«JEREMÍAS.— Baruc, Baruc, ¿ves tú el campamento y las tiendas, ves ese mar dormido que viene agitándose desde Medianoche?
BARUC (azorado).— Veo al enemigo… las tiendas.
JEREMÍAS.— La noche ves, el sueño y la falaz quietud del descanso. Pero en mi oído retumban estridentes ya las trompetas y entrechocan las armas cuando se levantan y embisten contra nosotros. La muralla sobre la que aún pisamos con pie firme, cruje ya, y el grito de los perseguidores, lo oigo, ya lo oigo. Vienen, ay, ya están aquí, echa espuma su pleamar férrea. Baruc, Baruc, ay, mi palabra se levantó sobre Israel, oigo la muerte pasar sobre la ciudad y las murallas. Caen, y con ellas se derrumba Jerusalén. Baruc, Baruc, lo veo con los sentidos despiertos; pues Dios abrió con fuerza un ojo en la negrura de mi cuerpo a fin de que lo vea, y hundió un grito en mis entrañas a fin de que lo arroje de mí como quien toca un cuerno. ¿Por qué duermen todavía? ¿Por qué siguen durmiendo? Oh, es hora de despertarlos, es hora, porque van durmiendo hacia su muerte, y cavilando hacia su perdición. Es hora de despertar a gritos a Jerusalén, ¡es hora, es hora!…
BARUC (arrebatado).— ¡Sí, despiértalos Jeremías, despiértalos!
JEREMÍAS (cada vez más fanático).— Oh, necio pueblo, perpleja ciudad, ¿cómo pueden dejarse ceñir por el sueño cuando bajo el lecho la muerte tendió su gélido lienzo? Oh, necio pueblo, perpleja ciudad, ¿cómo pueden dormir, con el trueno a su cabeza? Oh, ¿cómo pueden, cómo pueden estar inertes, en sueños perdidos, cuando tronantes contra templos y puertas ya arremeten y martillean los arietes de Asur? Oh, ¿quién despierta a los necios, a los aturdidos? ¿Quién los espanta, quién los despierta, quién lanza un grito en su oído desmayado, quién gritará a la faz de la muerte esa quietud, el mandamiento de Dios y su voluntad?
BARUC (extático).— ¡Despiértalos, tú! ¡Despiértalos, maestro, arráncalos de la muerte!
JEREMÍAS.— ¡Despierten! ¡Despierten! ¡Arriba! ¡Arriba! Incendio hay en el país. ¡Enemigo tiene la ciudad! ¡Huyan de la espada, escapen a las llamas. Dejen sus bienes, dejen sus casas. Recojan a las mujeres, a los niños. Antes de que los agarre, huyan, huyan! ¡Arriba! ¡Despierten! Incendio hay en el país. ¡Enemigo tiene la ciudad! ¡Arriba! ¡Arriba!
EL SEGUNDO GUERRERO (emergiendo de la sombra).— ¿Quién arma ruido aquí? Despertará a los dormidos.
JEREMÍAS.— ¡Quiera Dios que lo consiguiese! ¡Arriba, despierta Jerusalén… Ciudad de Dios, sálvate!…
EL SEGUNDO GUERRERO.— Ebrio estás… ¡Fuera de aquí!… ¡Vete a dormir!…
BARUC (arrojándose al medio).— ¡Déjalo!
JEREMÍAS.— No debo dormir. Nadie debe dormir ya. El atalaya soy, el guardián. ¡Ay del que me lo impida!
EL SEGUNDO GUERRERO (asiéndolo).— Un lunático eres, puesto que te llamas vigía… yo mismo soy el guardia… vete de aquí…
BARUC.— No lo toques… al elegido por el Señor… al profeta.
EL SEGUNDO GUERRERO (soltándolo).— ¿Eres tú Ananías, el profeta de Dios?
BARUC.— Jeremías es, el profeta»
Jeremías (Stefan Zweig, 1917)
Stefan Zweig (Viena, Austria-Hungría, 1881 – 1942, Petrópolis, Río de Janeiro, Brasil) El escritor austríaco vivió desde 1934 fuera de su país, primero en Gran Bretaña y después, desde 1940 en Brasil, donde se suicidó junto a su segunda esposa. La obra de Zweig se caracteriza por su preocupación por la psicología de los personajes. Su escritura está muy influenciada por las teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud, escribió una serie de escritos críticos biográficos y literarios que agrupó en trilogías y están considerados por la crítica como lo más relevante de su obra: Tres maestros: Balzac, Dickens, Dostoievski (1920), La lucha contra el demonio: Hörderlin, Kleist, Nietzsche (1925) y Tres poetas de su vida: Casanova, Stendhal, Tostoi (1928). Fue autor, además, de varios relatos cortos, como los recogidos en Adolescencia (1911), Amok (1922), La confusión de los sentimientos (1926) y El jugador de ajedrez (1941); novelas como La impaciencia del corazón (1938) y Triunfo y tragedia de Erasmo de Rotterdam (1935), y los dramas Jeremías (1917) y La oveja del pobre. En 1943 se publicó el que quizá sea su libro más famoso, su autobiografía El mundo de ayer.
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