En la galería Leo Castelli, en Nueva York, Estados Unidos, un pilar tridimensional de fluorescentes de colores preside una de sus paredes. El rojo, el blanco y el azul se ensamblan en una construcción lumínica hipnótica, para dibujar así la bandera de la República Francesa. El artista llamó a esta obra «Sin título (A los ciudadanos de la República de Francia en el 200 aniversario de su Revolución) 1,2,3», y con ella quiso conmemorar el bicentenario de la Revolución Francesa. Debido a la uniformidad que le da la utilización de objetos iguales, esta escultura parece el trozo de otro monumento, algo que se ha descolgado de una gran construcción. La luz de los tubos sustituye a la pintura, otorgando a quien la observa una dimensión distinta del arte; la ilimitación de la escultura que confiere la falta de bordes rígidos o bastidores ayuda a redefinir el volumen y la profundidad del espacio en el que está expuesto.

Para poder valorar con cierto equilibrio a una obra, o a un artista, a veces es preferible descontextualizar el elemento principal y esencial de toda creación: el propio artista. En el caso de Dan Flavin (Queens, Nueva York, 1933–1966, Riverhead, Nueva York), cuyo uso de la luz, del espacio y de los objetos geométricamente idénticos hacen que su arte esté, sin ningún tipo de duda, dentro de la corriente minimalista de mediados del siglo pasado, es casi imprescindible prescindir de su biografía vital y artística si queremos comprender a uno de los mayores creadores conceptuales del arte contemporáneo.
De Cebrián e Illescas