
Ejecución (Execution) de Yue Minjun es una de esas obras que si la ves una vez, no logras olvidarla nunca. Te impacta desde el primer momento, es un golpe directo a tu memoria, un reflejo incómodo de la historia, casi una risa insolente detenida en el abismo del horror. La pintura nos coloca ante un escenario muy inquietante: cuerpos casi idénticos, semidesnudos, rostros tensos, con una carcajada que no se sabe si muestra placer, dicha, o pavor. Ojos cerrados, bocas abiertas. Frente a ellos, un pelotón con manos que imitan rifles, apuntando. No hay sangre, no hay proyectiles, pero se intuye que esa ejecución es inminente. Pensar en «El 3 de mayo de 1808» de Goya es inevitable aquí. Sin embargo, en la pintura de Minjun todo se retuerce hasta lo absurdo. No hay súplica ni terror explícito. Hay una risa que anula todo el dramatismo y lo sustituye por algo mucho peor: un desconcierto total. No hay verdugos tangibles, tampoco víctimas en el sentido tradicional. Hay un vacío conceptual originario que nos obliga a preguntarnos quién ejerce realmente la violencia. Toda la paleta cromática es vibrante, diría que agresiva. El cielo es de un azul puro, el suelo rojizo nos traslada más a una puesta en escena teatral que a un patíbulo. No hay sombras dramáticas, tampoco claroscuros trágicos. La luz es plana, casi indiferente, como si el tiempo se hubiera detenido en un instante de absurdo absoluto. La composición refuerza la sensación de extrañamiento: los cuerpos parecen atrapados en una repetición sin fin, en un bucle de carcajadas que nunca va a cesar.
El mensaje político es ineludible, e incuestionable. Yue Minjun alude a la represión en China, a la reiteración implacable de la historia, a la risa como herramienta de resistencia o de alienación. Pero quizá la obra va un poco más allá que a la denuncia directa. Esta pintura es capaz de enfrentarnos con nuestra propia pasividad, nos obliga a cuestionarnos qué significa realmente esa risa perpetua. ¿Es una burla? ¿Es resignación? ¿Nos reímos del horror o con él?

Yue Minjun (Daqing, China, 1962) es una de las figuras clave del Realismo Cínico, el movimiento que emergió tras la masacre de Tiananmén (4 de junio de 1989) y que utiliza la ironía como forma de resistencia. Sus autorretratos de risa exagerada son declaraciones silentes, respuestas sarcásticas a un mundo donde el dolor se diluye en lo absurdo y lo cotidiano. Su lenguaje visual, con colores estridentes y figuras repetitivas, se ha convertido en un emblema del arte chino contemporáneo, una exploración implacable de la alienación y el conformismo. Desde su estudio en Beijing, Minjun sigue empujando los límites de la representación y la sátira. Su trabajo no pretende ofrecer respuestas fáciles. Prefiere dejar preguntas abiertas. Y la más perturbadora sigue siendo la misma: ¿de qué nos estamos riendo realmente?

Rosa Villalejos. Filóloga clásica y crítica de arte. Explora la esencia de la antigüedad y la creatividad contemporánea con idéntica pasión.