7 de diciembre de 2025

LOS PRISIONEROS DE COLDITZ de Ben Macintyre /Traducción: Efrén del Valle / Editorial: Crítica / Colección: Tiempo de historia / Género: Ensayo / 398 páginas / ISBN: 9788491998136 / 2025

Durante la Segunda Guerra Mundial, el Castillo de Colditz —una mole gótica plantada en lo alto de una colina— se convirtió en el presidio donde los nazis mandaban a los prisioneros más problemáticos. Oficiales aliados recapturados que ya se habían escapado de otros campos, u oficiales indomables. En teoría era una fortaleza de la cual era imposible fugarse. En la práctica terminó por convertirse en algo así como una «Universidad del escape». Lo mejor (o lo más irónico, según se mire) es que al juntar en un mismo lugar a un montón de hombres indomables, los alemanes crearon sin saberlo un verdadero laboratorio del ingenio. Algo así como una especie de Naciones Unidas de los fugitivos. Entre la población reclusa había británicos de flema impecable, tozudos polacos, franceses con estilo, holandeses pacientes y puntillosos… Todas estas mentes maquinando juntas, planeando cada detalle del escape con una disciplina casi obsesiva. Unos se dedicaban a falsificar papeles, otros confeccionaban uniformes, algunos fabricaban herramientas con cualquier cosa, y unos pocos se dedicaban a labores de vigilancia, a controlar a los guardias. La única meta de todos era la de largarse de aquel lugar, excavando un túnel, por el tejado, o metidos dentro de un colchón, si era necesario.

Ben Macintyre tiene el don de escribir un ensayo como quien cuenta una anécdota con una cerveza en la mano, en la barra de un bar. Reconstruye la historia con un estilo que aúna lo riguroso con lo entretenido, un tempo cinematográfico que te hace recordar obras como La gran evasión, esa magnífica película de 1963 producida y dirigida por John Sturges, y protagonizada por Steve McQueen, James Garner, Charles Bronson, Richard Attenborough y otros grandes actores. Hay humor, camaradería, tragedia, y entre los planes de fuga, algunos son delirantes, con túneles imposibles y disfraces ridículos. Con los testimonios que rescata —hay diarios de los presos hasta notas del propio director del campo, un exprofesor alemán con más paciencia que sentido común— el autor va creando una historia que respira humanidad, con todo su exceso de locura y su base de ternura.

Al leer el ensayo uno se da cuenta de lo poco que se sabe en realidad de estos lugares, y una de las cosas que más me ha sorprendido es descubrir la relación que existía en ese lugar entre los prisioneros y los carceleros. En Colditz, la Convención de Ginebra se respetaba con una especie de formalidad caballeresca que hoy parece ciencia ficción. Para los oficiales alemanes intentar escapar no era ninguna falta de respeto, al revés, era casi un deber implícito del soldado. Existía, entre castigos y encierros, un extraño respeto, un código tácito de honor en medio de todo el caos. Eso, sinceramente, no me lo esperaba.

No obstante, Los prisioneros de Colditz no es un libro alegre, o superficial. Pero tiene algo que lo hace luminoso, una chispa de luz que se cuela entre la piedra y el alambre. En realidad es una historia sobre la dignidad, la imaginación y la obstinación por seguir siendo libre, incluso cuando el mundo parece haber perdido la cabeza.

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