14 de octubre de 2025

PROLETERKA de Fleur Jaeggy / Traductora: Mª Ángeles Cabré / Editorial: Tusquets / Colección: Andanzas / Género: Narrativa / 133 páginas / ISBN: 9788411076463 / 2025

Publicado por Tusquets Editores, Proleterka se presenta como una pieza breve, punzante y sorprendentemente embriagadora, de esas que se leen de una sentada, no tanto por su extensión como por la hipnosis contenida en su lenguaje. Fleur Jaeggy, escritora suiza de expresión italiana, despliega en esta novela una prosa sobria y afilada, que evita con elegante determinación los derroches emocionales y los diálogos inconsistentes, llevándonos de la mano —aunque no con dulzura— a un paisaje de iniciación y disolución, de vida entrevuelta en presagios de muerte.

La historia parte de una premisa sencilla: un crucero en el Proleterka, barco herrumbroso de nombre eslavo y estrella roja, donde un padre y su hija, prácticamente desconocidos entre sí, comparten un viaje en común hacia Grecia. Pero lo que parece, en superficie, un mero itinerario turístico se transforma pronto en una travesía alegórica: la juventud entrando en la conciencia del mundo, la búsqueda de identidad, la memoria como trampa. Esta hija sin nombre —porque los nombres aquí importan menos que las sombras que proyectan— se asoma a la figura paterna como quien mira dentro de un pozo seco: esperando encontrar agua y encontrando, en cambio, un eco remoto, casi mineral. La novela posee una lectura ágil, firme, casi cortante. No se demora en lo innecesario: la autora condensa como pocos una sensación etílica —y no embriagante en el sentido cálido—, sino esa especie de delirio lúcido que ronda las ideas de muerte, pérdida y ausencia. Proleterka es, sin duda, una condensación etílica de la esencia mortuoria, y lo digo sin grandilocuencia: pocas veces se ha escrito con tanta levedad sobre cosas tan graves. Y sin embargo, en su rigidez tonal, en su rechazo al sentimentalismo, hay un placer estético innegable. Se trata de un libro disfrutón, pero ceñido a la malignidad, al filo de una melancolía que nunca se desborda, que nunca pide consuelo. La escritura de Fleur Jaeggy rehúye la empatía fácil, y en ello encuentra su mayor poder: nos obliga a asistir a lo que ocurre con una frialdad casi clínica, que no excluye —sino que potencia— el asombro.

Esta ha sido, confieso, la primera novela de Jaeggy que leo. Presumiblemente, no será la última. Porque detrás de su economía expresiva hay una voz literaria que talla sus frases como estatuas mínimas: con precisión, con misterio, con un eco que persiste después de cerrar el libro. Como ese Proleterka oxidado que, muchos años después, regresa al recuerdo no como un barco, sino como una barca de Caronte. Un viaje hacia la vida que desemboca, inevitablemente, en el reino de los muertos. Así de simple. Así de devastador.

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