8 de diciembre de 2024

Si hay algo que no soporto es no poder expresarme con la claridad que quisiera. Intentaré, ahora que se me ha pasado el enfado —en realidad más que un enfado ha sido un vete tú a saber qué—, no divagar en demasía y decir las cosas por su nombre, sin poesía ni palabras malencaradas.
Lo primero, la noticia:
Hace unos días se reveló que algunos gazatíes podían eludir la política oficial de Egipto de mantener la frontera cerrada pagando a unos “intermediarios” un monto a tocateja, ¡ay señor!; de cuatro mil quinientos a once mil dólares. Se sugirió que a este trámite, por llamarlo de alguna manera, se le debía sumar otra cantidad importante en sobornos a ciertas autoridades egipcias si se quería obtener rápidamente su visto bueno. La noticia que nos llegó destacaba por la opacidad y la confusión en el proceso, con referencias a agencias de viajes, como Hala, vinculadas a empresarios cercanos al gobierno egipcio. Un escenario donde para escapar de la miseria lo único tangible es la riqueza (que solo unos pocos tienen). Un sálvese quien pueda (o quien tenga). Si tuviéramos que elegir entre pagar un dinero que no tenemos y vivir, probablemente la gran mayoría de nosotros moriríamos en el intento.
Lo segundo, el imbécil:
Pues bien, con esta noticia de fondo, compartida en su propia entrada de Twitter, uno de estos imbéciles que saben demasiado sobre nada afirmaba, sorprendentemente, que muchos de los ciudadanos palestinos que elegían abandonar Gaza no lo hacían debido a la falta de perspectivas de futuro y a la deteriorada situación en la Franja, sino que lo hacían para formarse como guerrilleros de Hamas, llegando a pagar con ese propósito a la organización terrorista sumas que iban desde los cuatro mil quinientos hasta los once mil dólares (sic). ¡Es que ni se ha leído la noticia, el vago maganto! ¿Se puede ser más hijoputa? Y que me perdonen los hijos y las putas, pero es que semejante ser, semejante imbécil de media neurona no puede ser más tonto. Y malo. Y rastrero. Y cobarde: ya no hay rastro de ese tweet… ni del susodicho imbécil.
Lo tercero, la conclusión:
Un imbécil que sabe demasiado sobre nada tiene todo el derecho del mundo a escribir cualquier tontada en las redes sociales. Cualquier tontada que se entrecomille dentro de un contexto de respeto y de libertad creativa. El problema está cuando ese imbécil que sabe demasiado sobre nada, quiere sentar cátedra sobre un tema del que no tiene ni zorra. El eco de su estupidez puede resultar contraproducente, aunque afortunadamente vivimos en un mundo globalizado que tiende a olvidar rápidamente aquello que no debería ser olvidado.

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