6 de mayo de 2024

«Levantó la cabeza y vio que tenía la Puerta del Gran Enigma a sus espaldas. Las esfinges lo habían dejado pasar. Delante de él, a una distancia de unos veinte pasos, estaba ahora, donde antes sólo se había visto la llanura vacía y sin fin, la Puerta del Espejo Mágico. Era grande y redonda como una segunda media luna (porque la verdadera seguía estando alta en el cielo) y brillaba como plata pulida. Resultaba difícil creer que pudiera pasarse precisamente a través de aquella superficie de metal, pero Atreyu no titubeó un segundo. Contaba con que, como había descrito Énguivuck, se le aparecería en el espejo alguna imagen espantosa de sí mismo, pero aquello -al haber dejado atrás todo miedo- le parecía sin importancia. No obstante, en lugar de una imagen aterradora vio algo con lo que no había contado en absoluto y que tampoco pudo comprender. Vio a un muchacho gordo de pálido rostro –aproximadamente de la misma edad que él– que, con las piernas cruzadas, se sentaba en un lecho de colchonetas y leía un libro. Estaba envuelto en unas mantas grises y desgarradas. Los ojos del muchacho eran grandes y parecían muy tristes. Detrás de él se divisaban algunos animales inmóviles a la luz del crepúsculo –un águila, una lechuza y un zorro– y un poco más lejos relucía algo que parecía un esqueleto blanco. No podía saberse con exactitud.
Bastián tuvo un sobresalto al comprender lo que acababa de leer. ¡Era él! La descripción coincidía en todos los detalles. El libro empezó a temblarle en las manos. ¡Decididamente, la cosa estaba yendo demasiado lejos! No era posible que en un libro impreso pudiera decirse algo que sólo se refería a aquel momento y a él. Cualquier otro leería lo mismo al llegar a ese lugar del libro. No podía ser más que una casualidad increíble. Aunque, sin duda, era una casualidad extrañísima.
–Bastián –se dijo a sí mismo en voz alta–, estás como una cabra. ¡Haz el favor de dominarte!
Había intentado hablar en el tono más firme posible, pero su voz temblaba un poco, porque no estaba totalmente convencido de que fuera sólo casualidad.
“Imagínate”, pensó, “lo que ocurriría si en Fantasia supieran realmente algo de ti. Sería fabuloso.”
Pero no se atrevió a decirlo en voz alta».

La historia interminable (Michael Ende, 1979)

Michael Andreas Helmut Ende nació en Garmisch-Partenkirchen, Baviera, Alemania, el 12 de noviembre de 1929. Escritor alemán. No tuvo hermanos. Su infancia estuvo marcada por un ambiente artístico y bohemio merced a la profesión de su padre que era pintor surrealista. De joven, formó parte de una agrupación antinazi denominada Frente Libre Bávaro, pero, paradójicamente, tuvo que suspender sus estudios para pasar a formar filas en el ejército alemán. Más tarde, se mudó con su familia a Munich, donde estudió interpretación durante tres años. Al acabar sus estudios de arte dramático, comenzó a escribir relatos de corte infantil y juvenil, mientras trabajaba como actor, guionista de espectáculos de cabaret y escritor de críticas cinematográficas. Ganó el premio Deutscher Jugendbuchpreis como mejor libro alemán del año para público infantil con Jim Botón y Lucas el Maquinista, publicada en 1960. Dos años después publicó una secuela y en el 64 se casó con la cantante Ingeborg Hoffman y se trasladó a Roma. Ingeborg murió de cáncer en 1985 y en 1989, Ende contrajo nupcias con la japonesa Mariko Sato. Su obra es fundamentalmente de corte fantástico, consiguiendo fama mundial con dos de sus obras: Momo y La historia interminable, ambas llevadas a la gran pantalla. En 1992 se le diagnosticó cáncer de estómago que no superó. Murió el 28 de agosto de 1995 en Stuttgart, Alemania. Se le conoce por obras tales como: Jim Botón y Lucas el maquinista (1960), Momo (1973), La historia interminable (1979), La máquina de coser sombras (1982), La arqueología de la oscuridad (1985), El ponche de los deseos (1989), La prisión de la libertad (1992) o La escuela de magia y otros cuentos (1994).

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