuento popular?). Y Eris hizo lo mejor que sabía: sembrar discordia.
Se presentó en la boda y, viendo que se había formado un corrillo de tres diosas que hablaban tranquilamente sobre los últimos cotilleos del Olimpo, se dispuso a actuar. Llevaba consigo una manzana de oro que había cogido del mismo jardín de las Hespéridas. Con letra legible escribió “kallistí” que significa literalmente para la más bella y la lanzó en medio de las tres. Una de las diosas la recogió del suelo y leyó el mensaje en voz alta. La vanidad actuó y no se pusieron de acuerdo sobre para quién sería aquel mensaje envenenado.
Se dirigieron a Zeus para que eligiera, pero a él no le gustaban los problemas y menos entre mujeres, así que buscó la ayuda de un mortal. Un hombre cuya fama había llegado hasta el mismísimo Olimpo…

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