
Esta obra me ha venido a la cabeza al ver la triste realidad que las noticias nos traen de Gaza y el genocidio perpetrado por el Estado de Israel, con Netanyahu a la cabeza. Quizá ese libro quemado me haya representado la absoluta necedad de la hipócrita guerra y el más absoluto crimen hacia la cultura y la humanidad en su más amplio sentido. Un libro reducido a cenizas es un objeto destruido, y la memoria colectiva hecha humo, la palabra despojada de voz y el conocimiento convertido en silencio. Las páginas carbonizadas se pliegan como cortezas secas, como estratos de un territorio devastado, donde antes había relato y ahora solo queda la huella de un vacío devastado por el odio irracional. Lo que yo veo en esta imagen de Paz Muro, no es únicamente la combustión como accidente material, sino una metáfora de lo que la violencia sistemática hace con los cuerpos y con las historias. Lo reduce todo a un mismo color de ceniza, anula la diversidad, la superposición de voces, la polifonía de los relatos. La textura del papel calcinado evoca a la fragilidad de la cultura y al mismo tiempo a la resistencia del gesto artístico, que convierte la pérdida en símbolo y el residuo en potencia crítica.
No resulta extraño que esta artista, que a lo largo de su vida se movió entre la pintura, la fotografía, el cine y la performance, encontrara en la acción y en el gesto radical —quemar, confrontar, intervenir— una forma de situarse frente a su tiempo, de enfrentarse a él. Educada en un ambiente culto y liberal, en la Cuenca de la posguerra, Paz Muro bebió de la herencia de las vanguardias abstractas como del pulso político de una España que transitaba del franquismo a la democracia.
Su práctica se caracteriza precisamente por desbordar la noción de obra como objeto estable. Desde propuestas como Propuesta de transformación de la realidad a partir de un fenómeno natural (1972) hasta sus célebres happenings en los que el público se convertía en parte activa, Muro se esforzó por señalar la fragilidad de las categorías culturales. En Libro blanco geometría de la Paz, por ejemplo, el gesto de invitar a los visitantes a intervenir un cuaderno para luego quemarlo en directo, anticipa esa tensión entre construcción y destrucción que vemos aquí cristalizada en las páginas carbonizadas.

Paz Muro participó en la primera edición de ARCO en 1982 con su performance Desposorios de Paz Muro con el Arte Contemporáneo, donde se presentó vestida de novia y abrió un ritual de unión entre vida y arte que ponía en crisis la institución misma de la feria. Desde entonces, su nombre ha estado ligado a una mirada incisiva sobre los estereotipos de género y la situación de la mujer en el arte y en la sociedad.
Su obra ha sido exhibida en espacios como el Museo Reina Sofía y el MUSAC, y en 2020 recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, un reconocimiento tardío, pero merecido a mi parecer, a una trayectoria que nunca dejó de incomodar ni de interpelar.
Hoy, al contemplar este libro quemado de Paz Muro cualquiera con un mínimo de sensibilidad se enfrenta no solo a la evidencia material de la pérdida, sino a la pregunta sobre qué hacemos con las ruinas de la historia. En un mundo que asiste impávido a la devastación de pueblos y culturas, como la Palestina, su obra se yergue como recordatorio incómodo: cada página quemada es también un testimonio de resistencia.

Rosa Villalejos. Filóloga clásica y crítica de arte. Explora la esencia de la antigüedad y la creatividad contemporánea con idéntica pasión.