14 de noviembre de 2025
Foto de Christian C.

El pasado 2 de octubre de 2025 murió Jane Goodall, la mujer que cambió para siempre la forma en que miramos a los animales y, en particular, a los primates. Su fallecimiento nos deja la ausencia de una mirada del mundo diferente, pero también una oportunidad para recordar quién fue y qué nos enseñó. Jane no era solo una investigadora, era una persona que supo tender puentes entre nuestro mundo y el de los animales. Supo demostrar que no somos tan distintos como siempre nos han hecho creer.

Si hoy sabemos que los chimpancés usan herramientas, que sienten emociones intensas y que transmiten aprendizajes de generación en generación, es en gran parte gracias a ella. Jane dedicó su vida a convivir con ellos, a observarlos con paciencia y respeto, a mostrarnos que detrás de esos ojos había pensamientos, alegrías, miedos y duelos. Y lo hizo con una claridad que tocaba el corazón, no solo con datos.

Uno de los ejemplos más famosos de su trabajo fue aquel chimpancé que tomó una ramita, le quitó las hojas y la usó para sacar termitas de un montículo. Para muchos científicos de la época fue un escándalo: ¿cómo podía un animal fabricar y usar herramientas? Eso era, según decían, un rasgo exclusivo de los humanos. Pero allí estaba la prueba, frente a todos. Jane no lo planteó como una curiosidad, sino como una revelación: no somos los únicos capaces de pensar de manera creativa.

Jane Goodall. Creative Commons Atrribution-Share Alike 4.0 International

También habló de emociones. Contaba cómo las madres chimpancés cargaban durante días con sus crías muertas, incapaces de desprenderse de ellas, como si no aceptaran la pérdida. O cómo los jóvenes jugaban entre sí, riendo y persiguiéndose igual que los niños. O cómo después de una pelea, dos chimpancés podían reconciliarse con un abrazo. Son escenas que cualquiera de nosotros puede reconocer, porque nos hablan de algo universal: la capacidad de sentir y de vincularse. Jane siempre insistió en que negar esas emociones era cerrar los ojos para no ver una verdad incómoda: si aceptamos que sienten, debemos aceptar también que tenemos una responsabilidad hacia ellos.

En el fondo, su mensaje iba mucho más allá de los chimpancés. Jane nos dijo, con palabras sencillas, que el gran error de nuestra sociedad es habernos creído seres separados y superiores al resto de la vida en la Tierra. Esa idea nos ha servido como excusa para arrasar bosques, enjaular animales, contaminar mares y consumir sin pensar en las generaciones futuras. Sí, tenemos un intelecto enorme, capaz de inventar y construir cosas extraordinarias. Pero tener intelecto no significa comportarse con inteligencia. Y nuestra historia reciente lo demuestra: destruimos más rápido de lo que cuidamos.

Lo más duro de su mensaje es que nosotros, los humanos, tenemos algo que los demás animales no: la capacidad de prever el futuro. Podemos imaginar lo que vendrá y actuar en consecuencia. Y, aun así, la mayoría de las veces preferimos ignorarlo. Vivimos como si el mañana no existiera, como si el planeta pudiera aguantarlo todo. Jane lo resumía bien: tenemos la posibilidad de prever, pero preferimos olvidar.

Hablar de su legado hoy significa hablar de responsabilidad. No basta con admirarla ni con emocionarnos con sus historias. Honrarla de verdad implica cambiar la manera en que vivimos. Significa consumir menos y cuidar más. Pensar en qué comemos, en qué compramos, en qué apoyamos. Exigir a quienes gobiernan que protejan la biodiversidad y que no hipotequen el futuro por un beneficio inmediato. Y también, a nivel personal, aprender a mirar a los animales con respeto, como compañeros de planeta, no como recursos.

Lo que Jane descubrió en la selva de Gombe, en Tanzania, no se queda allí. Sus lecciones nos llegan aquí mismo, a lo cotidiano. Basta observar a un perro que se emociona al vernos llegar, a un pájaro que canta cada mañana, a un caballo que busca la caricia de su dueño. Todos nos recuerdan que la vida es compartida y que el respeto no debería ser opcional.

Photo Colecctions

Jane Goodall nos deja un legado inmenso: el de haber demostrado que los animales piensan, sienten y crean cultura; y el de habernos señalado que, si no cambiamos, vamos directo hacia un futuro devastado. Pero también nos dejó esperanza, porque nos mostró que es posible mirar de otra forma, con humildad, con empatía, con inteligencia de verdad.

Y si queremos encontrar dónde sigue latiendo su pensamiento, solo tenemos que abrir sus libros. Allí está condensado su legado escrito, el eco de su experiencia en la selva y su reflexión sobre nuestra responsabilidad. Entre todos ellos destacan In the Shadow of Man (A la sombra del Hombre), donde relató sus primeras investigaciones en Gombe y nos permitió asomarnos al día a día de los chimpancés; y The book of hope (El libro de la Esperanza), una obra profundamente personal en la que unió ciencia, vida y espiritualidad, dejando claro que su lucha era también una invitación a la esperanza. Son dos títulos que hoy, más que nunca, siguen vigentes y que pueden guiarnos para no perder de vista a lo que ella dedicó su vida.

Al recordarla, no hace falta hacerlo con solemnidad distante. Basta con aprender de su ejemplo y actuar. Actuar desde lo pequeño: reducir lo que consumimos, proteger lo que aún queda, enseñar a nuestros hijos a respetar la vida. Jane ya no está, pero su voz sigue viva en cada historia, en cada mirada de los primates que tanto amó, y en cada persona que decide, gracias a ella, abrir los ojos y cambiar.

Ese es el verdadero legado de Jane Goodall. Y depende de nosotros que no se pierda.

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