
Las ventanas, en el universo pictórico de Hulda Guzmán, no son elementos estructurales de una casa o simples aberturas: son auténticos portales donde lo humano y lo natural convergen en un total e inquietante equilibrio. En Deleitando, la artista nos lleva a su estudio, y nos regala la panorámica de un cielo tormentoso. Un rayo se estrella contra el océano, mientras en primer plano, una mujer alza los brazos en una expresión de alarma y un niño se acuclilla sobre una silla, quizá con miedo, asombro o resignación. La indefinición es totalmente deliberada. Guzmán no nos da respuestas, ni fáciles ni difíciles; ella nos invita a especular, a sentir la vastedad de la naturaleza como un personaje más que impone su dominio sobre lo efímero de la existencia humana.

Nacida en Santo Domingo en 1984, Hulda Guzmán reimagina el paisaje caribeño con una exuberancia que se aleja del pintoresquismo complaciente. Su mundo está repleto de figuras humanas desproporcionadas, animales con gestos y posturas humanas, y objetos que cobran vida en escenas que se balancean entre lo onírico y lo tangible. No es casualidad que su obra sea vinculada con el realismo mágico; en sus lienzos, lo cotidiano y lo sobrenatural se entrelazan sin fricciones. Su técnica, basada en acrílico y gouache, combina la fluidez de la pincelada espontánea con una meticulosidad muy cercana al puntillismo. Es imposible no detectar ecos de Henri Rousseau en su tratamiento de la vegetación o de Vincent van Gogh en el dinamismo de sus composiciones. A esto podríamos sumarle su fascinación por la estética del Ukiyo-e japonés, ese mundo flotante que en el Período Edo (siglos XVII-XIX) transformó lo efímero en arte, con paisajes de líneas sinuosas y colores planos que parecen desafiar la perspectiva occidental.
Pero si tuviéramos que marcar a un protagonista recurrente en su obra, ese sería el propio paisaje dominicano, retratado no con una mirada nostálgica , sino con la familiaridad de quien lo habita y lo reinterpreta constantemente, incluso en la lejanía. Su estudio en Santo Domingo y el bungaló diseñado por su padre en las montañas de Samaná aparecen una y otra vez, como escenarios que oscilan entre lo privado y lo universal. La artista no pinta un Caribe de postal, hace algo mucho más interesante: lo reinventa, y lo hace con una paleta vibrante y una composición entre el orden y el caos, mostrando más allá de lo evidente.

Rosa Villalejos. Filóloga clásica y crítica de arte. Explora la esencia de la antigüedad y la creatividad contemporánea con idéntica pasión.