15 de noviembre de 2024

«Fui a la lección inaugural del nuevo profesor de teología, más por las copas de vino en la recepción posterior (el vicedecano que se encarga de comprar el vino para la sala de profesores tiene buen paladar), que por interés en el «Problema de la oración petitoria», pero hay un sistema acústico decente en la sala de conferencias principal de humanidades, y si el acto resultaba interesante yo tenía la seguridad de oírlo todo. Fui solo porque Fred tenía una reunión, una junta de la organización benéfica de la que es miembro, aunque tampoco me habría acompañado, dijo, «Porque sé qué semillero de ateísmo es el departamento de teología». Una ligera exageración, pero es verdad que hoy en día los teólogos académicos suelen ser bastantes escépticos y profesan algo llamado «estudios religiosos» en vez del cristianismo o cualquier otra fe. Este tipo adoptó una actitud de divertido desapego de su tema. «La oración petitoria es pedir a Dios que haga algo», explicó. «Cuando se pide para otros se llama oración intercesora. Los católicos romanos tienen una modalidad especial que consiste en pedir a la Santísima Virgen o a los santos que intercedan por ti, transmitiendo a Dios tu petición.» El auditorio se rió con disimulo, como se esperaba que hiciera. El orador dijo que había varios problemas con la idea de la oración petitoria. Uno era que no suele funcionar. Otro era que, en muchos casos, si surtía efecto para ti denegaba la petición de algún otro, como cuando dos países en guerra o dos equipos de rugby rezaban al mismo Dios pidiéndole la victoria. Pero el problema más grande era la idea de un ser supremo que intervenía en la historia humana para atender a algunos peticionarios y frustrar a otros que manifiestamente no lo merecen menos. Lo sorprendente era que las personas religiosas tuvieran tantos argumentos al racionalizar y superar estas contradicciones y decepciones que persistían en la oración petitoria. En este momento recordé la nota del suicida en Internet, «Por favor, Dios, haz algo por mí y haz que pase este tiempo…», y me pregunté si quien la había escrito, cuando se recuperó de su sobredosis, habría agradecido o deplorado que su plegaria no hubiera sido atendida, y en el ensueño que suscitó esto perdí el meollo de la conferencia y nunca supe si tenía solución el problema de la oración petitoria».

La Vida en Sordina (David John Lodge2007)

David John Lodge ( Londres, 1935) es un novelista, crítico y guionista británico, considerado por muchos de sus colegas como uno de los principales narradores ingleses de la actualidad. Nacido en el seno de una familia católica, estudió en la University College londinense, dedicándose a la enseñanza universitaria de literatura en Birmingham en un período que abarcó desde 1960 hasta finales de 1980, tras el cual pasó a dedicarse por entero a la literatura. Su primera novela fue The Picturegoers (1960), primera novela que ayudó a un autor en ciernes a crearse un estilo definido en sus siguientes obras, un estilo mucho más marcado y personal, lleno de referencias autobiográficas, pocas florituras y con tendencia a la sátira y el sarcasmo. Entre sus obras principales destacan: La caída del museo británico (1965), Fuera del cascarón (1970), El mundo es un pañuelo (1984), Buen trabajo(1988), Pensamientos secretos (2001), o también una de sus últimas novelas, Autor, Autor (2004), donde se centra en la figura del escritor Henry James y se aleja un tanto de sus escritos de humor irónico.

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