13 de julio de 2025
© Silvia Varela

«Aquello fue una revolución, pero sólo una entre otras muchas. En un proceso muy bien estudiado al que suele llamarse “el Terror”, alcanzamos a saborear la seducción del pensamiento chino. Un matarife de Shangai aseguraba degollar cabras con mayor eficacia tras leer el Libro Rojo del Camarada Mao. Y nosotros componíamos sinfonías celestiales inspirados por el mismo Faro. También nos drogamos con la cruel incontinencia con que reza rosarios una costurera. En un par de años la imbecilidad activa se había trocado en atónita estupidez.
Las actividades reputadas de “individuales” —el suicidio, la conspiración, el vicio, la literatura— se hablan hecho masivas. La individualidad había muerto en brazos del individualismo. Hoy ya no se muere de esas cosas más que en los barrios pobres, pero queda una hez, una zona abisal, la que derivó hacía la decoración. Llenaron sus despensas de arrope, escayolas, acuarelas austríacas, jardines ingleses y sillas vienesas. A más reuma, más dibujitos de jarrones. Muchos comenzaron a acudir a la Opera. ¡La Opera! ¡Esperanzas papales, gallináceas! Cuando me los tropiezo tengo visiones. Imagino el campo de exterminio de Mauthasen y, chapoteando en el barro, a un judío escuálido que se pavonea con un peinado exquisito que le distingue del vulgo.
Siempre acabó en las Ramblas, ese insoportable lugar común, archicomún, pluscuamcomún. Eran éstas, antaño, rieras de desagüe por donde rodaban las aguas Tibidabo abajo, Bellesguard abajo, Collcerola abajo, San Gervasio abajo. En la actualidad ejerce funciones similares; es un desagüe humano. Noche tras noche el fluido ciudadano se aprieta en esta inevitable torrentera, como un caudal de aguas muertas. A su arteria principal van a dar cientos de vasos sanguíneos. Cada uno de esos conductos capilares está pinchado por un sinnúmero de bares, tabernas, tascas, como tribus de chinches esparcidas por un viejo colchón de lana. En uno de los vasos capilares de la telaraña alcohólica anida La Boa, madura propietaria de un bar que lleva su nombre. Es una mujer de enormes pechos cubiertos de pecas y manos manchadas como la piel de una vaca. Suele usar peluca casquiforme. Los reflejos, color yema, dan una luz mágica a los espejos de la botellería. Cuando pienso en el pedregal del Universo, me consuela que exista esta mota de polvo cargada de bebidas, a cuyo frente se encuentra una mujer de pestañas rígidas. En los momentos de éxtasis no importa la muerte. Cuando sólo queden soles apagados y astros fríos, cuando ya no podamos ver nuestro sudor verde y rosado bajo los neones, subsistirá en algún escondrijo de la venganza divina este bar de latón y madera. En el rincón, los inútiles del Imperio Romano beben a la salud de La Boa mientras escorpiones togados y lechuzas pontificales construyen templos y pasan a cuchillo a los labriegos. Aquí se escuchan con escepticismo las monsergas del inacabable verso funcionarial de Virgilio.
De vez en cuando los borrachos le tiran un pedazo de tocino rancio al perro, y cambian de apoyo.
¿Pero qué estoy escribiendo? Las uñas crecen. El pelo crece. Somos jardines sin jardinero. Cada año hay que extirpar una tripa desarrollada, coser, golpear, hundir, perforar, quizás añadir aquí y allá. Aquí está mi cabeza vacía. ¿Por qué me parece todo tan grande? ¿Qué quiere decir esa sonrisa? ¡Resignación! ¡Ánimo! Los melancólicos sudamos mucho, pero no nos cansamos. Somos ágiles, nerviosos. Pasamos horas quietos como piedras y de pronto, sin que nada exterior intervenga, saltamos como un muelle».

Diario de un hombre humillado ( Félix de Azúa, 1987)

Félix de Azúa nació en Barcelona el 30 de abril de 1944. Es escritor, ensayista, poeta y académico, vinculado inicialmente a la llamada Generación del 68. Estudió Ciencias Políticas, Filosofía y Letras, y se doctoró en Filosofía por la Universidad de Barcelona con una tesis sobre Diderot. A comienzos de los años setenta vivió en París, donde asistió a seminarios universitarios y frecuentó tertulias filosóficas, especialmente la de Agustín García Calvo, a quien considera su maestro. Su obra literaria abarca tanto la poesía —fue incluido en la influyente antología Nueve novísimos poetas españoles— como la narrativa, el ensayo y la crítica cultural. Entre sus títulos más representativos figuran la novela Historia de un idiota contada por él mismo (1986), el ensayo Diccionario de las artes (2002) o su libro de memorias Autobiografía de papel (2013). De estilo irónico, reflexivo y culturalista, su escritura se caracteriza por la lucidez y el gusto por la provocación intelectual. En los años ochenta inició su carrera docente, que culminó como catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Politécnica de Cataluña. Fue director del Instituto Cervantes en París entre 1993 y 1995 y ha colaborado con medios como El País y El Periódico de Catalunya. Fue también uno de los firmantes de los manifiestos fundacionales de Ciutadans de Catalunya. Desde 2015 ocupa el sillón “H” en la Real Academia Española. Actualmente reside en Madrid.

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