28 de abril de 2024

«Un instante más tarde volvían a fijarse en ella y la encontraban a un palmo por encima, y debajo de aquélla brillaba otra. Una hora tras otra el ancho río fluía con sosiego sobre el fondo azul oscuro, un río de mundos y de sistemas planetarios que se deslizaba mayestático por encima de sus cabezas, vertiéndose sobre el negro horizonte. Los cautivos hallaban un vago consuelo en su inmensidad y belleza, porque entre el juego de aquellas fuerzas inmensas, su propia suerte y su propia personalidad resultaban triviales y sin importancia. El gran cortejo celeste avanzaba lentamente a través del firmamento: primero ascendía, luego flotaba en una casi inmovilidad aparente, y después iba hundiéndose con grandiosidad, hasta que allá en el Lejano Oriente apareció el primer frío resplandor grisáceo y unos y otros se sorprendieron dolorosamente con la visión de sus rostros macilentos.
Si el día los había atormentado con el calor, la noche les trajo una tortura más intolerable: la del frío. Los árabes se fajaron en sus amplias ropas y se cubrieron las cabezas. Los cautivos, a pesar de golpearse una contra otra las palmas de las manos, temblaban llenos de sufrimiento. La que más vivamente sentía el frío era miss Adams, mujer muy enjuta y en la que la circulación de la sangre era imperfecta debido a los años. Stephens se despojó de su chaquetilla de Norfolk, se la echó a la estadounidense por encima de los hombros y siguió cabalgando al lado de Sadie, silbando y chachareando para hacer creer a esta última que su tía le había quitado una carga de encima al llevar su chaquetilla; pero el engaño era demasiado ruidoso para no resultar evidente; sin embargo, quizá fuese hasta cierto punto verdad que Stephens sentía el frío menos que los demás, porque en su corazón ardía un fuego muy antiguo, y un júbilo curioso se entremezclaba en forma inexplicable con todas sus desdichas de ahora, hasta el punto de que se habría visto apurado para decir si esta aventura constituía la mayor desgracia o la mayor bendición de su vida. Mientras estuvieron a bordo del barco, la juventud de Sadie, su belleza, su inteligencia y buen humor concurrían para hacerle comprender que lo más que podía esperar era que la joven lo soportase caritativamente. Pero ahora tuvo la sensación de que le era, en efecto, útil a la joven, de que ésta iba aprendiendo, cada hora que pasaba, a volverse hacia él como quien se vuelve hacia el protector natural que uno tiene, y, por encima de todo, el abogado había empezado a encontrarse a sí mismo, es decir, a comprender que él era un hombre, verdaderamente fuerte y digno de confianza, que hasta entonces había estado escondido detrás de todas las artimañas de la rutina que habían formado a su alrededor una segunda naturaleza artificial que había llegado incluso a engañarle a él mismo».

La tragedia del Korosko (Sir Arthur Conan Doyle, 1898)

Sir Arthur Conan Doyle, nacido el 22 de mayo de 1859 en Edimburgo, Gran Bretaña, fue un destacado médico y renombrado novelista, célebre por ser el creador del legendario detective Sherlock Holmes. Realizó sus estudios en las universidades de Stonyhurst y Edimburgo, y luego ejerció la medicina en Southsea, Inglaterra, desde 1882 hasta 1890. Su obra más conocida, «Estudio en escarlata«, marcó el inicio de una serie de 68 relatos en los que Sherlock Holmes deslumbra con su aguda capacidad de razonamiento deductivo. Inspirado por un profesor universitario, Conan Doyle dio vida a Holmes, acompañado de su entrañable amigo el doctor Watson y su formidable némesis, el profesor Moriarty. El éxito literario fue tan arrollador que Conan Doyle abandonó la medicina para dedicarse por completo a la escritura. Entre sus obras más destacadas se encuentran «El signo de los cuatro» (1890), «Las aventuras de Sherlock Holmes» (1892), «El sabueso de Baskerville» (1902) y «Su último saludo en el escenario» (1917), que lo catapultaron a la fama internacional y popularizaron el género de la novela policiaca. Además de sus obras detectivescas, Conan Doyle incursionó con éxito en novelas históricas como «Micah Clarke» (1888), «La compañía blanca» (1890), «Rodney Stone» (1896) y «Sir Nigel» (1906), así como en el teatro con «Historia de Waterloo» (1894). Durante la guerra de los boers, sirvió como médico militar y posteriormente escribió sobre sus experiencias en obras como «La guerra de los Boers» (1900) y «La guerra en Suráfrica» (1902), lo que le valió el título de sir en 1902. Durante la Primera Guerra Mundial, Conan Doyle honró la valentía británica con su obra monumental «La campaña británica en Francia y Flandes» (6 volúmenes, 1916-1920). La pérdida de su hijo mayor en la guerra lo llevó a interesarse en el espiritismo, convirtiéndose en un ferviente defensor y escribiendo extensamente sobre el tema. Su autobiografía, «Memorias y aventuras«, vio la luz en 1924. Sir Arthur Conan Doyle falleció el 7 de julio de 1930 en Crowborough, Sussex, dejando un legado literario inmortalizado por el genio de Sherlock Holmes y su ingenioso creador.

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