14 de mayo de 2025
Foto de Pixabai

Dicen que «la primavera la sangre altera», y no es difícil comprobarlo, al menos en la naturaleza. Basta con salir a la calle y observar cómo los árboles despiertan, las flores estallan en colores y la savia empuja la vida con una fuerza imparable. Este año, con las lluvias generosas, la primavera promete ser desbordante, llena de energía y esplendor.
No obstante, no quiero hablarte de la primavera natural que, sin duda, empezamos a disfrutar. Me gustaría reflexionar sobre nuestra primavera interior. La naturaleza, con sus cambios de ciclo, también nos invita a renovarnos y a resurgir con nuevas motivaciones e ilusiones. El cultivo de nuestra interioridad debe ser como un huerto en primavera que pronto dará sus frutos.
El problema es que no siempre sabemos qué sembrar. Nos preocupamos por crecer profesionalmente, por alcanzar metas, por ser reconocidos… y, sin embargo, olvidamos que una parte fundamental de nuestro desarrollo personal y social no tiene que ver con nuestros propios logros, sino con nuestra capacidad de alegrarnos por los logros de los demás. Cuesta salir de nosotros mismos.
Mi propuesta para esta primavera es que cultives un «superpoder» emocional que puede transformar tus amistades y hasta tu vida profesional: la confelicidad. Tengo que confesarte que esta palabra no existe en el diccionario, lo cual es una falta imperdonable de la RAE. Si existe la palabra compasión (que es estar con el sufrimiento de otro), también debería estar su gemela, la confelicidad (que es estar con la felicidad de otro).
Nos han enseñado que en la adversidad hay que estar presentes, pero ¿qué pasa con la celebración? ¿Por qué nos cuesta tanto compartir la felicidad de los demás sin que se cuele, aunque sea de manera sutil, la envidia o la comparación? La respuesta es incómoda. En una sociedad que premia la competitividad y el individualismo, el éxito ajeno puede percibirse como una amenaza. Si alguien asciende en su trabajo, en lugar de preguntarle cómo lo logró, nos preguntamos en silencio por qué no fuimos nosotros. Alguien comparte una buena noticia y nos limitamos a un “felicidades” rápido, sin involucrarnos demasiado, casi como si su alegría no nos concerniera.
Sin embargo, fíjate qué dato más curioso. Un estudio demostró algo impactante: ser indiferente ante el éxito de un amigo o un colega daña más la relación que no apoyarlo en un momento difícil. ¿Cómo te quedas?
La confelicidad es más que celebrar, es vibrar con la alegría del otro y convertir su triunfo en nuestro triunfo. ¡Ahhh…!, pero qué difícil es. La envidia está al acecho y va a intentar sabotear cualquier muestra de confelicidad. Sin embargo, créeme lo que te digo: practicar la confelicidad es muy importante para ti. A la larga vas a recibir mucho más que lo que das. Pero no lo hagas solo por eso. Generalmente, felicitamos y damos la enhorabuena sin profundizar, sin mostrar más interés. Un trámite de buena educación, vaya. Esa pérdida de conexión auténtica podría costarte aliados claves en un futuro. «¿Cómo lo lograste?», en lugar de un «me alegro» genérico, da pie a profundizar, a compartir esos sentimientos de felicidad. «¡Cuéntamelo todo!», marca la diferencia entre un amigo y un gran amigo.
Y no es que lo diga yo: la ciencia lo respalda. Las relaciones que más duran son aquellas que celebran con fuego los momentos de luz, no las que solo se apoyan en las crisis.
Si la envidia es un reflejo aprendido, la confelicidad también puede desarrollarse con práctica. No se trata de fingir entusiasmo ni de forzar una alegría que no sentimos, sino de hacer el esfuerzo consciente de conectar con la felicidad del otro de una manera auténtica. ¿Te gustaría que todos desearan tenerte en sus vidas? Practica la confelicidad. Es muy fácil. Únicamente hace falta querer y encerrar a la envidia en una jaula. Lo mejor es ser auténtico y sincero y puede que te salga espontáneamente. No obstante, me permito dejarte algunos consejos:

  1. Sustituye la indiferencia por curiosidad. En lugar de un «¡enhorabuena!», automático, pregunta: «¿cómo te sientes?», «¿qué significó para ti este logro?», «¿qué aprendiste en el camino?».
  2. Evita la comparación. La felicidad del otro no es un juicio sobre lo que nos falta. En lugar de pensar «ojalá yo pudiera lograrlo», reconoce su esfuerzo: «este éxito demuestra todo tu trabajo y dedicación».
  3. Mantén el interés en el tiempo. No basta con celebrar el momento. Días después, retoma la conversación: «¿cómo te está yendo con este nuevo proyecto?». La autenticidad se demuestra en la continuidad.

Vivimos en una época en la que el individualismo y la exaltación del «yo» parecen dominar nuestra forma de relacionarnos. La Posmodernidad nos trajo muchas cosas buenas (libertad, creatividad, pensamiento crítico), pero también nos dejó atrapados en «pequeños relatos» donde cada uno construye su mundo a medida, corriendo el riesgo de olvidar que la vida, en esencia, es una experiencia compartida.

La naturaleza nos ofrece una metáfora poderosa. La primavera no es solo un fenómeno individual, sino un proceso colectivo. Todo florece a la vez, todo se entrelaza, todo encuentra su espacio sin opacar al otro. Tal vez sea el momento de mirar hacia afuera, de hacer que la alegría del otro también nos transforme, de abrirnos a la posibilidad de celebrar sin reservas. Si hay algo claro es que, igual que la primavera necesita lluvia para desplegarse en todo su esplendor, las relaciones humanas necesitan confelicidad para florecer de verdad.

Advertencia: Si ignoras este hábito, corres el riesgo de que tus relaciones se vuelvan transaccionales, es decir, un simple intercambio. La pasividad emocional es el enemigo silencioso de las conexiones auténticas. Activa tu confelicidad como la primavera activa el paisaje con savia nueva.

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