2 de mayo de 2024

La Constitución Española nació siendo una señorita remilgada y de punto fino, muy recatada ella, ¡nació la última moza de la vieja Europa! Entiendo que en aquellos futuros tiempos de entonces a la señorita no le gustara que le plegaran como remate ningún dobladillo en sus adentros, por el qué dirán y sobre todo por el qué pasará. Pero hoy, a día catorce de julio de dos mil veintidós, la Constitución Española ya no es ni solterona ni señorita, ni virgen por narices, ni recatada ni remilgada. La vida pasa, la historia también, de la noche a la mañana todo lo que parece ser inexpugnable o inamovible, resulta ser de lo más putón y falso y no necesariamente malo. Estos días escuché en boca de un político de izquierdas algo muy de derechas, dijo que para reformar ¡de verdad! la Constitución, debía desaparecer del gobierno todo rastro de la oligarquía política y cacique que impera en este país trasnochado. Cuando le preguntaron cómo haría él eso, el contestó que a golpe de decreto. Me resultó muy curioso la manera con la que el susodicho político escapó de enfrentarse con honestidad a la honestidad, es decir, de decir algo que pensara de verdad… Políticos y política, ya saben…

Para mí que reformar la Constitución no puede ser tan complicado. ¿O sí? Señores, señoras, el pueblo la votó en mil novecientos setenta y ocho, la refrendó, se convirtió en el proxeneta sui generis de una razón histórica. Hoy puede, debe ocurrir lo mismo. En dos mil once, por ejemplo, se engordó la constitución en unas trescientas cincuenta palabras, creo recordar, (fueron buenas noticias para los juristas y profesionales de las leyes… poco material para memorizar… más o menos un folio del borrador de mi nuevo libro). Era, según los que promovieron e hicieron la ampliación, una reforma muy importante y necesaria en España para asegurar la estabilidad presupuestaria del país y ajustar los gastos e ingresos del Estado, amén de hacer de la responsabilidad de los futuros gobernantes una realidad solidaria y comprometida con sus gobernados, con la credibilidad presupuestaria que esto nos daría en Europa, y en el mundo (ahórrense los chistes facilones…) . Todo esto, imagino, estuvo y está muy bien, sin duda (mucha duda mucha duda), pero ¿qué hay de los ciudadanos? Hay mucho que reformar en la Constitución, cosas mucho más importantes que esa, a mi entender… hay que hacer una constitución, por ejemplo, para que de verdad gobierne el pueblo.

Ahora que ya no hay miedo ni puñetas, queridos alcahuetes, y ahora que ya no es virgen ni inmaculada nuestra querida Carta Magna, los políticos y los demagogos de la política deberían de dejar de tratarnos como estúpidos, a la Constitución ya le han salido varices, sufre de colesterol y tiene la tensión por las nubes: necesita que la traten con cariño y le operen con eficiencia y al estilo del INSS, con cita previa y con todos de la mano, sin nadie que nos azuce por cojones…

 

Deja un comentario