
En Los legendarios, la escritora cubana Barbarella D’Acevedo, nos lleva en el viaje de René Climt, en un entorno futurista distópico (en aparente perfecto por las pericias tecnológicas), la historia nos guía en una suerte de reflexión narrativa, donde temáticas como la vejez, la objetivización del humano (muy específicamente de la mujer), la trascendencia, la enfermedad y la transmutación cobran peso.
El protagonista se encuentra ante la difícil etapa del retiro, después de servir durante años como piloto, vigilando la separación entre países pobres y ricos, es atacado por una angina de pecho y se ve obligado a dejar el puesto. Durante su fiesta de retiro, recibe de regalo El libro tibetano de los muertos, el cual será citado en distintas partes de la historia, dándole a la novela un tono filosófico. En este mundo híper tecnológico, reserva condiciones de vida rebosadas de abundancia y comodidades para algunos, mientras que otros quedan relegados. El tema de la exclusión de lo imperfecto, lo no productivo y no lineal se repite en distintos niveles, es evidente la falta de ternura, tanto en el ambiente del protagonista, como en él mismo.
René mantiene una relación compleja con su hija y la pareja de esta, caracterizada por una distancia emocional insalvable, después de vivir un tiempo con ellas, decide emprender su retiro en el espacio, con la única compañía de una androide (MM) y la presencia de recuerdos y sueños que le recuerdan su vida pasada, su juventud. Las frases citadas del Bardo Thodol parecen comprobarse con sus experiencias.
Existe en la novela un aire de cierto patetismo, que es no obstante, en cierto modo satisfactorio. Rene se relaciona con las figuras femeninas en dinámicas de uso y deshecho, el mismo comienza a cuestionarse. MM funge como la mujer perfecta, una androide que, además de cumplir funciones de asistencia y cuidados, tiene un papel erótico. La eliminación total del lazo afectivo parecería una ventaja en un inicio, sin embargo, observaremos la incluso necesidad de Rene por recuperar la interacción con otros seres vivos.
En su necesidad por comprar provisiones, se encuentra con un grupo de ancianos que, como él, han sido relegados a la vida en el espacio, le invitan a poblar el asteroide que han colonizado: Samsara se despliega como una nueva oportunidad de vida, un ciclo hedonista otorga nuevas oportunidades que rasgan el sentimiento de la juventud perdida.
Dentro de la novela, Barbarella nos enseña lo tecnológico como accesorio, lo que se pone en tela de juicio es la naturaleza humana, su compulsión por la repetición y la sabiduría que la vejez pide desarrollar, casi como cualidad indispensable para la supervivencia, la visión tibetana se vuelve verdad universal, aplicable a cualquier realidad del ser humano.
El límite separa las polaridades, y dentro de la historia, Rene nos muestra una transición que aunque pesada y dolorosa, llena de duelo, renuncia y re-significación, está llena también de placeres, el límite se borra y se muestra la vida como un ciclo vicioso, el dolor mismo se transforma en algo deseado y surge una tensión que apresura un cierre.
La historia, aunque desgarradora, se siente como un cierre kármico ante las acciones de René, su interacción torpe y desprovista de afecto hacia su hija y hacia otras mujeres, le conllevan una vida vacía y donde el uso y desecho se planta como un lema, la causalidad le lleva a desarrollar ese mismo sentimiento de ser un objeto en descuido y desuso, a consecuencia de haber tratado así otros aspectos de su vida.
Resulta interesante leer el texto intercalado con el Bardo Thodol, mostrando que las dinámicas de la conciencia prevalecen en la era tecnológica, y que se repiten aún en cuerpos azotados por el tiempo. Cuando conviven temáticas que parecen, en un inicio disímiles, es necesario remontar a lo universal, el sentimiento de enfermedad, el miedo a la muerte y la incapacidad de romper ciclos viciosos, convergen en Rene un personaje incómodo y muy humano, al final el mismo termina siendo víctima de la filosofía que tenía para con las mujeres.
Se rescata la imagen de Kali, entre tantos arquetipos femeninos, este destaca por su naturaleza sanguínea y cruel, es una respuesta solo lógica cuando surgen personajes plantados en una visión machista, lo oscuro atrae a lo oscuro, y es desde el miedo que surge en los hombres ciegos a comprender a las mujeres como seres vivos y que merecen las mismas condiciones de vida, reciprocidad, placer y dignidad, que se invoca a este arquetipo que, siendo cruel, no deja de ser justiciero y kármico.
La obra de Barbarella, pone en duda los términos del progreso y humanidad, una novela que nos lleva a cuestionar el uso de los avances tecnológicos y si el sacrificio de la naturaleza y el sentimiento de unidad entre los seres humanos vale la pena. Aún siendo los personajes, parte de la clase protegida, existe un sentimiento de vacío que la belleza estética de los lugares donde habitan, no mengua. La muerte constituye un tema que, al volverse tabú, paradójicamente nos aleja de la vida. El budismo concentra una fórmula que aplica entonces a todos los contextos, recordando que al Buda Gautama, quedar expuesto a la enfermedad y la muerte, comienza su proceso de iluminación.
Aunque dentro de la novela, Rene no llega a una iluminación ni a un estado de conciencia más expandida, si se comienza el camino hacia la iluminación, camino que, como bien se describe en varias corrientes budistas, se lleva a cabo a lo largo de varias vidas. Hay una suerte de rendición y reconocimiento del propio patetismo, una puerta que se abre cuando la posibilidad de la vida actual queda cerrada.
La ciclicidad de la obra pone de manifiesto la compulsión a la repetición, declarando que desde la conciencia se puede detener el ciclo y acceder a nuevas experiencias, el renacimiento, que se plantea como posibilidad, muestra la necesidad por preguntarnos, ¿Hacia dónde vamos?, y esta travesía, llevada a cabo en la nave Gyü (influjo de vida), nos regala una perspectiva cruda, un tanto cruel, pero realista de la vida. Queda de reflexión rescatar la ternura, lo bello, lo imperfecto, y tener una mirada del ser humano que lo evalúe más allá de su capacidad productiva.

Aura Metzeri Altamirano Solar (Ciudad de México, 1999) Trotamundos, escritora y tarotista apasionada por el mundo de los símbolos y la narrativa, amante de lo extraño y la otredad.
