
La obra de Juliette A. Millet Los infiernos inicia en la vecindad del mismo nombre, es como tantas otras en México: de las decoraciones coloridas, el ambiente familiar y los olores de la comida típica, se llega a una decadencia involuntaria. Después del terremoto del ochenta y cinco, el sitio queda debilitado, y como el ambiente es capaz de modificar la psique, se convierte en un sitio de peligro, decadencia y un hervidero para tragedias. Lo que vemos del otro lado, es aparente orden, perfección y «buen gusto», que no obstante, se construye sobre una serie de relaciones y dinámicas ligadas a la decadencia y el abuso. La autora pone así de manifiesto que la tragedia no conoce clase social, la miseria tampoco. A lo largo de la historia, acompañamos la historia de Mario y Elisa, quienes quedan huérfanos de súbito, abandonando dicha vecindad para vivir y readaptarse a una tía adinerada, lejana y desconocida llamada Mirtha. Un aparente golpe de suerte que emulará los efectos de un choque térmico, las polaridades que se tocan generan chispas, fuegos o tornados.
La novela retrata una realidad innegable en México: País de dualidades. Sin contraste, éste no se puede concebir. Especialmente en la capital, donde las diferencias se acentúan y la población se polariza. Por un lado, la violencia, la precariedad, la pobreza y el crimen que pinta las calles de rojo y gris, el vivir de a cómo se pueda, al día a día que genera un estrés que se palpa en el aire. Del otro lado existe la opulencia, lo grande, lo pulcro y lo bello, en apariencia perfecto y ordenado, cosas atribuidas a la clase alta. Así, parece formarse un orden secreto donde los mundos se separan, y los habitantes de un mismo país viven realidades completamente opuestas. Durante la lectura observamos un intento (fallido) de integración familiar, que si bien, se aborda desde el tema individual (Mirtha y Elisa, en su compleja relación que no podríamos terminar de clasificar como relación madre/ hija) aplica para el tema colectivo.
Mirtha y Elisa comparten un ligero y delgado hilo de sangre. Los huérfanos, de orígenes complejos y precarios, forman una oportunidad para que Mirtha explore el arquetipo de la madre, siéndole vedado por su personalidad rígida y su estado civil. La novela nos permite ahondar en matices en sumo dolorosos sobre la incapacidad de subsanar los defectos, por un lado, Mirtha procura dar un amor que ella misma no había recibido desde su propio seno familiar, mientras Elisa vive sobre una fantasía, idealizando a su familia de origen y deseando recrear los pasos que la llevaron en primer lugar hacia su propia desgracia.
Existe una cuestión psicológica de sumo interés en Elisa, y es que nunca se le permite vivir el duelo de la madre perdida. La cuestión se oculta, y si una virtud tiene aquella chica, es la lealtad, la cual, dirige los pasos de su vida de manera subterránea. En Los infiernos, el secreto mata, no de manera explosiva, sino sutil, lenta e impredecible. Una decadencia que va madurando, y que se instala así mismo en la residencia Farías. Entre accidentes, falta de comprensión y entendimiento, el lazo entre Mirtha y Elisa se vuelve venenoso, una acumulación de tensiones y resentimientos construye entre ellas un gran muro.
Ambas mujeres retratan la desgracia de sus propios vicios, sus virtudes (que sí existen) quedan relegadas al mal uso, resultan insuficientes para subsanar la situación. Por un lado, la lealtad de Elisa hacia su familia de origen, le lleva a tomar una vía que la devuelve a la precariedad y la auto exclusión, con el tiempo, encamina sus pasos hacia la autodestrucción. Por otro lado, la bondad de Mirtha se convierte en un secretismo que oculta a Elisa la naturaleza de sus intenciones que, aunque estrictas y de aspecto invasivo a las anteriores costumbres de los hermanos, están dotadas de un amor que no sabe expresar.
El papel de las figuras masculinas resulta interesante, el rol del padre oscuro se explora en las facetas de la ausencia y del abuso, proveyendo a la novela de una serie de personajes diversos cuyos efectos psicológicos pueden verse reflejados en las muy distintas personalidades de ambas protagonistas, por un lado, Elisa en la idealización de su padre, quien ejerce actividades criminales, se niega a ver el desinterés que éste tiene hacia ella y su hermano, negando las nuevas oportunidades que se abren ante ella, rechazándolas como opciones o caminos dignos, mientras que Mirtha se estanca sobre el propio trauma con su padre y la personalidad asfixiante e hiper dependiente de su madre, llevándola a ser una persona muy controladora y temerosa. Asimismo, se sugiere la figura del hombre como «salvador» a través del personaje de Humberto, un amigo del cual Mirtha está enamorada, y logra suavizar, aunque sea en cierta medida, la compleja relación entre las dos mujeres.
Aún cuando Humberto parece neutralizar la situación, en su partida a otro país, se ensancha la grieta en la relación de las dos mujeres. Un reencuentro después de la huida abrupta de Elisa, resulta ser la demostración de los mayores vicios de Elisa, la infelicidad e incomprensión termina por encerrar a ambas mujeres en un ambiente de miseria y decadencia, que como proceso espiral, guía a una incómoda, aunque esperada, acumulación de tensiones.
Desde fuera, la realidad dual de México parece simple de analizar, sin embargo, con Los infiernos se abre una radiografía del entretejido social, señalando que las muy distintas realidades, físicas y psicológicas, están unidas por las mismas pulsiones. La separación termina siendo más potente desde el flanco psicológico, mientras que ciertos personajes son capaces de extender sus límites y crecer fuera de su forma de pensamiento, encontraremos en Los infiernos el peligro que existe en no derribar murallas, polarizarse y dejar a medias los procesos integrativos, la novela deja como enseñanza que la desgracia recae en el fallo vinculativo, el secretismo y la rigidez que no admite otras formas de vida y pensamiento.

Aura Metzeri Altamirano Solar (Ciudad de México, 1999) Trotamundos, escritora y tarotista apasionada por el mundo de los símbolos y la narrativa, amante de lo extraño y la otredad.