1 de mayo de 2024

«En lo que nos aguarda, repite para sus adentros mientras él le besa el cuello. Ana cree que puede haber experiencias que achican el alma más que la mirada de un padre severo, mucho más. La experiencia del terror, por ejemplo. Quizá sólo habían conocido el preludio del terror, porque habían estado siempre acompañados y el verdadero terror se vivía a solas. De pronto se ve a si misma sola en una celda, luego sola ante un policía, ante dos.

—Te juro que me mataría. Sí, ahora mismo, de un tiro en la cabeza y con tu pistola.

—Ana, por favor.

—¿Imaginas lo partida que me voy a quedar?

—Sí.

Ana cierra los ojos. Le es imposible concebir un porvenir luminoso. Sólo ve un túnel. Es de una profundidad vertiginosa, en realidad no tiene límite.

—Abrázame —dice—, me gustaría meterme dentro de tu cuerpo.

En ese momento escuchan el silbido de un tren y se aprietan aún más fuerte.

—¿Es el tuyo?

—No.

Aún pueden pensar que el reloj se ha detenido y que podrán estirar infinitamente el fragmento de tiempo que les queda.

Es el momento de allanar el fondo del pensamiento, pero también el fondo del cuerpo.

Francisco empieza a deslizar la mano bajo las piernas de Ana. Nota primero las medias y después la carne tensa. Casi lamenta que sea tan guapa. Piensa que es un dolor renunciar a tanto, luego piensa que es mejor no pensar.

Ahora está acariciando sus pechos, que laten bajo el sostén. Seguramente nunca le han parecido tan hermosos. Por un instante, es consciente del lugar en que se encuentran. Un portal de paredes oscuras, iluminado por una bombilla que oscila, y piensa que le hubiese gustado despedirse de ella en otro sitio, algo más íntimo y menos desolador.

Ana quisiera llorar. No acierta a desear en esas circunstancias, y nota que él tampoco. Sí que hay un deseo, que parece más hondo que el de la carne, para expresar la desesperación cuando llega desde la profundidad del sentimiento y lo llena todo, cualquier gesto, cualquier beso, de amarga lucidez.

Desde un ángulo de portal, Suso los está mirando. Hace un rato creyó oír ruidos en el portal y se deslizó hacia su interior moviendo con cuidado la puerta.

Suso se siente nervioso y culpable, pero no puede dejar de mirar las piernas de Ana, que a veces brillan a la luz de la bombilla.

De pronto parece que se desean con más certeza, aunque también con más desesperación y Ana tiene la falda completamente subida. Ha arqueado las piernas sobre él y las mueve. Brillan bajo la lámpara sus zapatos ocres y él rocía su cuello de besos apasionados».

Las 13 Rosas (Jesús Ferrero, 2003)

Jesús Ferrero, narrador y poeta español, nació en Zamora en 1952. Con una sólida formación filosófica, pronto abandonó su ciudad natal para establecerse en Barcelona. En 1981, con tan solo veintinueve años, se dio a conocer con la novela Belver Yin, ambientada en un país por el que siente verdadera predilección, China. Posteriormente a este libro vinieron otras novelas como Opium (1986), Lady Pepa (1988), Debora Blenn (1989), El efecto Doppler (1990) quizá su novela más ambiciosa, Alis el salvaje (1989), El secreto de los dioses (1993), Amador o la narración de un hombre afortunado (1996), El último banquete (1997), El diablo en los ojos (1998), Juanelo o el hombre nuevo (2000), Las trece rosas (2003), Ángeles del abismo (2005), Las fuentes del Pacífico (2008), El beso de la sirena negra (2009), Balada de las noches bravas (2010), El hijo de Brian Jones (2012), La noche se llama Olalla (2013), Doctor Zibelius (2014), Nieve y neón (2015) o la premiada con el Premio Ciudad de Gijón de Novela 2019 Las Abismales. Como poeta destacan sus publicaciones Río amarillo (1986), Negro sol (1987), Ah, mira la gente solitaria (1988) y Las noches rojas (2003), así como los relatos infantiles Las veinte fugas de Basil (1995) y Zirze piernas largas (2002).

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