23 de abril de 2025

Baner Ritos y Conjeturas

«Cuando me inicié en los misterios de las tenazas y el fuelle, me enamoré con grandes transportes de la voluptuosa ociosidad de la chimenea.

Abandono pues, mi cuerpo sobre la butaca, junto al fuego, como dejaría un traje, encomendando a la llama el cuidado de hacer que mi sangre circule más cálida y que mi corazón lata con más fuerza, y a las chispas fugitivas que revolotean como mariposas enamoradas el que mantengan abiertos mis ojos, y hagan al par errar caprichosamente mis pensamientos. El espectáculo del propio pensamiento revoloteando vagamente en nuestro derredor, o abandonados para correr lejos, e infundir, sin que nos demos cuenta, soplos de dulzura y amargura en el corazón, tiene indefinibles atractivos. Con el cigarro medio apagado, entornados los ojos, las tenazas escapándose de los flojos dedos, vemos venir de lejos una parte de nosotros mismos y recorrer distancias vertiginosas; parécenos que pasen por nuestros nervios corrientes de atmósferas desconocidas; probamos, sonrientes, sin mover un dedo ni dar un paso, el efecto de mil sensaciones que nos harían encanecer y surcarían de arrugas nuestra frente.

Y en una de esas peregrinaciones vagabundas del espíritu, la llama, que se elevaba acaso sobrado cerca, me hizo ver de nuevo otra llama gigantesca, que había visto arder en el hogar inmenso de la hacienda del Pino, en las faldas del Etna. Llovía, y el viento bramaba encolerizado; las veinte o treinta mujeres que recogían la aceituna de la finca hacían humear sus faldas mojadas de la lluvia, ante el fuego; las alegres, las que tenían cuartos en el bolso, o estaban enamoradas, cantaban; las otras charlaban de la cosecha de la aceituna, que había sido mala, de las bodas de la parroquia, o de la lluvia que les robaba el pan de la boca. La vieja mayorala hilaba, aunque no fuese más que porque el candil colgado de la campana del hogar no ardiese en balde; el perrazo color de lobo alargaba el hocico sobre las patas hacia el fuego, enderezando las orejas a cada gemido del viento».

Nedda (Giovanni Verga, 1874)

Giovanni Verga (Catania, 1840-Íd., 1922), escritor italiano, abandonó los estudios de derecho para dedicarse a la literatura, en la que se inició con novelas de corte mundano y tardorromántico: Los carbonarios de la montaña (1861), En las lagunas (1863), Una pecadora (1886), Historia de una curruca (1871), Eva (1873) y Tigre real (1875). Más tarde, influido por autores como Flaubert, Zola y Balzac, Verga modificó su enfoque que, convirtiéndose en uno de los principales representantes del “verismo”, versión italiana del naturalismo. Busca entonces la desaparición del narrador y de todo análisis sicológico externo, para dar la palabra a los personajes, utilizando un italiano salpicado de fórmulas y construcciones dialectales, con el fin de solventar el problema que planteaba la falta de homogeneidad lingüística en Italia, y el recurso del estilo indirecto libre. De esta época destacan las narraciones contenidas en La vida de los campos (1880), Relatos rústicos (1883) que incluye la famosísima Caballería rusticana, llevada al teatro por él mismo y a la ópera por Mascagni. También en esta época dio comienzo a una serie de novelas que, con el título Los vencidos, iba a estudiar cinco casos de derrota en cinco escalones sociales distintos.

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