3 de mayo de 2024

Lo que voy a contar ocurrió en el recodo más revuelto y esquinado de todas las calles que hay en Alicante, en el barrio de San Antón. Y de noche. Y en una de mucho frío y mucho viento. Imagínense a un señor con varias copitas de vino, sin las gafas –acababa de perderlas-, y sin un duro en la cartera.

De eso hace ya muchos años, muchísimos. Un viernes de carnaval.

Él caminaba rozando la pared de los edificios que tapiaban la calle, es algo que no podía evitar (inconsciente e indeliberadamente se pegaba a las paredes), cuando al esquinar una bocacalle le salen al paso dos individuos. No les ve venir; a la estrechez de su vista se le une un atontamiento etílico importante. Uno de los individuos era la abigotada figura de un fantoche con capirote y capa, y el otro un panzón con dos orejas como dos aventadores. A la nada un cuchillo jamonero a un palmo de sus napias. Como no tenía un duro en la cartera los chorizos resolvieron darle dos cuchilladas en la nuez e irse calle abajo con los bolsillos vacíos. Los únicos testigos, tres gatos y un maldito viernes de carnaval.

Las últimas palabras de aquel señor fueron para el médico, que a pie de ambulancia escuchaba como le decía que dos, un fantoche con capirote y un panzón, andaban por su amada Alicante con un cuchillo jamonero, pidiendo la bolsa o la vida.

Aquel señor se llamaba Juan y era amigo mío.

Hace unos días, casi diez años después, dos desgraciados han sido condenados por aquel crimen. Desgraciados por no llamarlos de otra manera.

Cuando pienso que Juan nunca tuvo la oportunidad de cambiar el mundo, y de que nunca podrá trocar su vida por un sueño, siento descorazonarse a mi destino, siento a miles de cabezas girándose al paso del tiempo, sin esperanza ni esperanzas de ningún tipo.

Me pregunto: a los hombres, ¿qué nos hace ser tan vulnerables? ¿Nuestra naturaleza, nuestra conciencia? Saberse frágil y etéreo no es saberse humano. Tener la incertidumbre, nuestra propia incertidumbre vital, es saberse humano. Pero siempre queda la esperanza de que todo sea un sueño, de que nada de lo que parece esté ocurriendo de verdad. Es la paradoja del tiempo lo que nos ayuda a no enloquecer, del todo; él es el que se diluye en los recuerdos. Nadie puede cambiar lo que no está escrito, mucho menos lo que sí lo está. Lord Byron ya dijo que «luchar contra nuestro destino sería un combate como el del manojo de espigas que quisiera resistirse a la hoz.»

Tómenlo todo esto, por supuesto, como una opinión personalísima.

 

2 comentarios en «Un viernes de carnaval»

  1. Muy bonita manera de hacer ver la mierda de humanidad que somos todos, en el conjunto.
    Mis recuerdos a «Juan» y que sus asesinos se pudran en la carcel para siempre. En cosas asi es cuando echo de menos la pena de muerte.

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