27 de julio de 2024

«En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo».

El Aleph (Jorge Luis Borges, 1949)

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires. Es uno de los escritores argentinos más relevantes de la literatura del siglo XX. Su bibliografía es extensa y se reparte entre ensayos breves, poemas y cuentos. Parte del imaginario de Borges nada sobre dramas teológicos, matemáticas imaginarias, invenciones geométricas, bestiarios lógicos, éticas narrativas, múltiples historias universales, gramáticas utópicas, ontologías fantásticas, recuerdos inventados y genealogías sincrónicas. Hijo de un profesor de psicología e inglés y una traductora, creció en un ambiente completamente bilingüe (español-inglés). A los cuatro años ya sabía leer y escribir. A los seis ya tenía claro que quería ser escritor y así se lo manifestó a sus padres. A los nueve escribió su primera fábula inspirándose en un pasaje del Quijote. A los diez años realizó su primera publicación: una traducción al castellano de El príncipe feliz de Oscar Wilde. Comenzó su educación formal a los nueve años en una escuela pública, algo que resultó traumático para el Borges niño. En 1914, su padre se vio obligado a jubilarse de profesor por una incipiente ceguera progresiva que se le iba comiendo la vista; una enfermedad hereditaria que su hijo padecería décadas más tarde. Toda la familia se marchó a Europa para que su padre pudiera someterse a un tratamiento y se instalaron en Ginebra. Volver a la escuela en un ambiente como aquel, fue una experiencia –a diferencia de sus años anteriores– estimulante para el joven Borges. Regresó a Buenos Aires en 1921 y allí fundó la revista Proa junto a importantes escritores de la época. En 1923, publicó su primer libro de poemas. A partir de entonces, su obra crecerá a la par que su ceguera, hasta perder la vista, casi por completo, en 1955. Recibió numerosos premios y distinciones de diferentes universidades y gobiernos extranjeros, entre ellos el Cervantes en 1980. Se cree que no le concedieron el Premio Nobel de Literatura por razones políticas. Su obra fue traducida a más de veinticinco idiomas y llevada al cine y a la televisión. Murió de cáncer el 14 de junio de 1986 en Ginebra. Se le conoce por obras tales como: Inquisiciones (1925), Historia universal de la infamia (1935), Historia de la eternidad (1936), Ficciones (1944), El Aleph (1949), El hacedor (1960), Elogio de la sombra (1969), El libro de arena (1975), Libro de sueños (1976), o Atlas (1985).

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