Uno se plantea si esto de los días mundiales de tal o cual cosa sirven realmente para algo. Yo voy a aprovechar que hoy es el día mundial del enfermo de Parkinson para protestar sobre la poca visibilidad que tiene esta y otras enfermedades en nuestro país. Y lo sé porque el Parkinson a mí me toca muy personalmente.
En ocasiones, da la impresión de que nuestros políticos no atinan a la hora de diagnosticar y solventar ciertas realidades problemáticas de la sociedad. Dedican cantidades ingentes de energía para situar un tema concreto, más o menos importante para todos, en la agenda mediática, tratando de que el discurso político y el debate público casen buscando soluciones. Pero, con la misma frecuencia si cabe, los políticos también suelen poner sobre el tapete asuntos que realmente no importan al conjunto de la sociedad (o no deberían de importar). Me temo que esto sucede porque la mayoría de estos señores (y señoras) viven oteando el horizonte en su cofa buscando electores, sin reparar que estos electores son seres humanos o ciudadanos a los que deben de servir por encima de todo. Mientras que malgastan horas y horas de degeneración dialéctica, intentando ganarse el favor popular mediante halagos, numerosos asuntos de importancia vital, para el presente y el futuro de muchos, siguen en el ostracismo más absoluto.
Una de esas realidades que nos afectan a todos, en mayor o en menor medida, son las enfermedades crónicas. Como el Parkinson. Nuestra clase política no parece prestarle demasiada atención a estos temas. La ENFERMEDAD no parece ser un drama importante, porque este problema existe desde siempre. Está de Dios lo que esté de Dios. Quien no entienda que el sufrimiento del enfermo y de los familiares que le acompañan, es una realidad que amenaza la convivencia social es porque necesita urgentemente ir a una sala de Urgencias, o a la planta de Neurología de un hospital público.
Desgraciadamente, mientras miles y miles de enfermos crónicos (de enfermedades como el Parkinson) se van hundiendo en un socavón del que es casi imposible escapar, nadie (ni político ni política, ni nada que se le parezca) parece alzar su voz para ayudarles (ayudarnos). Quizá porque la ENFERMEDAD está socialmente aceptada, o como dije antes: está de Dios lo que esté de Dios. Pero hay hechos que, por reales y naturales que sean, hay que intentar mitigarlos. Un buen comienzo sería apostar por una política social congruente, con una cuantiosa y generosa partida en los próximos presupuestos generales del estado para la Sanidad y también para la investigación y tratamiento de este tipo de enfermedades crónicas.
José Antonio Castro Cebrián