Deshacer las Américas

Puede que algunos recuerden a Hernán Migoya más por la polémica que giró en torno a él hace unos años que por su literatura, buena donde las haya, pese a que no todos estén de acuerdo en aplaudirla o reconocerlo merced a los peliagudos temas que suele tocar y que afectan a la mentalidad rancia de una sociedad con tendencia a la hipocresía. Hace unos años su Todas putas levantó ampollas más allá de la opinión pública y trascendió los medios de comunicación gracias a la presencia que tuvo en el Congreso de los Diputados. Huelga decir que, ya entonces, olía más a política que a cualquier otra cosa relacionada con las letras. Sí, es cierto que leer a Hernán Migoya es algo así como que te vapuleen mental, emocional y moralmente. Porque al igual H, el protagonista de Deshacer las Américas, él no escribe literatura erótica, escribe sexo. Y eso es lo que hace en esta novela. Escribir mucho sexo, sin que por ello se le pueda escapar algo de erotismo en algún que otro párrafo.

Ya de antemano hay que decir que la prosa y estilo de Migoya son cuidados y muy bien hilvanados. Escribe muy bien. Consigue decir lo que quiere sin andarse por las ramas, sin esconderse. Esa valentía literaria es quizá la que más aterra al lector y a la sociedad, porque se muestra lo que otros no quieren que se muestre o quieren ver, pero que está ahí. En la figura de H está implícita la del propio autor. En cualquier otra novela, podría ser, como se suele decir, que el alma del autor lo impregne todo y no haya retazos de su biografía que no aparezcan como reflejo en sus personajes, pero en este caso concreto, Migoya juega a conciencia y establece una similitud con H intencionada. Eso crea una ambigüedad en torno a él que hace que el lector se cuestione cuánto de ficción y cuánto de realidad existe en estas páginas. Y creo que eso es importante tenerlo en cuenta. Porque Hernán Migoya escribe desde la ficción, pero una ficción tan realista y cercana que hace que esa débil línea que separa ambas sea apenas perceptible, moldeando y modulando las sensaciones del lector con respecto a lo que lee y el modo en que lo puede llegar a interpretar. Sin ese acercamiento tan íntimo, puede que la esencia misma del relato se perdiera o se esfumara gran parte de la fuerza que contiene. Son relatos crudos que, dependiendo del punto de vista lector, pueden acarrear ciertas incomodidades. Uno se puede sentir herido. O herida. Porque aquí, si de algo se habla es de sexo desde el punto de vista de un mujeriego, que no adicto al sexo (o así se lo quiere mostrar), y sus relaciones con las mujeres con las que contacta en Lima. H es un autor que escribe sexo, con una polémica a sus espaldas en su país de origen (España) y con una tendencia a la sinceridad extrema que no gusta demasiado. Similitudes y conexiones entre la vida del autor y el protagonista de la novela está claro que existen, pero el punto en el que profundiza en ellas y el modo en que lo hacen tal vez no sea tan real como literario y, sin embargo, sirven como vehículo para ironizar y criticar esa sociedad de la que H huye. No negaré que se trata de una novela interesante y bien escrita, pero no es una historia para todo el mundo. En todo momento se cuestiona la moral a través de su supuesto «quebrantamiento» y exposición. Pero no hay que olvidar que H es un personaje de ficción y, como tal, funciona con un impacto brutal, muy real y creíble. Creo que una de las bazas más fuertes de Migoya es la de enfrentar al lector consigo mismo, de ponerlo frente a lo aberrante de un modo cercano para que vea lo peor del ser humano. Y, en algunos casos, aunque cueste creerlo, lo peor del ser humano no siempre es gente como H.

Lolino Jover