¿No te has preguntado alguna vez por qué celebramos con tanta pasión la llegada del año nuevo? Es una fiesta que se hunde en las tradiciones milenarias de la humanidad.
Para encontrar respuestas, debemos remontarnos a más de 2000 años a. C. en la antigua Mesopotamia, ubicada entre los ríos Tigris y Éufrates (hoy Irak). El Akītu, o Festival del Año Nuevo, fue una de las celebraciones más importantes de la antigua Mesopotamia. Este festival, que duraba unos 12 días, coincidía con los días finales de marzo y principios de abril de nuestro calendario y significaba el renacimiento de la vida tras el mortecino invierno. Era el inicio de un nuevo ciclo agrícola y estacional, además del reordenamiento del orden cósmico, que unificaba lo religioso, lo político y lo social.
En el ámbito religioso, el festival perseguía reafirmar el orden cósmico y renovar el pacto entre dioses y humanos. En lo político, se legitimaba el poder del rey mediante el ritual de la humillación real, donde se le despojaba de sus insignias y se le obligaba a confesar públicamente sus errores ante la divinidad. Posteriormente, se le reinstalaba en su cargo, simbolizando la renovación de su autoridad y su capacidad para gobernar en armonía con los designios divinos.
En el ámbito social, el Akītu fortalecía los lazos comunitarios y recordaba a los ciudadanos su papel en el mantenimiento del orden cósmico. Las procesiones y las celebraciones públicas creaban un sentido de pertenencia y reafirmaban la importancia de la colaboración colectiva en la vida de la ciudad.
Muchísimos años después, el 153 a. C., el senado romano decretó el comienzo del año nuevo, el 1 de enero, para corregir la diacronía con el sol. Y, además, pasó de tener un significado agrícola y estacional a uno civil: era la fecha en la que los nuevos cónsules tomaban posesión de sus cargos.
Enero obtuvo su nombre del dios Jano, cuyas dos caras representaban la mirada atrás del año viejo y la mirada hacia delante del año nuevo. En honor del dios que regía el pasado y el futuro, los romanos, el 1 de enero, se ponían ropa nueva, regalaban dinero a sus mujeres y cruzaban las puertas de las casas con el pie derecho para atraer a la fortuna.
Un día feliz se levanta: guardaos de toda palabra o pensamiento de mal augurio. En este día favorable, solo palabras favorables deben pronunciarse
(Ovidio, Fasti I).
Y hoy, el primer día del año, seguimos pronunciando palabras favorables, deseando a nuestro entorno y a nosotros mismos, prosperidad y felicidad en el año nuevo. Es un hecho común que muchas culturas del planeta celebran en distintas fechas. Es un ritual, un ceremonial, repetido una y otra vez a lo largo de los siglos. A su vez, el rito es la celebración de un mito, aquellas historias fabulosas de seres y dioses que encarnan de forma simbólica fuerzas de la naturaleza o aspectos de la condición humana.
Ni siquiera la era del desarrollo tecnológico, ni la era de la IA, han logrado borrar los aspectos irracionales de la condición humana. Porque, paradójicamente, esos impulsos irracionales, los deseos, los anhelos, las expectativas, las ilusiones, la fe contra todo pronóstico, la creatividad, las ganas de tener éxito, la emoción… son los que han impulsado ese desarrollo.
La condición humana no ha cambiado, a pesar del desarrollo y de la tecnología.
Algunos pueden describir el año que acaba como Annus horribilis (Año terrible), como efectivamente lo ha sido para muchas familias afectadas por la Dana y otras desgracias o para personas que han visto cómo sus sueños y aspiraciones se han desvanecido en el ámbito personal, laboral, social o afectivo. Es por eso que el año nuevo se presenta como una promesa de esperanza y bendiciones.
¿Con qué actitudes enfrentamos el Año nuevo?
Algunas personas adoptan una actitud pasiva, esperando que el año que empieza les traiga cosas buenas. Es la actitud más mítica e irracional, que representa la condición humana, carente de espíritu y de motivación.
Otros, aparentemente más productivos, tienen una lista de propósitos (adelgazar, aprender un idioma, estudiar, reconciliarse, desarrollar un negocio, mejorar la posición laboral, encontrar un empleo…) que se quedan ahí, en la lista. Son aquellos que no ponen en marcha todas las acciones necesarias que precisan para alcanzar su deseo. Arrancan, pero se desaceleran en poco tiempo. Es, también, una actitud mítica e irracional, la de querer alcanzar los deseos con el mínimo esfuerzo.
Y, finalmente, hay personas, que traen el mito a su realidad, que aprenden de los ciclos, de las experiencias, de los éxitos y de los fracasos. Son aquellas personas para quienes no existe un Annus horribilis, porque el pasado es la cantera de nuestra experiencia. Es el espejo retrovisor que nos lleva correctamente hacia delante por la autopista de la vida.
Son las personas que hacen de lo mítico un aprendizaje y el año nuevo representa una oportunidad para vivir mejor. Son las personas que se marcan objetivos y que ponen en marcha acciones con perseverancia (inevitablemente cargadas con la experiencia del pasado) que les conducirán al logro.
Son las personas para quienes la experiencia les catapulta al logro de sus ambiciones, sus aspiraciones, sus objetivos, sus deseos…
¿Por qué los Babilonios celebraban la humillación del rey y lo despojaban de toda autoridad? Para recordarle que su poder era prestado y renovado por los dioses y que su obligación era la de gobernar con justicia y armonía. A nosotros nos recuerda que cada año hemos de trabajar por ganar lo que deseamos.
¿Por qué el dios Jano tiene una cara que mira al pasado y otra que mira al futuro? Para recordarnos que el año nuevo no traerá nada que nosotros no seamos capaces de traer.
Por eso, a ti, que has llegado leyendo hasta aquí, te deseo de todo corazón que encuentres en la cantera de tu experiencia aquello que necesitas para tener un 2025 pleno.
Joaquín Rández Ramos (Tudela – 1962). Escritor, conferenciante y divulgador. Autor del libro “Un viaje hacia el significado y propósito de tu vida”. Le gusta pensar y reflexionar sobre nuestra realidad. Amante de la naturaleza y de los animales.