
El martes pasado se declaró, en uno de los parajes más agrestes y bonitos de Tarifa, un devastador incendio. Columnas de fuego arrasaron un monte viciado por hoteles, chiringuitos, campings, viviendas y construcciones ilegales. A criterio del alcalde de la localidad, era el incendio más infernal que nunca había presenciado en su municipio. Sospecho que lo más preocupante para él era la seguridad de los más de 1.500 evacuados, la mayoría turistas alojados en los campings y hoteles afectados, cosa normal.
Pero ¿por qué no sospechar también que le preocupaba muchísimo la actitud permisiva que ha tenido su gobierno y, quizá, sus predecesores, al dejar que el monte se condenara a sí mismo? Me contesto a mí mismo… Porque no. Porque, con certeza y con evasivas, la respuesta más inmediata detrás de toda catástrofe de esta magnitud es siempre la misma: achacar lo inevitable al mero azar o a la mala suerte.
Una entradilla típica e incompleta sobre este suceso podría ser esta:
«Un incendio originado este martes por el fuego en una autocaravana en el camping Torre de la Peña, en Tarifa (Cádiz), se propagó rápidamente debido al fuerte viento de levante y a las altas temperaturas. La rápida intervención del dispositivo Infoca permitió estabilizarlo esa misma tarde, aunque no se declaró extinguido hasta tres días después».
Una entradilla honesta y justa sería esta otra:
«Un incendio originado este martes por el fuego en una autocaravana en el camping Torre de la Peña, en Tarifa (Cádiz), se propagó rápidamente debido al fuerte viento de levante y a las altas temperaturas. El fuego avanzó con rapidez por el monte, una zona que no estaba adecuadamente cuidada ni rozada, lo que facilitó su expansión. Vecinos y ganaderos de la zona, así como los oriundos del lugar, habían advertido durante mucho tiempo sobre la necesidad de limpiar el monte para evitar precisamente este tipo de incidentes. Este es ya el segundo incendio en poco tiempo en la zona, lo que genera preocupación sobre la gestión forestal y la prevención de futuros fuegos. La rápida intervención del dispositivo Infoca permitió estabilizar el incendio esa misma tarde, aunque no se declaró extinguido hasta tres días después».
¿Veis la diferencia?
Todas las catástrofes son trágicas, y cada una que escucho me conmueve profundamente. Pero esta en particular, este incendio, me duele especialmente. Ese martes, sobre las cinco de la tarde, me llamó mi hija, una joven ganadera de la Peña, la zona cero, que estaba viviendo una verdadera pesadilla. Me hablaba entre sollozos, apenas la entendía. Me decía que el fuego la rodeaba, que no sabía por dónde tirar, que sus cabras estaban paralizadas por el miedo y que temía que murieran por su culpa.
Mi hija estaba rodeada de su sustento en llamas… Recuerdo que unas semanas antes, en una de nuestras conversaciones por videollamada, me decía que el monte estaba lleno de matorrales secos, que las veredas estaban impracticables, que llevaban años sin limpiarlo y que, por mucho que insistían los lugareños en que tenían que hacerlo, el ayuntamiento hacía oídos sordos. OÍDOS SORDOS.
No entiendo cómo pueden politizar de esta manera algo que debería ser una prioridad para todos: cuidar la tierra que nos da la vida, proteger a nuestras gentes y, en definitiva, preservar nuestro hogar. El monte era (y sigue siendo) una trampa mortal. Hoy domingo, mi hija tiene sus cabritas en la majá, sus burritos en la finca y su corazoncito aún llorando de pena por el monte que se ha devorado la ineptitud de unos cuantos…
Hay momentos en los cuales el amor por la vida se demuestra sin recatos ni adornos, de la manera más visceral y humana. Con el miedo. Y con la esperanza. Porque, de la ceniza, puede nacer la fuerza para construir un futuro diferente, si estamos dispuestos a actuar.

Jose Antonio Castro Cebrián (Chipiona – 1974) Escritor y autor de las novelas “La Última Confesión” y “El Cementerio de la Alegría”, así como de los poemarios “Algazara” o “Anomia”, entre otras obras.
Dirige la Jungla.