
BORGES IN SITU de Alejandro Daniel Pose Mayayo / Editorial: Ediciones Alfar / Colección: Temas actuales / Género: Ensayo / 239 páginas / ISBN: 9788478989263 / 2022
Lo primero que voy a confesar es que estoy infectado de una gran y sincera envidia. El hecho de que el autor haya tenido ocasión de poder charlar con el que, posiblemente, sea uno de los mayores genios de la literatura de todos los tiempos, hace que me sienta tremendamente infeliz. Eso sí, una infelicidad efímera, una de rabia, yo nunca podré saber lo que se siente al tener delante de ti a un Dios literario de esa envergadura, porque ya esos dioses no existen… al menos no como Borges. Quizá a muchos que estén leyendo esto les parecerá una somera estupidez (lo que estoy diciendo), pero para los que tenemos tinta en vez de sangre por nuestras venas, el amor a la LITERATURA nos hace que algunos textos evoquen en nuestro interior sentimientos muy contradictorios. Repito, siento envidia por el autor, pero añado que además de envidia también le estoy muy agradecido, me siento muy afortunado de que en un momento determinado de su vida decidiera plasmar en este libro sus encuentros con Jorge Luis Borges cuando aún no era más que un joven inexperto y soñador. De alguna manera leer este libro me ha preñado de más amor hacia la literatura de Borges.
Borges in situ es un libro de memorias. Alentados por un programa de televisión donde un grupo de alumnos de primaria fueron invitados a contar su visita a la casa de Borges, Jorge y su amigo Alejandro, ambos estudiantes de ciencias, ambos adolescentes, ambos admiradores del escritor porteño, deciden intentar por su cuenta contactar con el escritor, para pedirle un encuentro. Para sorpresa de los dos jóvenes lo consiguen, y son cinco las visitas que realizan a la casa de Borges en Buenos Aires. En este libro encontramos las transcripciones de esas entrevistas, contadas de una manera muy literaria, con lógicas licencias narrativas que hacen que la lectura esté mucho más cerca de un libro de ficción que de uno ensayístico o de memorias. El tiempo, ya lo dijo algún filósofo, se encarga de dulcificar la historia y de falsificar las realidades. Se nota el cariño y la dedicación que el autor ha puesto en rememorar sus encuentros con Borges, pero es inevitable pensar que muchas de las palabras puestas en boca tanto de él como de su amigo o de Borges, no sean exactamente las descritas. Es imposible que lo sean, a no ser que Alejandro Daniel Pose Mayayo sufra de memoria eidética, o que los dos amigos fuesen a sus encuentros con unas grabadoras, lo cual sería muy extraño ya que no hace mención de ello en ningún momento. No obstante el libro es muy emotivo, y cumple total y claramente con la intención del autor, la de mostrar a un Borges (humano) charlando distendida e informalmente con dos jóvenes estudiantes.
El libro lo prologa María Kodama, la viuda de Borges, y contiene además unas imágenes de aquí y de allá de lo más curiosas.
Recomendadísimo.

Jesús Cuenca Torres (Santiago de Compostela – 1957) Doctor en filosofía y exprofesor de instituto. Habla siete idiomas con fluidez, amante de los libros y del cine en blanco y negro. No le ve sentido echarle azúcar al café.
Reblogueó esto en RoConArDe.
Curioso libro…
Hermosa reseña.
Un abrazo desde el otro hemisferio.
No había leído esta crítica. Trataré de explicar lo de “mucho más cerca de un libro de ficción que de uno ensayístico o de memorias” (que me suena casi insultante), copiando lo dicho en un reportaje:
“¿Por qué no grabaron o sacaron fotos en aquellas charlas?”
Mi primera respuesta, totalmente impulsiva, es siempre ¿por qué tendría que haber hecho eso? A los dieciocho años no iba por la vida registrando todo lo que hacía para la posteridad (tampoco ahora, si a eso vamos…). Voy al museo a admirar las obras, no a sacarme fotos admirando esas obras. Pero entiendo: ¡era Borges! Y ahora entiéndanme ustedes: fuimos a ver a Borges, a intentar llegar a él y -si podíamos- sentarnos a charlar un rato. No fuimos a entrevistarlo ni a cubrir asuntos para un medio gráfico o televisivo. Ahora bien, dejando de lado la respuesta impulsiva, la respuesta más normal es que todo aquello sucedió en 1980. Una cámara de fotos no era tan común en los adolescentes como ahora. De haber tenido un smartphone, seguramente hoy contaría con un registro en video y 18.000 fotografías de todos los encuentros. Mi padre tenía una cámara Olympus que solo él manejaba -y en grandes eventos, como algún cumpleaños o reuniones anuales de colegas de armas-. Salvo en esas circunstancias, la cámara permanecía en el armario bajo llave (junto a su Old Smuggler), tan inaccesible como si se tratase del Diamante Cullinan. Jorge sí tenía su propia cámara, una Kodak Brownie Fiesta que bien podría haber llevado sin problemas, pero nunca lo hizo por miedo a que Borges se incomodara: cualquiera que recuerde ese modelo confirmará que, para accionarla, el gatillo disparador hacía un chasquido muy fuerte. Jorge pensó que Borges se molestaría cada vez que él decidiera sacar una foto y por eso, a pesar de mi insistencia, se abstuvo de llevarla en todas las ocasiones (siempre su respeto fue rayano al temor, como leyeron en la primera visita a Borges…).
¿Cómo puede recordar tan bien los diálogos?
Un bloguero español me dijo en un amable email que, salvo que tuviese memoria eidética, es imposible recordar las charlas como yo las recordaba. Bien, desde ya que no tengo ese tipo de memoria, pero se le acerca bastante. No vaya a creer que esto es precisamente una bendición. Una anécdota para ejemplificar: a fines de la década del 60, mi hermana Adriana noviaba en su adolescencia con un joven que era hijo de una profesora de Historia de la escuela secundaria en donde ella estudiaba, el Instituto Stella Maris Adoratrices (digo lo siguiente solo para dar un marco de verosimilitud: el apellido del muchacho era igual al nombre de una provincia argentina de la región cuyana). Por desgracia, el joven militaba un extremista partido de izquierda y, años después, se convirtió en uno de los 30.000 desaparecidos por la dictadura cívico militar que tomó el poder en 1976. Hoy mi hermana (ya con más de 70 años) abraza con amor ideas políticas muy distintas y conservadoras, del tipo “Nadie recordaría al buen samaritano, si además de buenas intenciones no hubiera tenido dinero.” Hace unos meses conversando con ella sobre lo obtuso de esa visión, se me ocurrió cantarle la siguiente estrofa:
Zapatero a tus zapatos
milicos a la milicia,
yanquis para Nueva York
fábricas pal´ que fabrica.
La figura del Che nos guiará,
los escritos de Marx nos enseñarán.
Y si queremos tomar las armas
las tomaremos,
y a los burgueses mataremos.
– ¿Qué es eso? – me preguntó extrañada.
-Eso cantabas en casa allá por 1969 con tu novio, cuando papá y mamá no estaban. También recitaban a los gritos canciones de Roberto Rimoldi Fraga.
Demás está decir que ella no recuerda nada y niega haber recitado algo así en su vida. ¡Ni siquiera los buscadores de internet recogen hoy algo parecido a esa estrofa! Pero ¿de dónde iba a sacar eso un niño de ocho años? Lo mismo me sucede en las charlas de infancia con mis amigos de aquella época: retiran del recuerdo todo aquello que los incomoda y construyen un pasado que nunca existió. Me imagino que eso hace que el presente resulte más agradable, no lo sé. Yo sencillamente no puedo y recuerdo bastante bien lo conversado y hecho. Si -en el caso de este libro- a mi buena memoria le sumo mis anotaciones durante las charlas, el resultado puede llamar la atención de algún distraído. Exactamente lo mismo me sucede con María Kodama. Desde el 2015 debo haber conversado con ella más de cincuenta veces y a pesar de que en algunas ocasiones hubo un grabador, en general puedo reconstruir cualquiera de esas charlas con poco esfuerzo. Y con esto no estoy diciendo que mi propia memoria sea inmune a los engaños de lo subjetivo, pero cuando sucede esto, siempre se limita a cosas de una importancia menor, como colores, fechas y sensaciones. Nunca palabras o ideas. Borges era un caso completamente distinto: él tenía una enorme memoria visual y recordaba con precisión asombrosa todos los museos de Europa que en su adolescencia había visitado, recreando perfectamente aquellos países en los que había estado de joven.
Cuando alguien prejuzga, de nada sirve tratar de explicar. Pero bueno, lo sentí necesario.
Saludos a todos
Alejandro Pose Mayayo
Estimado Alejandro,
Una de las maravillas de la literatura (y, por ende, de la crítica literaria) es la libertad de interpretación que cada lector tiene sobre un texto. Antes que nada, agradecemos su visita a nuestra web y el tiempo que ha dedicado a comentar la reseña que Jesús Cuenca escribió hace unos años sobre tu libro. Siempre es un placer ver cómo un autor valora el trabajo de quienes leen y analizan su obra.
Dicho esto, me gustaría compartir mi impresión sobre su respuesta. Creo que su comentario es, al menos en su tono y extensión, una reacción más apasionada de lo que esperaba en relación con el contenido de la reseña. En ningún momento se descalifica su trabajo ni se pone en duda la veracidad de lo que cuenta. Al contrario, la reseña recomienda el libro fervientemente. La observación sobre su construcción más literaria que documental no es un juicio sobre su honestidad ni sobre su capacidad de recordar, es una apreciación sobre el tono y el estilo del libro.
Entiendo que la memoria y la fidelidad a los hechos son aspectos fundamentales para usted y que haya sentido la necesidad de explicarlo en detalle. Sin embargo, creo que con su respuesta se podría dar la impresión de que la reseña fue injusta o que prejuzgó su trabajo, cuando en realidad se trata de una valoración personal de un lector que ha hecho una crítica muy honesta y limpia sobre su libro. Y, como tal, merece ser respetada.
Apreciamos el diálogo y la posibilidad de intercambiar opiniones sobre la literatura con total libertad. Al final, tanto la reseña como su respuesta muestran el impacto que puede tener un libro en quienes lo leen.
Saludos de parte de todo el equipo,
Angie Ballester
Directora de contenidos
Estimada Angie,
La libertad de interpretación es casi obligatoria, un pacto tácito que (hasta Borges lo ha dicho) el escritor no tiene derecho a intervenir. De eso no hay duda. Pero si durante más de diez líneas se remarca que la obra está más cerca de la ficción que de la realidad, lo que está en juego no es la interpretación del contenido sino su veracidad. Si no se entiende este punto, todo lo que siga es inútil.
Como lector y ocasional autor siempre he disfrutado de las críticas, con la norma de dejar de leerlas en cuanto aparece el primer adjetivo desagradable. No estoy de acuerdo con lo de “la crítica debe ser respetada”. Yo diría que una crítica respetuosa merece ser respetada. Pero ya se ha dicho que los críticos son como eunucos en un harem: ven lo que sucede, opinan sobre la técnica pero no pueden hacerlo por ellos mismos. Por fortuna no es el caso que nos ocupa.
Con respecto a “una reacción más apasionada de lo que esperaba en relación con el contenido de la reseña”, lo que hice fue reproducir un fragmento de un reportaje que respondía con bastante precisión las dudas de la reseña. Si sonó apasionado, solo puede decir que así soy yo desde 1975, cuando publiqué mis primeras líneas. Apasionado, nunca irrespetuoso. Se desliza por ahí que “se podría dar la impresión de que la reseña fue injusta o que prejuzgó su trabajo”, En ningún momento doy a entender eso. Lo único que digo y subrayo es que se duda de la veracidad de las palabras. Al menos para mí, no es poca cosa.
Saludos
Ale Pose Mayayo
Hola, yo voy a intervenir porque me ha parecido muy curioso y representativo cómo un mismo texto puede tener tantas interpretaciones según quien lo lea. Bueno, primero decir que no creo que decir que un texto parezca más ficción que otra cosa sea sinónimo de que le falte veracidad. En mi país había un dicho que decía que la realidad muchas veces supera la ficción. El señor Ale Pose Mayayo puede estar tranquilo, creo yo, porque si yo leo lo que hay escrito sobre su libro en este artículo, no interpretaría nunca que se dice eso de que falta a la veracidad. Me resulta curioso porque creo que podría ser que se haya malinterpretado lo que dice el artículo porque está escrito en un español de Europa en vez de un español de Argentina, y a lo mejor se entiende de otra manera. sed yo con mucho respeto creo que no hace falta justificarse, porque no hace falta hacerlo si uno está seguro de lo que dice. Yo leyendo el artículo me entran ganas de leer el libro (no lo tengo leído pero sí comprado desde hace más de un año, y perdón por no haberlo leído, pero lo leeré pronto, yo a mis años ). Yo si leo su comentario me pregunto por qué el señor tiene que justificar nada de si está de acuerdo o no con lo que dijo milimétricamente, porque eso es imposible y todo el mundo lo entiende. Yo interpreto que está diciendo que el libro es más memoria que otra cosa, y yo sí creo que está enfadado con lo que se dice en el artículo, aunque después diga que no, pero no tendría que estarlo porque es todo muy bueno. Yo creo que el problema aquí ha sido en las maneras de interpretar, pero ha sido muy divertido leerlos. Un saludo.
Estoy tranquilo, Manuela. No creo que sean tan diferentes en España, porque vengo de allí (he rastreado a mis hermosos ancestros españoles hasta un Mayayo que desembarcó y peleó en Lepanto), seguro nos disgustan las mismas cosas.
Con respecto al libro, si no lo tienes, con gusto te envío un ejemplar (a pesar de ser edición española, tengo aquí algunos ejemplares). Encuéntrame en redes y lo hago. Saludos.