Entre todos los animales que Dios creó hay uno que despierta en mí una especial admiración: el caballo. Este bello animal es fruto de una larga evolución que se remonta a más de cuarenta y nueve millones de años, una evolución sublime que culminó en uno de los seres más imponentes y con la belleza más salvaje que el hombre, desde que se convirtió en hombre, ha retratado nunca.
El caballo ha estado siempre presente en el arte, en todas sus formas.

Todos hemos visto alguna vez la postal de una caballada pastando en paz en las llanuras, y también la de una manada volando a través del paisaje con sus cascos imponentes, liberando bufidos y fogosos de libertad. El caballo ha estado más allá de los límites naturales del hombre. Se dice que Poseidón, el dios del mar, de las tormentas y de los terremotos, regaló a la humanidad el caballo, y Atenea, diosa de la guerra, de la sabiduría y de las artes, las bridas para sujetarlo; con ello la humanidad trascendió los límites espaciales del tiempo, la libertad y el esfuerzo, al enganchar y acoplarnos los hombres a la fuerza y al poder del equino. El animal como venturoso apéndice. Pero también se dice que Odín, el dios escandinavo, montaba a lomos de un blanco corcel de ocho patas llamado Sleipnir, cuando tenía que recoger a los muertos que caían como espigas en los campos de muerte. El animal como entregada oscuridad.
En líneas generales, y para no extenderme demasiado, cuando los artistas necesitaron de adoptar en sus obras una libido avivada, o un brío palpitante, el animal que más se ajustó a estas emociones fue el caballo. Un ejemplo claro de ello, y no el único, y tampoco el más conocido, fue la larga tradición de pinturas de caballos en la cultura china, que arranca en la China media y no termina hasta el final del Imperio tardío en 1912. En la mayoría de estos retratos se percibe la esencia del poderoso espíritu vital del equino, efecto que consiguen privándole al caballo de casi todos los correajes y demás enseres.

Aunque quizá la viñeta, el lienzo, la imagen, el tapiz más imponente que jamás se ha realizado en el mundo del arte con el caballo como protagonista, a lo largo de toda la historia de la humanidad, han sido esos caballos salvajes que plasmaron en las cuevas de medio mundo nuestros antepasados, verdaderos altares mágicos, sepulcro rupestre de las creencias y rituales del Paleolítico.
De Cebrián e Illescas
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Sin olvidar los caballos de Homero, algunos de los cuales eran hijos de dioses. Un saludo cordial.
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