
«Charlotte rio entusiasmada de pensar que su marido no podía librarse de ella; y dijo, exultante, que a ella no le importaba cargar con esa cruz, dado que debían vivir juntos. Era imposible que alguien tuviera mejores intenciones, o estuviera más determinada a ser feliz, que la señora Palmer. Era inmune a la estudiada indiferencia de su marido, a su insolencia y desabrimiento: y cuando él la maltrataba o reprendía, se divertía la mar.
—¡El señor Palmer es tan raro! —le dijo, en un susurro, a Elinor—. Siempre está de mal humor.
Elinor no se sentía inclinada, tras una breve observación, a creerle tan genuina e insensiblemente maligno o maleducado como quería aparentar. Su carácter tal vez se había agriado un poco al descubrir, como otros muchos miembros de su sexo, que, por culpa de algún prejuicio inexplicable en favor de la belleza, era el marido de una mujer tonta…, pero ella sabía que deslices de esta clase eran demasiado corrientes para que un hombre en sus cabales se resintiera mucho tiempo de las heridas. Se trataba, más bien, creía Elinor, de un deseo de diferenciarse lo que le hacía tratar con desdén a todo el mundo y despreciar todo cuanto tuviera delante. Era el deseo de parecer superior a los demás. La causa era demasiado común para asombrarse; pero los medios, por mucho que destacasen a la hora de establecer su superioridad en mala crianza, no era probable que despertasen el amor de nadie que no fuera su mujer.
—¡Oh, querida señorita Dashwood! —dijo la señora Palmer, poco después—. Tengo que pedirles a usted y a su hermana un gran favor. ¿Querrían ir estas navidades a Cleveland a pasar una temporada? Por favor, digan que sí… y vayan cuando los Weston estén con nosotros. ¡No pueden imaginarse lo feliz que me harán! ¡Será algo totalmente delicioso…! Amor mío —dijo, dirigiéndose a su marido—, ¿no tienes ganas de ver a las señoritas Dashwood en Cleveland?
—Por supuesto —contestó, con mofa—, he venido a Devonshire con este único propósito.
—Ya lo ven —dijo su esposa—, ya ven que el señor Palmer las espera; así que no pueden negarse.
Las dos declinaron con tenacidad y energía la invitación.
—Pero lo cierto es que deben ir, y que van a ir. Seguro que les gustará a rabiar. Los Weston estarán con nosotros, y será todo una maravilla. No pueden imaginarse lo encantador que es un lugar como Cleveland; y ahora estamos la mar de divertidos, porque el señor Palmer está todo el día yendo y viniendo por la región haciendo campaña electoral; y tenemos a cenar a tanta gente desconocida que es una delicia. Pero ¡pobrecito! ¡Le resulta agotador! No le queda más remedio que hacerse agradable a todo el mundo.»
Sentido y sensibilidad (Jane Austen, 1811)

Jane Austen (Steventon, Hampshire, Inglaterra, 1775 – 1817, Winchester, Inglaterra). Nacida en el seno de una familia anglicana de clase media, Jane Austen recibió una amplia formación. Su vida transcurrió en un ambiente sencillo, sin que haya que destacar grandes acontecimientos. Lo más importante de su producción literaria son sus novelas, en las que sobresalen los rasgos psicológicos y la ironía con que trata la novela romántica, así como la crítica que hace de la vanidad y el egoísmo. Destacan entre sus novelas: Sentido y sensibilidad (1811), caracterizada por su realismo, Orgullo y prejuicio (1813), a la que le debe su popularidad y considerada su obra maestra, El parque Mansfield (1814), Emma (1815), La abadía de Northanger, especie de parodia sobre la novela gótica, y Persuasión, publicadas póstumamente en 1818. En 1932 se publicó su correspondencia privada baja el título de Cartas.
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