Hoy es domingo, domingo de dagas. Veintipoco de julio y me duele todo el cuerpo, estoy con la nariz congestionada, y llevo una semana con dolor de cabeza de muy tirar para abajo. Agüero de mala abuela, sin duda…
¿Qué haríais si la persona a la que adoráis hasta la enfermedad os pidiera que desaparezcáis de su vida? ¿Lo haríais? Yo creo que es lo justo, así la muerte te atraviese el alma. El deseo del amor debe vencer ante el egoísmo visceral de nuestra pena, o de nuestro ego, o de lo que sea. Me viene a la mente el utópico amor de Florentino Eriza por Fermina Daza en la novela de García Márquez, «El amor en los tiempos del cólera», donde fue capaz de vivir atormentado más de cincuenta años a la espera de una oportunidad para reconquistar el amor que no sabía perdido. Yo nunca le he pedido a nadie que desaparezca de mi vida, ni creo que nadie me adore hasta la enfermedad, pero sí soy capaz de interpretar la desesperación que pueden producir dos miradas, o dos frases mal encaradas, o un suspiro callado.
Algo así es lo que deben pensar nuestros televisivos políticos en su lucha democrática por el poder (y cuando hablo de poder, hablo de lo que hablo), visto lo visto: ¡reconquistaré el amor de los votantes, así me cueste vivir atormentado o haciendo el ridículo treinta y seis meses más!
¿Os acordáis de las últimas elecciones generales? Muchas sonrisas, rostros pensantes, palmadas reconfortadoras, mensajes vacíos y trasnochados, fotos y cachivaches estúpidos en sus atriles, o vuelos sin motor a lomos de un pájaro (de cuidado)… ¿No se dan cuenta estos señores que nos representan que necesitamos que nos digan la verdad (o por lo menos que suene a eso), y que se vayan muchos de ellos a tomar por las de Villarrubio?
Hasta la democracia tiene injusta medida cuando se habla de medidas democráticas. Mi alma es democrática, porque a suertes solo me tocó vivir un mísero año con el señor de la vara. Cuando percibo que carece de los más básicos fundamentos éticos, siento que para mí es prácticamente imposible creer en la política como la solución a mis problemas. Hay que joderse, con lo que me gustaba a mí la teoría política. No veo más que en el rostro de los políticos (mediáticos) de este país una aviesa y rapaz mirada, como buscando su momento de glorificación o exculpación. Esto no hace sino que me ratifique indignado en mi condición de ciudadano papanatas y sin derecho a nada, o con derecho a todo, según quien lo diga y según quien me mire. ¡Es que no se salva ni uno! ¡Qué soberbia por Dios!
¿Habrá que seguir resignándose, y decir eso de: “yo solo soy yo y me quedo con la enfermedad de un amor sincero, y de un amor que no gasta en perdón”?
¿Espero ese perdón?… Agüero de mala abuela, sin duda…
Jose Antonio Castro Cebrián (Chipiona – 1974) Escritor y autor de las novelas «La Última Confesión» y «El Cementerio de la Alegría», así como de los poemarios «Algazara» o «Anomia», entre otras obras.
Dirige la Jungla.