2 de mayo de 2024

¿Alguien puede confirmarme que la O.N.U. (la Organización de las Naciones Unidas) haya “decretado” ya el fin del estado de hambruna en Somalia? Anoche, ordenando un baúl-desastre, me encontré con un periódico del 2011. En aquellas amarillentas hojas se hacía eco de la carestía extrema que se vivía en ciertas regiones del sur de aquel país; la agencia EFE informaba que aún no se había «decretado» el fin del estado de hambruna, y que la O.N.U., por mediación de su secretario general, volvía a pedir a la comunidad internacional, al igual que lo hizo en 2009, su cooperación y sus recursos para que ese pobre y desolado país africano encontrara de una vez por todas su dignidad, la humana y la existencial.
Estamos en 2024, han pasado trece años desde entonces y nada ha cambiado. Casi un millón y medio de niños en Somalia, prácticamente la mitad de la población menor de cinco años, padecen desnutrición aguda debido a una pertinaz sequía que parece eterna, y alrededor de unos trescientos treinta y cinco mil, casi una cuarta parte de esos niños, padecen desnutrición aguda.
Este tipo de noticias desalientan al ser humano, lo deshumanizan. Aún hoy mueren de hambre hasta mil ochocientas personas al día en países como Kenia, Somalia o Etiopía. Algo demencial. ¿De verdad que sólo somos inmunes al dolor que aprieta en otras costillas? ¿Se desconoce, se desconocía el alcance de la hambruna en el mundo?
Las palabras son mudas e inútiles ante la desgracia si éstas no son capaces de convertir un mensaje en hechos. Aunque estos hechos sólo sean gritos de rabia.
Estoy pelado de escuchar noticias que me desgarran el alma, de padecer en mi conciencia pesos que a veces no me corresponde soportar, o eso creo, y otras sí; estoy cansado de escuchar, de ver sin abrir los ojos, dolorido de sentir remordimientos por otros, en ocasiones congoja de no tener esperanza de que algo cambie en este mundo.
No hay nada tan ridículo como sentirse triste y no saber evitarlo. Es increíble la capacidad que tiene el ser humano de olvidarse de su espíritu, de su esencia, y de hacer de la vida una huida insubstancial, sin límite ni propósito.
Sin límite ni propósito, eso lo sé muy bien…

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