
Hoy nos visita en la Jungla el escritor y filósofo David Nava Gutiérrez para hablar, entre otras cosas, sobre su último ensayo, Elogio de la distancia:
«Una defensa de la lejanía en tiempos de inmediatez
En un mundo que idolatra la velocidad, la conexión constante y la inmediatez, este ensayo nos invita a detenernos. A respirar. A mirar —por fin— desde lejos.
David Nava Gutiérrez nos propone una defensa lúcida y poética de la distancia: esa vieja enemiga que, en realidad, da sentido al tiempo, al amor, a la espera y a la vida misma.
Con una prosa clara, filosófica y profundamente humana, Elogio de la distancia recorre los paisajes interiores de nuestra época: la tiranía del ahora, la transparencia que borra, la cercanía que ciega. Frente a ello, el autor reivindica el valor del intervalo, del durante, del misterio que solo el alejamiento puede ofrecer.
Un libro que se lee como quien se asoma a un horizonte: con lentitud, con asombro. Cada página abre una pausa, un silencio fértil, una oportunidad para reconciliarse con lo que el mundo ha olvidado: la belleza de lo lejano, el temblor de la espera, el arte —tan raro hoy— de mirar sin prisa.
Un ensayo para quienes saben que ver con claridad exige, a veces, dar un paso atrás».

Pregunta: «Elogio de la distancia» propone una reflexión profundamente necesaria en un tiempo dominado por la urgencia. ¿Qué le llevó a escribir este ensayo y en qué momento sintió que la distancia debía convertirse en el eje central de su pensamiento?
Respuesta: Primero tengo que destacar el papel del filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Él me abrió los ojos en lo concerniente a la vida tan pobre que se construye cuando solo valoramos lo cercano y fugaz. Cuando me senté a escribir este ensayo, mi objetivo era ofrecer una propuesta de salvación que, en la obra de Han, no se encontraba del todo explorada. Han propone una vía de escape: una vida basada en la contemplación, muy ligada a la filosofía budista.
Mi propuesta, efectivamente, es la distancia: una vida inmersa en la distancia es una vida —no vamos a engañarnos— incómoda. Entendamos el concepto: vivir en la distancia, que equivale a decir vivir en el mundo de la espera, significa no estar seguros nunca de llegar a ningún sitio. Mientras que en el mundo de lo cercano satisfacemos todas nuestras necesidades y caprichos, en la distancia aprendemos a convivir con el deseo.
¿Cómo supe que la distancia debía convertirse en el eje central de este ensayo? En realidad, lo supe desde que era un niño: siempre me gustó más el sentimiento que experimentaba cuando buscaba el modo de afianzar algo que cuando terminaba consiguiéndolo. Es decir: prefiero que nada se desvele del todo, sino que se me presente ligeramente oculto. Ahí, ya, existe una distancia.
P.: Si alguien que no conoce aún su obra se topase con «Elogio de la distancia», ¿qué motivos le daría usted para convencerlo de que este ensayo puede ampliar su manera de observar y comprender la realidad?
R.: A día de hoy, a nadie le sorprende la crítica hacia nuestro ritmo de vida, tan frenética y consumista. De esto me he dado cuenta por mis alumnos en las aulas. El primer paso, por así decir, ya está realizado: somos conscientes de las aguas que tenemos que surcar.
Bien. Si alguien, ahora, no sabe qué hacer para que su existencia adquiera más solidez; si alguien, ahora, se encuentra harto de que nada de lo que hace se traduzca en una vida con sentido, entonces Elogio de la distancia va a proponerle una nueva forma de navegar esas aguas. El plan que constituye este libro tomará verdadera forma para quien está cansado del mundo que se nos presenta como original y único. No: hay más formas de contestar a esta realidad.
P.: Su libro aborda cuestiones que atraviesan de lleno nuestra vida contemporánea. ¿Cómo cree usted que esta defensa de la distancia interpela al lector actual, tan habituado a la inmediatez y a la conexión constante?
R.: Tal y como me he referido antes, el mundo ya se ha dado cuenta de las reglas de este juego que imprime el capitalismo. La dualidad cercanía-distancia solo es una transformación de conceptos que preocupaban a los filósofos más antiguos. En la Grecia Clásica, la dicotomía era «alma y cuerpo» y, en la Edad Moderna, «mente y cuerpo». La crítica de este libro hacia lo cercano es la misma que realizó Platón hacia el cuerpo. Pensémoslo así: a día de hoy, ¿no satisfacemos solo las necesidades corporales? Son las más fáciles de satisfacer. Y no, no está mal hacerlo. Pero ¿cómo salvamos la otra parte del dualismo, el alma, la mente, el yo? Este libro plantea la distancia como vía para que el yo se enriquezca de verdad.
P.: En el ensayo, el paso del tiempo adquiere un protagonismo singular. ¿Hasta qué punto considera que nuestra percepción temporal se ha empobrecido en la era digital, y cómo pretende «Elogio de la distancia» recuperar para el lector una relación más profunda con ese transcurrir?
R.: Así es. Es una consecuencia inevitable. La era digital no es que haya sido la culpable de que no construyamos experiencias vitales fuertes, sino la cadencia con que se nos estimula a través de cualquier pantalla. No hay que eliminar lo digital sino modificar su uso. La pretensión de que lo digital pueda sustituirlo todo, ahí está el verdadero problema. Creo que el paso del tiempo se ajusta y se reajusta continuamente, y cada uno de nosotros somos los únicos capaces de modular su avance.
P.: Su formación filosófica y su diálogo con Proust y el budismo están presentes de manera sutil en su escritura. ¿Cómo influyen estas dos tradiciones en su manera de entender la espera, la memoria y el alejamiento?
R.: En Proust se encuentra de forma constante la lucha de un personaje por dar sentido a su vida. Lo logra cuando se sienta a escribir En busca del tiempo perdido. El héroe de Proust alcanza una suerte de salvación estética. Toda ella, todo el transcurso del tiempo perdido hasta que se recobra es la distancia que el héroe recorre. Una distancia que le hace sufrir, claro, pero que lo eleva y lo salva.
En el budismo, en la literatura budista, Siddhartha surca otra gran distancia. Cuando comprende que nada, en el fondo, se materializa, sino que todo, simplemente, cambia, entonces logra la iluminación. Buda significa «el despierto». Su elevación es mística. Así, los dos me han ofrecido un gran aprendizaje. Lo normal es vernos ligado al mundo cercano, pero el vuelco de nuestra voluntad por atrapar una realidad más metafísica, más extratemporal, como la llama Proust, es un camino que a mí me convenció.
P.: Habla de la distancia casi como un refugio frente a la saturación informativa. ¿Considera que el alejamiento puede convertirse en una forma de resistencia ética en un mundo que exige estar disponible permanentemente?
R.: Es lo que creo que se puede leer entrelíneas en esta entrevista. La vorágine del presente y del consumo inmediato, así como la repetición incesante de la misma estructura de vida, año a año, desgasta y aburre. Me gusta que hayas planteado la distancia como un refugio. Sí. El refugio de la distancia está ahí. En el fondo, siempre ha estado ahí. Y este ensayo es solo un humilde toc, toc a la puerta de este refugio. Invito a todo el mundo a llamar a ella.
P.: En el libro conviven reflexión filosófica y una voz que a veces roza lo íntimo. ¿Cómo trabaja esa tensión entre la abstracción conceptual y la experiencia personal para que el texto mantenga su claridad sin perder sensibilidad?
R.: Quería que la narración fuese sencilla, estética, filosófica pero abierta a cualquier lector. Al mismo tiempo, es íntima. He hablado muchas veces conmigo mismo porque, lejos de encontrarme ya en el mundo de la distancia, libro cada día una batalla con el mundo de la cercanía. Es ahí donde estamos todos. Por eso, a veces, el libro roza lo íntimo. Supongo que, a la vez que redactaba esta propuesta de salida, yo mismo atravesaba la distancia.
P.: ¿Cómo es su rutina a la hora de escribir?
R.: Con cada libro he tenido una diferente, siempre adaptada al momento. Cuando escribí este libro estábamos en pandemia. Bastaba con levantarme pronto y ponerme a escribir. Sin embargo, siempre hay un detalle que no puedo saltarme: hacer deporte, salir a correr. Es ahí donde más ideas he fabricado. Y muchas veces, al llegar a casa, solo tenía que sentarme para verterlas al papel. Correr también abrió en mi pensamiento el espacio necesario para reflexionar los temas de este libro.
P.: ¿Qué libro le hubiera gustado escribir, y por qué?
R.: Siempre que leo un buen libro me digo «ojalá escribir yo así» pero nunca digo «ojalá haber escrito yo este libro».
P.: ¿Tiene autores de cabecera?
R.: Sí. Es un poco raro, pero siempre tengo un libro de reflexiones muy cerca de mí, las de Kenko Yoshida (Tsurezuregusa). Ahí se encuentran muchos aprendizajes budistas. Como este libro, que a veces hojeo, han estado otros: desde las obras de Thoreau a nuestro autor español Pablo D`Ors.Y, en cuanto a literatura, cada vez me acompaña uno diferente. Actualmente, desde el verano, me acompaña un libro de Kawabata. Pero sé exactamente en qué lugar de la estantería se encuentran los tomos de Proust o La montaña mágica, también citado en este ensayo.
P.: ¿Algún proyecto en el que esté trabajando ahora mismo y del que pueda hablarnos?
R.: Pronto hablaré de ello. Ahora, es pronto.
P.: Para terminar, y como siempre nos gusta hacerlo aquí en La Jungla de las Letras, háblenos un poco de usted: ¿cómo se describe como escritor y como persona?
R.: Mmm. ¡Pues una persona normal!, con sus gustos personales y sus sueños propios. Qué voy a responder. Es la pregunta más difícil. Puedo decir que intento ser coherente como persona, como escritor y como profesor de Filosofía. En todas las esferas de la vida llevo, o eso trato, la misma brújula. En este viaje, busco siempre el aprendizaje.
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