14 de diciembre de 2024

Sin título. A los ciudadanos de la República de Francia en el 200 aniversario de su Revolución. 1,2,3 (Dan Flavin, 1989)

En la emblemática galería Leo Castelli de Nueva York, se expuso hace unos años un pilar tridimensional compuesto por fluorescentes de vivos colores, que se convirtieron en el epicentro visual de su entorno. El rojo, el blanco y el azul danzaban en una sinfonía lumínica, creando la icónica bandera de la República Francesa. «Sin título (A los ciudadanos de la República de Francia en el 200 aniversario de su Revolución) 1,2,3», era el tributo del artista Dan Flavin al bicentenario de la Revolución Francesa. Lo que inicialmente podía parecer un simple montaje, al observarse de cerca adquiría una evidente e importante complejidad. La meticulosa uniformidad en la selección de los objetos confería a la escultura la apariencia de un fragmento en un monumento mucho más grande, como si se tratara de un elemento desprendido de una estructura monumental. Sin embargo, la luz que emanaba de los tubos fluorescentes era la que otorga a esta pieza su esencia más sublime. En lugar de la pintura tradicional, la luz se convierte en el medio a través del cual se materializa la expresión artística: este juego de luces y sombras redefinió (redefine) los límites convencionales del arte escultórico. Es la ausencia de bordes rígidos o bastidores la que confiere a la obra una sensación de libertad y expansión, desafiando las dimensiones del espacio en el que se encuentra expuesta. Así, el espectador se ve inmerso en una experiencia envolvente donde el arte va más allá de las fronteras físicas, adentrándose en un territorio de exploración visual y conceptual, convirtiéndose en un símbolo vivo de la efervescencia creativa y el legado histórico que emana de la Revolución Francesa.

Dan Flavin. Abril, 1966. Fotografía Fred W. McDarrah

Para poder valorar con cierto equilibrio a una obra, o a un artista, a veces es preferible descontextualizar el elemento principal y esencial de toda creación: el propio artista. En el caso de Dan Flavin (Queens, Nueva York, 1933–1966, Riverhead, Nueva York), cuyo uso de la luz, del espacio y de los objetos geométricamente idénticos hacen que su arte esté, sin ningún tipo de duda, dentro de la corriente minimalista de mediados del siglo pasado, es casi imprescindible asomarnos a su biografía vital y artística si queremos comprender a uno de los mayores creadores conceptuales del arte contemporáneo. Desde sus primeros trazos, su fascinación por la destrucción y la guerra cimentaron su mirada artística. Su evolución, desde los pasillos del Museo de Arte Moderno hasta la creación de “situaciones” lumínicas, destaca por contener una personalidad única: Flavin abrazó las luces fluorescentes, convirtiéndolas en su medio primordial. Sus obras, monumentales y sutiles, transformaron los espacios expositivos en lienzos de luminiscencia. Su matrimonio con Sonja Severdija y su posterior unión con Tracy Harris marcaron su vida personal, entrelazándose con su creatividad. La pérdida de su hermano gemelo y su madre, sumado a su propia batalla contra la diabetes, otorgan a su obra una profundidad emocional palpable. Su legado radica en la capacidad de sus instalaciones para encender diálogos sobre luz, espacio y experiencia humana, convirtiendo su arte en poesía luminosa que perdura más allá de su tiempo.

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