La Cascada de Arshile Gorky

El surrealismo, como es sabido, tuvo su origen en Francia, en los años veinte del siglo pasado. Los artistas creaban extrañas criaturas con precisión fotográfica, pintaban desconcertantes escenas que se salían de la lógica. Los surrealistas representaban en sus pinturas un mundo extraño, donde el subconsciente se expresaba con la libertad de los sueños, a veces pesadillas y a veces fantasías paradisiacas. André Bretón, el escritor que más defendió esta corriente, dijo que el propósito del surrealismo era «resolver las condiciones contradictorias del sueño y la realidad.»

Ubu imperator de Max Ernst (1923). Pintura surrealista.
Ubu imperator de Max Ernst (1923). Pintura surrealista.

El expresionismo abstracto se desarrolló en Nueva York en los años cuarenta. Este movimiento pictórico se caracterizaba principalmente porque los artistas que lo abrazaban, eran pintores gestuales, grandilocuentes, enérgicos. Les gustaba usar lienzos grandes, pintar con trazos enérgicos, rápidos, con fuerza, empleando brochas (más que pinceles) grandes, a veces arrojaban la pintura contra la tela, o la goteaban sobre ella. En el expresionismo abstracto primaba tanto la técnica a la hora de pintar como la obra en sí. Otra vertiente del expresionismo abstracto volcó la espontaneidad sobre lo místico y lo pacífico, y sobre lo abstracto en sí.

Adán Rojo, de Davis Lisboa (2005). Pintura de  Expresionismo abstracto
Adán Rojo, de Davis Lisboa (2005). Pintura de Expresionismo abstracto

Ambas corrientes pictóricas tenían en común la creencia de que el arte era el único medio para liberar la creatividad del inconsciente del artista.

Hubo un artista que supo unir ambas corrientes en un solo trabajo; ahondó en lo onírico y lo mágico del surrealismo para espolear la espontaneidad del expresionismo abstracto. Arshile Gorky ( Van, Turquía, 1904 – Sherman, Connecticut, EE.UU., 1948) pintó La Cascada en 1943.

La Cascada  de Arshile Gorky (Waterfall, 1943)
La Cascada de Arshile Gorky (Waterfall, 1943)

La Cascada está inspirada en una pequeña cascada de un bosque. Un riachuelo rodeado de árboles y maleza «se deja caer» por una roca. La apariencia abstracta del cuadro evoca la luz del sol, y el chapotear del agua al caer. Observando esta obra se puede sentir la paz que emana el bosque y el agua. Es impresionante la capacidad del artista para expresar la espiritualidad de la naturaleza con trazos tan enérgicos y diáfanos al mismo tiempo.

De Cebrián e Illescas

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Entremés: «Tres sombreros de copa » de Miguel Mihura Santos

«(Y hacen mutis por la puerta del foro. PAULA sigue en su misma actitud pensativa. Y ahora, por la izquierda, entra DIONISIO con ojos de haber dormido. Y se fija en PAULA, a la que es posible que se le hayan saltado las lágrimas, de soberbia.)

DIONISIO. ¿Está usted llorando?

PAULA. No lloro.

DIONISIO. ¿Está triste porque no he venido? Yo estaba ahí durmiendo con unos amigos… (PAULA calla.) ¿Ha reñido usted con ese negro? ¡Debemos linchar al negro! ¡Nuestra obligación es linchar al negro!

PAULA. Para linchar a un negro es preciso que se reúna mucha gente…

DIONISIO.   Yo organizaré una suscripción…

PAULA. No.

DIONISIO. Si a mí no me molesta…

PAULA. (Con cariño.) Dionisio…

DIONISIO. ¿Qué?

PAULA. Siéntese aquí…,conmigo…

DIONISIO. (Sentándose a su lado.) Bueno.

PAULA. Es preciso que nosotros seamos buenos amigos… ¡Si supiese usted lo contenta que estoy desde que le conozco…! Me encontraba tan sola… ¡Usted no es como los demás! Yo, con los demás, a veces tengo miedo. Con usted, no. La gente es mala…, los compañeros del Music-Hall no son como debieran ser… Los caballeros de fuera del Music-Hall tampoco son como debieran ser los caballeros… (DIONISIO, distraído, coge la carraca que se quedó por allí y empieza a tocarla, muy entretenido.) Y, sin embargo, hay que vivir con la gente, porque si no una no podría beber nunca champaña, ni llevar lindas pulseras en los brazos… ¡Y el champaña es hermoso… y las pulseras llenan siempre los brazos de alegría!… Además es necesario divertirse… Es muy triste estar sola… Las muchachas como yo se mueren de tristeza en las habitaciones de estos hoteles… Es preciso que usted y yo seamos buenos amigos… ¿Quieres que nos hablemos de tú…?

DIONISIO. Bueno. Pero un ratito nada más…

PAULA. No. Siempre. Nos hablaremos de tú ¡siempre! Es mejor… Lo malo…, lo malo es que tú no seguirás con nosotros cuando terminemos de trabajar aquí… Y cada uno nos iremos por nuestro lado… Es imbécil esto de tener que separarnos tan pronto, ¿verdad…? A no ser que tú necesitaras una partenaire para tu número… ¡Oh! ¡Así podríamos estar más tiempo juntos…! Yo aprendería a hacer malabares, ¿no? ¡A jugar también con tres sombreros de copa!»

Tres sombreros de copa (Miguel Mihura Santos, 1932)

 

Miguel Mihura Santos (Madrid, 1905-1977)
Miguel Mihura Santos (Madrid, 1905-1977)

Miguel Mihura Santos (Madrid, 1905-1977), fue escritor, periodista, caricaturista, pero ante todo dramaturgo. Inició su carrera artística hacia 1923 como dibujante humorístico, fundando unos años después, junto a su amigo «Tono», el humorista Antonio Lara de Gavilán, el semanario humorístico La Ametralladora (1936-1939); terminada la guerra civil española se encargó de la dirección de La Codorniz, hasta 1947. Anterior al estreno de Tres sombreros de copa (1932) en 1952, Mihura ya había montado varias piezas teatrales y había conseguido una más que considerable audiencia en España, pero no fue hasta ese año, y con esa obra, cuando se consagrara como autor teatral, recibiendo el premio Nacional de Teatro. Entre sus piezas destacan: Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario (1943; compartiendo autoría con «Tono»), El caso de la mujer asesinadita (1946; con A. De Laiglesia), El caso de la señora estupenda (1953), Sublime decisión (1955), Mi adorado Juan (1956), Carlota (1957), Melocotón en almíbar (1958), Maribel y la extraña familia (1959-1960), premio Nacional de Teatro, El chalet de madame Renard (1961), Las entretenidas (1962), La bella Dorotea (1963), Ninette y un señor de Murcia (1964), por la que obtuvo el premio Calderón de la Barca, La tetera (1965) y Solo el amor y la luna traen fortuna (1968). En 1972 le fue concedido el premio Cortina por su labor como autor teatral, y un año antes de su muerte, en 1976, fue también elegido por la Real Academia Española como miembro de número.

 

Los perros siempre ladran al anochecer

Los perros siempre ladrán al anochecer - Andrés Pérez DomínguezA veces una novela corta se hace demasiado larga. Este no es el caso. Andrés Pérez Domínguez nos cuenta una historia cargada de realidad y cotidianidad, muy veraz y plausible. Correcta en la ejecución y con una buena prosa, cuidada y precisa. Lo cual nos lleva al final sin apenas darnos cuenta que hemos empezado. El autor tiene la habilidad de una escritura muy legible, nada ostentosa ni ampulosa. Cabe destacar la sincronización entre fechas, escenarios y situaciones que, al contrario que otras novelas, no se vuelve caótica, entorpece la lectura o enturbia el hilo narrativo. Tenemos ante nosotros una lectura que se sobrelleva sin excelencias, sin retóricas ni metáforas forzadas que sobrecargan. Una lectura amena que nos lleva por un terreno llano que se va volviendo abrupto sin apenas darnos cuenta hasta un clímax sosegado y sin demasiados sobresaltos. Los personajes están muy bien integrados en la realidad mundana, a pesar de todo. Igual que lo están sus personalidades en el entorno. Los caracteres de los protagonistas y sus perfiles psicológicos están llevados con coherencia a lo largo de toda la novela, haciéndola creíble y, como apuntaba, veraz. No existen elementos sobrenaturales ni fantásticos. Tampoco hay en sus páginas elementos de la novela criminal o negra. Lo que sí posee es una bruma de suspense que Andrés Pérez Domínguez consigue mantener hasta el final. No obstante, a mí parecer, queda, de repente, en el último capítulo, abierto a demasiadas posibilidades y conjeturas. Me ha gustado, pero no ha sido, como también decía, excepcional.

Maxi Sabela Tornés

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LOS PERROS SIEMPRE LADRAN AL ANOCHECER de Andrés Pérez Domínguez / Editorial: Alianza Editorial / Género: Narrativa corta / 168 páginas / ISBN: 9788420697031 / 2015

Agosto, lecturas desde Hiroshima

De un tiempo a esta parte he adquirido un hábito los meses de agosto que se aparta de las prácticas habituales de ocio en periodo vacacional. Se trata de un interés humano, nada morboso, de intentar comprender una de las innumerables catástrofes del siglo XX: el bombardeo nuclear sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945.

Esta atroz acción enmarcada en el final del conflicto que asoló al mundo entre 1939 y 1945 no ha sido nunca, en mi opinión, valorada en su justa medida. Se trata, aún hoy, del mayor ataque sobre población civil de la historia en un solo día.

En muchos estudios comparativos entre los dos mayores conflictos bélicos del siglo XX que estamos tuvimos ocasión de leer en 2014, conmemorando el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial (1914-18), se nos dice que la diferencia entre ambas consiste, a nivel moral, en que la primera fue una guerra “mala” y la segunda, “buena”.

Me explico. Argumentan en ese tipo de artículos que la primera contienda fue fruto de una situación política y militarmente inestable. Que con otros dirigentes y con otra perspectiva por parte de las naciones e imperios implicados se hubiera evitado. Que lo que se hizo fue mandar a muchos hombres a una muerte inútil sin un fin justificado. Es, por tanto, una guerra “mala”.

Sin embargo esos mismos historiadores coinciden en que la segunda, mucho más sangrienta y global, fue una guerra “buena” ya que su fin era combatir el fascismo, liberar al mundo de la amenaza Nazi y asentar las democracias modernas y un nuevo Orden Mundial en la posguerra.

Siguiendo esta vía de análisis y, partiendo de la base de que, para mí, los ataques finales sobre Hiroshima y Nagasaki fueron un genocidio, estamos ante una doble moral que vuelve a clasificar las atrocidades en buenas y malas.

Desde este punto de vista obviamente el genocidio sufrido por el pueblo judío no tiene calificativo posible. Es una monstruosidad que a base de ver y leer en tantas ocasiones hemos digerido pero que es absolutamente atroz.

Igualmente atroces me parecen los ataques sobre Japón que se cobraron sólo en Hiroshima más de 100.000 muertos, casi todos civiles, el primer día a los que habría que sumar las víctimas de la exposición a la radiación en siguientes generaciones. En total se estima una cifra de 220.000 víctimas.

Esos dos ataques precipitaron el final de la guerra y el ya muy mermado ejército japonés tuvo que claudicar a los pocos días. Dado el fruto obtenido, este se considera un genocidio bueno, aunque nadie lo diga.

Lo expreso con esta crudeza porque nunca he visto o leído, tal vez por falta de documentación, que a Harry S. Truman se le considere un genocida como responsable máximo de la orden de ataque.

Normalmente el 6 de agosto se suele hacer una mención en los informativos sobre conmemoraciones en honor a las víctimas, sobre todo en años redondos como será éste en el que se cumplirá el 70 aniversario.

Por mi parte y, como he dicho al principio, hago mi particular homenaje leyendo en esos días un libro sobre el bombardeo de autor japonés. El objetivo no es tanto amasar datos si no intentar comprender el punto de vista de los afectados. Es curioso comprobar que hay posturas diversas, llegando a algunas que incluso lo justifican como una especie de mal necesario y buscado.

Voy a hacer mención de tres libros que me parecen especialmente relevantes y que recomiendo a los interesados en el tema. Se trata de una novela, un ensayo y un compendio epistolar que acaba constituyendo un relato de la masacre.

En “Lluvia negra” Masuji Ibuse (1898-1993), Libros del Asteroide 2007, nos narra a partir de una serie de documentos históricos, entrevistas y diarios personales de víctimas, el día de la explosión y la peripecia familiar que corren sus personajes para averiguar dónde estaba cada uno en ese momento y cuáles han sido las consecuencias. Asistimos así a un periplo lúgubre por los escenarios de la masacre y a descripciones a cual más cruda de los efectos de la explosión conforme nos vamos acercando al epicentro.LluviaNegradescarga

Se publicó inicialmente a modo de serial en 1965 y se editó como novela un año más tarde obteniendo un gran éxito. Es reconocida como una de las principales obras relativas al ataque del 6 de agosto de 1945. En ella no sólo encontramos horror si no que la delicada forma de narrar nos introduce en la sensibilidad y costumbres del Japón rural y de su vida familiar. Vivimos también el estigma que supuso para los supervivientes, marcados por las incógnitas de los posibles efectos de haber estado expuestos a la radiación, en el resto de su vida.

El premio Nobel japonés Kenzaburo Oé también hizo una inmersión en el tema y en 1963 fue a Hiroshima para hacer un reportaje sobre la novena conferencia mundial contra las armas nucleares. Se interesó más por los testimonios de los que habían vivido la tragedia que por las motivaciones políticas de la conferencia. Entonces los supervivientes se hallaban divididos entre el deber de recordar y el derecho a callarse. Habló mucho con médicos que luchaban por combatir y comprender “el síndrome de Hiroshima”: los efectos tóxicos de la radiación. También con los responsables de la prensa local. De estos encuentros nació un interés que marcaría al autor y que le llevó a intentar entender las lecciones más profundas del bombardeo.En “Cuadernos de Hiroshima”, Anagrama 2011, se recopilan los artículos y reflexiones que publicó al respecto.iCuadernosdeHiroshimamages

El tercer libro que cito, “Cartas desde el fin del mundo” de Toyofumi Ogura (1899-1996) publicado por la editorial Pasado & Presente 2012, enfoca el tema desde una perspectiva distinta. Se trata de las cartas que un superviviente va escribiendo a su mujer, víctima de la explosión, y en las que va contando en primera persona las consecuencias de la catástrofe salpicadas por reflexiones. Algunas de ellas nos resultan sorprendentes ya que incluso llega un momento en el que se pregunta si el desastre puede haber sido útil, al menos, para acabar con el sufrimiento de la guerra. Este compendio de cartas se publicó en 1948 y constituyó el primer testimonio jamás escrito sobre un bombardeo atómico.Cartas

En definitiva se trata de tres lecturas que se complementan y nos ayudan a hacernos una composición de lugar, aunque sea imposible comprender la magnitud de la tragedia, de la “capacidad” que los hombres tienen de infligir un mal de ésa envergadura a sus semejantes.

José A.  Valverde