13 de julio de 2025
Mujer cosiendo (1880-1882) Óleo sobre lienzo 92×63 cm. Museo de Orsay, París

No nos encontramos ante un retrato sin más. Es en realidad una declaración, quizá silenciosa, no muy aparente. La mujer está afanada en la costura, pero ni está posando ni espera ser espiada: está en lo suyo, y eso, en pleno siglo XIX, y si lo piensas bien, ya es todo un gesto político. Mary Cassatt no pinta escenas domésticas para endulzar la vista al que las contempla, lo hace para torcer la narrativa. Este cuadro, con su luz suspendida y su pincelada concentrada y contenida a la vez, se construye desde una aguda observación, casi impertinente. Lo importante no es el rostro, ni el fondo, sino cómo esa luz rebota sobre el lienzo y se pierde entre los pliegues de lo cotidiano.

Mary Cassatt (Pittsburgh, Estados Unidos, 1844 – Le Mesnil-Théribus, Francia, 1926) venía del rigor académico de Thomas Eakins, donde aprendió que la forma importa, y mucho. Pero su salto de calidad y personal real se da en París, cuando cruza caminos con Edgar Degas. Entre ambos se establece una tensión productiva: él, con su temperamento áspero y un elitismo apenas disimulado; ella, la extranjera que no pedía permiso para aprender y devorarlo todo. Degas le mostró las posibilidades del encuadre cortado, del gesto robado, de la escena sin énfasis. Cassatt, sin embargo, le devolvió algo que él rara vez lograba: calidez sin sentimentalismo. Su participación en la exposición impresionista de 1874 fue una irrupción en el mundo del arte de la época. Mientras los hombres del grupo perseguían paisajes y efectos atmosféricos, ella se instaló en lo cotidiano femenino con una intensidad poco común. No buscaba innovar desde la técnica, sino desde la mirada. En sus escenas de madres e hijos hay una densidad afectiva que desmonta cualquier lectura edulcorada. Nada de concesiones ni clichés, solo proximidad emocional y una sensibilidad afilada.

Japón, el japonismo, muy visible en su tratamiento del espacio y en la economía del trazo le influyó de manera muy notable. Para ella no fue una moda más, fue una herramienta de ruptura. Le permitió despojar sus obras de academicismo sin caer en lo mero decorativo. En el grabado encontró un lenguaje paralelo, mucho más gráfico y seco, pero si duda igual de incisivo.

Podríamos casi asegurar que Cassatt no fue una figura más de transición entre dos mundos. Fue un eje importantísimo. Sin ella, el impresionismo en Norteamérica no habría tenido ni la misma recepción ni el mismo peso cultural. Lo introdujo como artista que entendía y desafiaba al mismo tiempo los códigos impuestos. Mary Cassatt no necesitó pintarse a sí misma para dejar claro que su obra es, en el fondo, un autorretrato intelectual. Pintó mujeres que vivían sin «posar». Y eso, incluso hoy, sigue siendo incómodo para muchos.

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