13 de julio de 2025
Arcángel eléctrico (Plan de escape), 2018. Serigrafía y acrílico sobre lienzo 200×140 cm

En Arcángel eléctrico (Plan de escape), una de las piezas clave de la serie El éxodo supremo (2018–2020), Antonio Jose Guzman activa una constelación simbólica en la que conviven historia, ciencia y mitología afroatlántica. La imagen central —una fotografía de Françoise Janicot de 1978 y redescubierta por Guzman en São Paulo tres décadas después— se deconstruye aquí sobre un fondo rojo abrasivo, casi litúrgico, que despoja al cuerpo de su tiempo original y lo proyecta hacia una dimensión espiritual distinta. El motorista ya no es una persona de carne y hueso, ni una figura documental: es un orixá, un espíritu protector que, en este caso, viaja no sobre una vulgar moto, sino sobre una red de códigos, trayectorias y pulsiones biográficas. La superficie serigrafiada se ve saturada por gestos pictóricos que rozan la violencia expresiva, pero que encuentran su contrapeso en la precisión casi clínica de los patrones de ADN del propio artista. Guzman convierte su código genético en herramienta visual, sí, pero también en archivo, en cartografía de un cuerpo atravesado por desplazamientos forzados, exilios heredados y ficciones de pertenencia. Hay algo profundamente físico en estas obras, pero al mismo tiempo profundamente intangible: la sensación de que el cuerpo, incluso cuando se muestra, está siempre a punto de desaparecer.

Nacido en Ciudad de Panamá en 1971, Antonio Jose Guzman ha hecho de la diáspora negra su principal campo de investigación y su territorio estético. Su trabajo no cae en la nostalgia, ni en el documento, ni en el gesto acusatorio fácil. Más bien, excava, remueve, reordena. Desde la pintura hasta el video, pasando por la performance y el textil, el artista activa una práctica nómada que oscila entre la ciencia de datos, la física gravitacional y las narrativas orales que sobreviven en las grietas del archivo colonial. El interés de Guzman por la hibridez no es un lugar común: su genealogía personal —con raíces panameñas, africanas y holandesas— se convierte en estructura formal y conceptual. El linaje, en sus manos, no es un relato cerrado sino una ecuación abierta, una partitura disonante en la que los cuerpos no se definen por su origen sino por su trayecto.

Entre Ámsterdam, Gujarat y Ciudad de Panamá, Guzman habita un triángulo que subvierte la lógica del colonialismo histórico para instaurar otra geometría: la del cruce, la de la fuga, la del retorno imposible. En Arcángel eléctrico, esa energía no sólo se ve: se siente como una descarga que conecta pasado, presente y posibilidad.

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