Hoy nos visita en la Jungla la escritora y música Chris Vuklisevic para hablar, entre otras cosas, sobre su última novela, Té para los fantasmas:
«Entrad en el salón de té. Deleitaos con una taza caliente al abrigo de la lluvia. Escuchad su historia.
Agonie es bruja. Félicité, pasadora de fantasmas. Un profundo silencio se ha interpuesto entre estas dos hijas de pastor durante treinta años. Sin embargo, la brutal muerte de su madre las obliga a reunirse de nuevo, muy a su pesar.
Para revivir sus últimas palabras, tendrán que encontrar al fantasma de su madre, por lo que se verán obligadas a recorrer juntas el pasado de esa mujer que amó a una y rechazó a la otra. Pero el fantasma de su madre no aparece por ningún lado, y los testigos de su vida, vivos o muertos, pintan un retrato extraño, incluso contradictorio.
¿Qué quería decirles antes de morir? ¿Quién era realmente esta mujer fragmentada y múltiple?
La búsqueda de la verdad llevará a las dos hermanas desde las calles de Niza hasta el desierto de Almería, desde el Valle de las Maravillas hasta los pueblos abandonados de la Provenza, y a las profundidades de los silencios familiares».
Pregunta: En «Té para los fantasmas», Agonie y Félicité, dos hermanas cuya relación ha estado marcada por el silencio y la distancia, se ven obligadas a reunirse tras la muerte de su madre. La complejidad de las emociones, y los conflictos familiares entre estas dos protagonistas, son elementos muy importantes en la historia que nos cuenta en el libro. Sin embargo, además de esto, ¿podría decirnos qué es lo que hace que su novela sea especialmente adictiva? ¿Algún conjuro mágico quizás?
Respuesta: ¡Si conociera un hechizo que hiciera que mis historias fueran adictivas, mi vida sería mucho más fácil! Desgraciadamente, tuve que contentarme con trabajar laboriosamente en el marco de mi narrativa y en la evolución de mis personajes. El único secreto para hacer que los lectores quieran pasar las páginas no es realmente uno: en cada capítulo, “basta” con tener presente el objetivo de cada personaje para hacerlo evolucionar moralmente (para bien o para mal) para no tener la impresión de quedarnos quietos y dejar preguntas sin respuesta en la narración, de modo que queramos avanzar para descubrir la respuesta. La idea es simple, pero lamentablemente no la ejecución.
P.: Entonces, dígame, ¿cómo describiría a Agonie y Félicité y a su complicada relación en «Té para los fantasmas»?
R.: Sus nombres ya son un buen indicador de su diferente rumbo en la vida. Desde el principio, su madre, Carmine, amó a una y rechazó a la otra. Una madre frágil, destrozada, incapaz de dejar de lado sus propias emociones para acoger las de sus hijas. Esta fragilidad une a las dos hermanas, porque para sobrevivir emocionalmente en un ambiente tan tóxico, sólo pueden contar la una con la otra. Y luego, cuando las volvemos a encontrar, ya adultas, no se han hablado en treinta años. Queda por entender qué pudo haber sucedido para que estas dos hermanas fusionadas llegaran a considerarse muertas…
P.: Es sabido que la literatura a menudo se nutre de las experiencias personales del autor. En el caso de su novela, ¿ha encontrado inspiración en sus vivencias personales? En caso afirmativo, ¿podría compartir cómo estas han influenciado a sus personajes o tramas? Además, ¿cómo delimita usted la frontera entre la realidad y la imaginación en su proceso de escritura?
R.: Con mi hermana todo está bien, se lo aseguro. Sólo diré que sé lo que es crecer con padres que experimentaron un trauma y conservaron cierta inmadurez emocional al respecto. Aunque, afortunadamente, no he experimentado nada tan terrible como Agonie, pude aprovechar mi experiencia personal y presionar los controles deslizantes para transformarla en ficción. Creo que, tóxicos o no, todos tenemos relaciones más o menos complicadas con nuestros padres; es un tema que es a la vez íntimo y universal.
Para hablar de este tema, de las palabras familiares no dichas, de los traumas que se transmiten a nuestro pesar a través de las generaciones, la figura del fantasma es ideal. Nos permite encarnar lo que continúa atormentándonos incluso después de que la gente se haya ido, lo que existe incluso cuando intentamos ignorar su existencia. Además, en esta novela te conviertes en un fantasma al morir en mitad de una frase, sin poder terminar de hablar. ¡Otra historia más de cosas no dichas! Por lo tanto, no trazo una frontera clara entre realidad e imaginación en mis textos. Al contrario, ambos se nutren y apoyan mutuamente.
P.: En la novela explora temas como el realismo mágico y la fantasía, pero también se sumerge, como hemos dicho antes, en la historia familiar y su identidad. ¿Cómo se logra equilibrar todos estos elementos y crear una trama que sea cohesiva, envolvente, y muy divertida al mismo tiempo?
R.: Para esta novela no creé un escenario a priori. Empecé escribiendo pequeñas escenas que me llegaban. Una contrabandista de fantasmas que sirve té a un cliente en su sala de estar. Una bruja solitaria en lo profundo del bosque. Una mujer con 57 personalidades en un pueblo abandonado. Una anciana que te explica que tu nombre esconde un Ou-trenom. Honestamente, no tenía idea de cómo estaba conectado todo esto, pero de alguna manera sabía que estos islotes pertenecían al mismo universo.
Entonces entendí que la barquera y la bruja eran hermanas, que la mujer con 57 personalidades era su madre, la anciana su abuela. Poco a poco fui retejiendo los hilos, ordenando las cosas, identificando los motivos subyacentes del texto, los símbolos recurrentes que mi inconsciente había colocado sin que yo me diera cuenta. Entendí que en realidad estaba contando una historia de familia y de identidad. Más o menos llevé a cabo la investigación para comprender la historia que mi cerebro estaba tratando de crear y, naturalmente, fue así como mis heroínas también se encontraron en una investigación para comprender quién era su madre (¡algo que descubrí casi al mismo tiempo que ellas!).
P.: La ubicación geográfica en su novela parece ser más que un simple telón de fondo, casi como un personaje más de la trama. ¿Cómo elige los lugares donde ambientar sus historias y qué papel juegan estos entornos en la narrativa y el desarrollo de los personajes?
R.: La idea de esta novela se me ocurrió leyendo el poema de Mario Quintana que se encuentra en un extracto del libro, cuyo último verso es este: “Y yo mismo preparo el té a los fantasmas”. Entonces supe que quería contar una historia sobre té y fantasmas, pero me faltaba algo más profundo. Y luego tuve la idea de ambientar la historia en la Costa Azul, donde crecí, y más precisamente en Niza, de donde era mi abuelo (que hace una pequeña aparición en la historia), donde creció mi madre y donde realicé parte de mis estudios. Estos paisajes están escritos en mí, en mi imaginación, en mi historia personal y familiar. Tan pronto como coloqué mi historia en Niza, el resto se desbloqueó. Entendí que tenía que escribir una historia de familia, de transmisión, de no dichos intergeneracionales. Esto abrió la puerta a una historia más íntima y me permitió aprovechar mi propia experiencia.
P.: Cuando escribe, ¿tiene en mente a un público específico, o escribe más para si misma? Además, ¿cómo maneja las críticas, tanto las positivas como las negativas, hacia sus obras? ¿Le afectan en su proceso creativo?
R.: Me resultaba imposible imaginar un tipo de lector concreto para esta novela. Es un libro tan particular, tan íntimo, que no podría proyectar un “mercado” particular. La verdad es que me aterrorizaba la idea de que a nadie le interesara… ¡Podéis imaginar mi sorpresa cuando nada menos que 7 países lo compraron para traducirlo al extranjero! Al principio, cuando sale el libro, no puedo evitar estar atenta a las primeras reacciones para ver cómo se recibe el texto (aunque sé que no debería hacerlo). Evidentemente, como autores, rápidamente pasamos por alto las críticas positivas, y el más mínimo inconveniente adquiere proporciones monstruosas y nos hace cuestionarnos toda nuestra existencia. Pero poco a poco voy aprendiendo a poner las cosas en perspectiva. Me doy cuenta de que, muy a menudo, las críticas negativas provienen de lectores que tenían expectativas diferentes del libro e imaginaron algo más, que realmente no es mi responsabilidad. Quiero decir, si solo lees thrillers sangrientos o romances cursis, no puedo ayudarte si no te gustó Té para los fantasmas. Por otro lado, es más bien la avalancha de críticas positivas sobre esta novela lo que hoy está afectando a mi proceso creativo: tengo miedo de no estar a la altura con mi próximo libro. Es un verdadero esfuerzo desprenderme de estas expectativas e intentar crear sin dejarme paralizar por el miedo a desagradar.
P.:El proceso creativo puede variar mucho entre autores. ¿Podría compartir con nosotros cómo es su rutina a la hora de escribir? ¿Hay algún ritual o hábito que le resulte especialmente útil?
R.: Me encantaría tener una rutina creativa. A menudo fantaseo con eso. Sería algo así como: mañana, deporte y lectura. Después del almuerzo, escribe toda la tarde, luego cena y lee o ve una película. La verdad es que no puedo hacerlo. Siempre hay correos electrónicos que procesar, trámites administrativos que completar, citas médicas que programar, publicaciones en Instagram que programar, videos de TikTok que grabar, librerías a las que acudir para firmas, traducciones que enviar (también soy traductora), boletines que escribir (y editora web), podcasts para grabar (y presento un podcast sobre escritura)… Pronto intentaré alejarme del mundo una o dos semanas, en el campo, para volver a sumergirme en la escritura. Sé que los únicos rituales que necesitaré serán una taza de té caliente y, tal vez, algo de música de fondo que me sumerja en la atmósfera de mi novela. Por lo demás, cuento con el aburrimiento y la ausencia de conexión a internet para no tener otra opción que escribir.
P.:¿Qué libro le hubiera gustado escribir y por qué?
R.: Me hubiera gustado escribir Novecento, pianiste de Alessandro Baricco. Lo releí una y otra vez mientras escribía Té para los fantasmas. Este es mi modelo absoluto a seguir. Tiene sólo unas pocas páginas, pero en ellas está toda la vida: hilarante, trágica, poética, cruda, sublime, banal, la música y el viento, la madera y el océano, puertas vastas y cerradas. Hay un lenguaje que te agarra los oídos desde la primera línea y no te suelta nunca, una oralidad que te arponea y te lleva. Si tuviera que fijarme un objetivo literario, sería escribir algún día mi propio Novecento, pianiste.
P.:Hablando de autores, ¿hay algunos que considere sus «autores de cabecera»? Aquellos a los que vuelve una y otra vez, ya sea por inspiración o por placer de lectura.
R.: El número uno, sin dudarlo, Louis Aragon. Reconozco cada uno de sus versos a 10 kilómetros de distancia y cada uno de ellos me hace llorar sistemáticamente. En cuanto a la novela, si tuviera que nombrar sólo uno, quizás sería Roald Dahl. Me encanta su forma de mezclar lo mágico y lo trivial, su humor, su manera de crear personajes inolvidables en tres pinceladas.
P.:Actualmente, ¿está trabajando en algún proyecto del que pueda hablarnos?
R.: Ya tengo una tercera novela publicada en febrero de 2024 en Francia: Porcelaine sous les ruines, que se publicó bajo el seudónimo de Ada Vivalda. Es un romance ambientado en una Irlanda cubierta por agua, en un futuro lejano donde la humanidad ha regresado a una forma de vida preindustrial. Seguimos a Alba, la genio desterrada a la Tierra por conceder demasiados deseos a los humanos. Después de siglos de vagar, encontró refugio en Hibernia, la antigua Irlanda, de la que ahora es Señora. Hibernia es la última isla de la abundancia en la Tierra, lo que atrae los deseos del archipiélago vecino. Por ello le envían un emisario para descubrir los secretos de su riqueza: Lethan Alcor, un joven tan manipulador como atractivo e insoportable…
P.: Para terminar, nos gustaría conocer un poco más sobre usted como escritora y como persona. ¿Cómo se describiría en esos aspectos? ¿Hay alguna característica o experiencia personal que sienta o crea que influye particularmente en su proceso creativo?
R.: En primer lugar, soy cristiana, y siendo mi fe central en mi vida, influye necesariamente en mi manera de ver la escritura: más que una carrera o una pasión, es para mí una vocación que me ha sido dada. Al crear, reflejo el carácter de mi propio creador, lo que en sí mismo es fuente de alegría y satisfacción. Entonces diría que la autenticidad es un valor fundamental para mí.
En mis libros, esto se traduce en un lenguaje que no busca “hacer bonito” ni mirarse escribir, sino transmitir emociones de la manera más auténtica posible: trato de acercarme lo más posible a mi voz interior, sin querer ser otra persona. Pero es un proceso de vulnerabilidad que lleva tiempo y requiere el coraje de asumir la responsabilidad total.
También doy gran importancia a la empatía, una empatía radical que exige ponerse en el lugar incluso de aquellos que nos parecen monstruosos a primera vista. No para disculparlos ni estar de acuerdo con ellos, sino para reconocer nuestra humanidad común. A nunca creerte superior a quienes no ven el mundo como tú. Por eso en mis novelas rara vez encontramos malos y buenos, sino personajes que tienen, cada uno de ellos, según su punto de vista, buenas razones para actuar. Depende entonces del lector tomar –o no– una posición.
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