
«Un acto de heroísmo será siempre más bello que el libro que lo describa. La fe plena e ingenua, religiosa, política o cualquier otra, será siempre superior al cuento o al poema que intenten expresarla. Pero en las cosas malas actúa una especie de alquimia. Un cuento acerca de la desesperación puede ser más espléndido que la desesperación misma, un poema sobre la muerte, menos doloroso que la muerte. En la Inglaterra isabelina (si me está permitida la comparación), a pesar de que hubo muchos progresos en la navegación y en el sistema de carreteras, no se le ocurrió a Shakespeare escribir sobre esos temas, y si en aquel entonces alguien lo hizo, su nombre y su memoria se han perdido. Nos quedó el loco que escribió sobre los sufrimientos de los hombres. Amós Oz.
El salón era un vasto depósito donde, hacía muchos años, gente de todas las condiciones sociales había ido guardando objetos heterogéneos para desprenderse de ellos, para venderlos en pública subasta o a la espera de poder rescatarlos. Después el depósito había sido clausurado y los objetos seguían allí, amontonados en cualquier forma, y como nadie venía a llevárselos el almacén había cobrado una absurda inutilidad, ya no formaba parte del mundo de los vivos, parecía irreal corno una utilería teatral abandonada o como los sótanos de un montepío que cerró sus puertas un siglo atrás.
La mujer que guiaba a Sidney en zigzag por entre los montículos de mercadería sin dueño viviría en otra parte. Se había emperifollado para recibir a ese turista excéntrico que quería visitar el almacén y, apenas él se fuese, también ella se marcharía. A Sidney lo asaltó la curiosa idea de haber ido hasta allí en busca de una reliquia, de algún objeto raro y precioso que nunca había visto, que no sabía qué era, que jamás encontraría y que sin embargo le pertenecía.
Mientras caminaba iba mirando el colosal revoltijo como para descubrir, entre las caóticas colecciones deterioradas, aquel tesoro que había venido a buscar.
Las ventanas estaban cerradas y las cortinas, corridas. Desde un rincón donde cien años atrás la habían abandonado olvidándose de apagarla, una lámpara difundía una tenue luminosidad amarillenta. Sidney percibió el olor del encierro y de la vejez. Vio, lejos, un fúnebre piano de cola. Vio un reloj cuyas agujas señalaban las doce.
La mujer se detuvo en la embocadura de un corredor largo y tenebroso, miró a Sidney y otra vez le sonrió con aquella sonrisa provocativa.
-El señor lo espera en la biblioteca -susurró. El escote del vestido de seda le dejaba al descubierto el nacimiento de los pechos».
Manuel de Historia (Marco Denevi, 1985)

Marco Denevi (Sáenz Peña, Argentina 1922 – 1998, Buenos Aires, Argentina), escritor y dramaturgo argentino, alcanzó renombre internacional con obras como Rosaura a las diez (1955) y Ceremonia secreta (1960), en las que fusiona lo realista y lo metafísico. Nacido en la provincia de Buenos Aires, creció rodeado de literatura, influenciado por su padre, un inmigrante que le transmitió el amor por la lectura de autores como Stevenson, Dumas y Pérez Galdós. Abogado de formación, se desempeñó en el ámbito público, pero fue en la literatura donde destacó. Su primera novela, Rosaura a las diez, ganó el Premio Kraft y fue llevada al cine por Mario Soffici. La obra, una trama policiaca narrada desde diferentes perspectivas, explora el fracaso humano con gran sutileza. En Ceremonia secreta, Denevi crea un mundo asfixiante que aborda los conflictos de identidad, obra que fue reconocida por la revista Life y también adaptada al cine por Joseph Losey. Además de su labor como narrador, escribió otras tantas novelas, Denevi se destacó como dramaturgo, con obras como Los expedientes (1957), El emperador de la China (1959) o El segundo círculo o El infierno de la sexualidad sin amor (1970). Su faceta periodística también fue muy relevante, escribiendo artículos políticos a partir de 1980.
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