31 de diciembre de 2025

DON QUIJOTE, QUE FUE UN SUEÑO de Kathy Acker / Traductor: Marcelo Cohen / Editorial: Anagrama / Género: Narrativa / 233 páginas / ISBN: 9788433948083 / 2025

Don Quijote, que fue un sueño se publicó por primera vez en Estados Unidos, si los datos no me traicionan, allá por 1986. Aquel fue un momento crucial en la lucha contra el fascismo cultural que muchos escritores y artistas emprendieron en favor de una revolución más personal e interna a través del arte. Quizás ese año fue decisivo: muchos sintieron la necesidad de canalizar una violencia interna en sus creaciones ante la amenaza de la censura (algo similar a lo que se empieza a respirar ahora, aunque de forma mucho más superficial). Se nota que esta novela fue gestada en aquellos momentos, con una visión razonada, razonable y entretenida, sin tanta relación con la violencia per se o la ruptura de tabúes violentos.

Es cierto que hay algunos puntos muertos en esta construcción novelística compleja, parte integral del estilo recortado y apropiacionista de Kathy Acker. El inicio y el final de la novela son meditaciones tan fabulosas sobre política, cuestiones de género, religión e historia estadounidense, y capturan y adaptan el espíritu de la magia del Quijote original, que se encuentran entre las mejores páginas que he leído últimamente. Además, el coro de perros y otros personajes acercan El Quijote como un ejercicio retórico dialógico. Aquí los puntos de vista se yuxtaponen, se confrontan, se redireccionan, se reorganizan, se desvinculan, se replantean y siempre quedan sin resolver. Me gusta esa escritura reflexiva: una serie de frases superpuestas y contradictorias, al fin y al cabo. Por eso el arte supera con tanta facilidad a la propaganda, porque se contradice a sí mismo. Te hace pensar en lugar de intentar convencerte de algo, lo cual la mayoría de las veces resulta ser una estafa.

La escritura de la neoyorquina es áspera y espinosa, al igual que sus ideas (sobre sexo, género, poder y literatura). Un viaje desenfrenado. Me encantó este libro, lo tengo que reconocer. Pero, en realidad, si lo pensamos bien, la novela solo se sostiene como una pieza histórica descabellada: protoposmoderna, feminista y punk. Desde una perspectiva que no pretenda comprender un punto de la historia cultural, el libro puede resultar un pelín incomprensible.

Don Quijote cabalga de nuevo. Pero ahora es una mujer, dama andante que deambula entre Londres y Nueva York. La novela arranca no con los delirios de los libros de caballería, sino por la experiencia transformadora —y profundamente dolorosa— de un aborto. Partiendo de ahí, Kathy Acker reconstruye a su heroína enfrentándola no a molinos de viento, sino a la historia americana y a la figura espectral de Richard Nixon, todavía aferrado a un mundo turbio poblado por dueñas de burdeles, transexuales, sacerdotes masoquistas y una fauna política de pesadilla.

La búsqueda de esta «Don Quijote» no es tanto la aventura caballeresca como el rastreo, casi obstinado, del amor o del conocimiento del amor. Y, por supuesto, en el universo de Acker ese amor es una ficción desgastada: una dialéctica de amo y esclavo, una mitología cruel inventada por hombres, una estructura de poder más que un sentimiento.

Como su protagonista, la autora se movió entre Nueva York y Londres, frecuentando la vanguardia artística junto a figuras como David Byrne o Laurie Anderson. La publicación de la novela supuso un giro abrupto en su obra: una reescritura radical del deseo entendido como fuerza que fractura identidades y altera cualquier sistema fijo. Hasta entonces, el sexo en sus libros funcionaba como parodia o mercancía del capitalismo tardío. Aquí, en cambio, Acker se lanza de lleno a explorar relaciones sexuales entre mujeres y la fluidez del género, algo que en 1986 tenía una carga política y cultural difícil de transmitir hoy.

Don Quijote, que fue un sueño no es un libro para todos —ni pretende serlo—, pero sí es una pieza fundamental para entender la tensión entre deseo, identidad y poder en los años ochenta. Y, sobre todo, un recordatorio de que la literatura, cuando quiere, todavía puede desestabilizar los lugares donde creemos estar seguros (que tomen nota algunos).

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